La vida a través del silencio

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John Cage in The Hague, Netherlands, 1988

El silencio parece inundar la sala de conciertos del Barbican Center, uno de los espacios dedicados al arte más importantes en Europa. “4:33”, pieza sustancial de John Cage (1912-1992), es interpretada por la Orquesta Sinfónica de la BBC. Las pulsaciones y los respiros, fundamentales en esta obra dividida en tres movimientos, acompañan a los rostros poco expresivos –casi congelados– de algunos músicos. Otros sencillamente sostienen los instrumentos con inquietud, sonríen discretamente a un público callado, atento y con aire de incredulidad. Músicos y espectadores ponen a prueba los sentidos, experimentan el desarrollo de la obra más transgresora del compositor estadunidense. Total ausencia de notas para una pieza de características únicas.
Hace pocos días escribí –para este suplemento– un breve artículo sobre la conmemoración de los cien años del nacimiento de John Cage. Mencioné las conferencias que en octubre próximo ofrecerán la Fundación Antoni Tí pies y el Instut d’Estudis Nord-americans, en España, además de señalar la importancia de una revisita exhaustiva a la obra –siempre apasionante– de este músico y admirador de Marcel Duchamp. Recupero el tema con el propósito de efectuar un acercamiento más completo al trabajo de John Cage, artista indispensable para las vanguardias del pasado siglo.
La música de John Cage, el lenguaje experimental, no es un espejo oblicuo o sesgado. Tampoco un reflejo de la realidad. La música de John Cage penetra en la vida misma. En su lenguaje está la experiencia para reconocernos como seres vivos. El puño invisible, arte revolución y un siglo de cambios culturales (Taurus, 2011), un ensayo –altamente recomendable– del colombiano Carlos Granés, doctor en antropología social por la Universidad Complutense de Madrid, narra que en 1951 Cage visitó una cámara acústica en la Universidad de Harvard. En aquel espacio, con ausencia total de sonido, Cage confirmó la intuición que lo perseguía desde hace tiempo. “A pesar de estar aislado del exterior, el compositor logró escuchar dos ruidos, uno alto y otro bajo. El primero lo producía su sistema nervioso, el segundo su torrente sanguíneo”. El autor indica que John Cage comprobó que no había tal cosa como la ausencia de sonidos. La conclusión fue lógica: si algunos sonidos no entran en nuestro campo de percepción es porque nuestra memoria, nuestras ideas o prejuicios los consideran indignos e intrascendentes.
Un año después de aquella experiencia, en el verano de 1952, nació “4:33”. Fue un momento de madurez y capacidad artística para John Cage. La creación de esta pieza significó un paso determinante. Después de una década de aprendizaje y ensayo, el compositor logró poner en práctica las principales ideas que identificarían a esta y sus subsecuentes creaciones: la equiparación del arte y la vida, la necesidad de eliminar la intención y la imaginación de la música, la sensibilización para apreciar todos y cada uno de los sonidos, el total rechazo a intervenir en el mundo ordenado o generando armonías, y la mezcla de sonidos y silencios como clave de toda composición. Este conjunto de ideas representó para John Cage la manera de entender y producir música, piezas estrechamente ligadas al azar, como en el caso de “4:33”.
La idea de crear música con ruidos no fue un descubrimiento o innovación de John Cage. Antes, los futuristas italianos tuvieron la inquietud de experimentar con los sonidos. El futurismo, fundado por Filippo Tommaso Marinetti, fue el movimiento inicial de las corrientes de vanguardia artística. Romper con la tradición, con el pasado y los signos convencionales de la historia del arte, significó el principal propósito de los futuristas.
Para el austriaco Arnold Schí¶nberg, John Cage poseía más la capacidad para la invención que para la composición. Schí¶nberg fue su maestro, además de ser uno de los principales exponentes de la escuela germánica en el siglo pasado. El compositor y pintor austriaco tomó como punto de partida a Richard Wagner, para después llegar a crear una estética personal. Las composiciones de Arnold Schí¶nberg abandonaron la tonalidad para dar paso a la atonalidad. Arnold Schí¶nberg influyó en John Cage. No obstante, el trabajo de Edgar Varí¨se fue decisivo para Cage. El compositor y teórico consideró a Varí¨se como el precursor de la música experimental en Estados Unidos. Heredero de Pierre Schaeffer, creador de la música concreta, Edgar Varí¨se logró desarrollar este género y consiguió trascendencia hacia otros estilos musicales.
Para John Cage era vital aceptar el mundo tal como es: desprenderse de la necesidad de mejorarlo mediante nuestra intervención. Quería eliminar las jerarquías estéticas que separaban el orden del caos y el arte de la vida. El compositor detestaba la propensión a organizar el sonido. Quería cambiar la percepción musical, el pensamiento occidental. Abandonó concepciones profundamente arraigadas, como la diferencia entre el ruido y la música, el arte y el no arte, y lo feo y lo bello. Es famosa su “Suite for toy piano”, en que utiliza un aparente y simple instrumento infantil para crear una canción.
En Breve historia de la música, Norbert Dufourcq señala: “En su esencia misma, la música antigua no tiene nada en común con la música moderna, porque los antiguos, aun cuando hayan podido emitir dos sonidos simultáneamente, no parece que hayan practicado el acorde, la armonía. Esto no quiere decir que su música fuera inferior a la nuestra: los pueblos han conservado hasta hoy una música monódica, homófona o a una sola voz, llena de sabor y que no carece ni de refinamiento ni de diversidad; el ritmo desempeña allí un papel tan importante como en la música polifónica o de varias voces”.
La cita de Dufourcq, académico y musicólogo francés, permite detectar el arraigo que occidente tiene por la tradición, por la concepción y la “construcción” en la música. John Cage desterró esas formas y emprendió una misión terapéutica.
Antes mencioné que Cage fue un estudioso de la cultura y la filosofía oriental, especialmente del budismo zen. De esta práctica sobrevino el concepto y la construcción de la música aleatoria: temas elaborados de manera improvisada, al azar, y ligados con el libro I Ching, texto que profundiza en las situaciones del presente y predice el modo en que se resolverán en el futuro.
“Imaginary landscape N°4”, fue la primera obra aleatoria de John Cage. No obstante, en 1937 efectúo un manifiesto titulado The future of music: credo, en el que dejó constancia de su proyecto artístico. Cage describió al siglo XX como la era de la máquina, un periodo cubierto por infinidad de nuevos ruidos que surgían de la vida urbana y de los nuevos inventos tecnológicos.
El compositor tenía la convicción de que la música debía responder a ese insólito contexto. Una música electrónica capaz de reproducir todos los ruidos posibles. Es necesario aclarar que el termino ruido –tal y como lo concebía Cage– no está asociado directamente al denominado género noise. Mientras que John Cage buscaba la imperturbabilidad y la serenidad, los músicos dedicados a la práctica del noise, conciben (desde aquí la diferencia) a la belleza y la armonía como artificios.
Simon Reynolds, periodista inglés, dice que el noise se define mejor como una interferencia, algo que bloquea la transmisión, neutraliza el código y evita constituir algún sentido. Reynolds explica que el noise problematiza la visión de que el universo es esencialmente benévolo, que de haber tristeza o tragedia, estas se resuelven en el nivel de alguna armonía superior. Concluye con la afirmación de que esa es la razón por la que los músicos, practicantes de noise, invariablemente abordan tópicos antihumanistas.
John Cage, como los dadaístas, creía que el arte tenía un fin terapéutico. Si se enseñaba al público a apreciar cada uno de los ruidos que conformaban el trasfondo sonoro de su existencia, las personas aprenderían a aceptar la vida tal como era, liberándose de quimeras, sueños e ideales que sólo causaban turbación. “Ataraxia: esa era la meta de Cage”, explica Carlos Granés en su ensayo.
La idea de escapar me parece insustancial, igual que me parecía insustancial la idea de un arte que fuese un escape de la vida, dijo John Cage al crítico de arte Richard Kostelanetz, en 1966. Cage explicó a Kostelanetz la importancia del aprendizaje adquirido a través del I Ching y le indicó que el arte es como una luz que brilla en la cúspide de una montaña, una luz que penetra hasta cierto punto en la oscuridad. Cage expresó que el arte no puede responder a las preguntas importantes, pues esas preguntas importantes se plantean en la zona de oscuridad –quizás recordando aquella cámara acústica– donde el arte no penetra.
Mantengo la opinión de que John Cage fue un paso adelante de varios de sus contemporáneos. La ruptura de formulismos musicales y la investigación constante, significaron factores determinantes en el trabajo de este compositor, que encontró, como camino perfecto para su obra, la esencia de la vida.

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