La revolución por instinto

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MEXDF02OCT2000.- Minuto de silencio por los muertos de hace 32 a–os en la plaza de las tres culturas de Tlatelolco. FOTO: Eduardo Loza/CUARTOSCURO.COM

El movimiento estudiantil de 1968 es considerado por académicos universitarios como la semilla para el progreso democrático del país. Sin proponérselo como objetivo fundamental, los universitarios y trabajadores que se les unieron, lograron con sus manifestaciones y activismo, cambios en las rígidas estructuras políticas y sociales de la época.
Para el profesor de la Universidad de Guadalajara, Jaime Hernández Ortiz, el 68 es el resultado de un amplio proceso de lucha civil social que viene de los movimientos magisteriales, de los médicos y de la lucha ferrocarrilera a finales de los años 50, que en su momento fueron reprimidos y que dejaron bases para que los estudiantes se expresaran de la manera en que lo hicieron. No apareció de manera casual.
El movimiento no se propuso transformar a la sociedad mexicana o derrocar al gobierno priísta. Fue un movimiento espontáneo y breve: apenas dos meses y medio. En sus peticiones era hasta tímido, afirma el historiador Francisco Javier Moreno. “La intención del movimiento no era disputarle el poder al antiguo régimen priísta sino lograr espacios de representación social y nuevas formas de organización ante un sistema de partido único, casi al estilo Stalinista”.
Señala que incluso los puntos que los estudiantes organizados solicitaban al gobierno de Díaz Ordaz eran moderados. Le llamaban “pliego petitorio”, ni siquiera le exigían o le demandaban como ciudadanos el pleno ejercicio de sus derechos.
“[Sus peticiones] se reducían a aspectos como la libertad a presos políticos, la derogación de artículos del Código Penal entonces vigente, la destitución de algunos jefes policíacos y el pago de indemnización a familias que hayan sido afectadas por la represión. En ninguno de los seis puntos hay una demanda de acabar con el régimen, de buscar una alternancia en el poder o del multipartidismo. Eran demandas muy locales”.
En opinión de Hernández Ortiz, las pretensiones del movimiento fueron a la medida de las circunstancias: eran peticiones de tipo civil y político como todas las que surgieron en el contexto mundial del año de 1968, considerado por muchos como un momento de recomposición de valores. “Fue un punto histórico en el que entramos a un proceso de aceptación de las bases de lo que, casi 15 años después, sería el sistema neoliberal y globalizado. El 68 es el momento cumbre de la modernidad del sistema capitalista, que se trasformó y se sacudió a partir de los movimientos y represiones civiles y políticas en todo el mundo y que nos tocó en México.
”Los jóvenes estaban informados de lo que pasaba en otras partes y por lo tanto era legítimo y hasta necesario que hicieran un ejercicio de los derechos que en otra parte del mundo vieron como realidad. No podíamos pedirles más”.
Aun con peticiones tan tímidas lograron pegarle al muro del régimen prevaleciente en ese tiempo, el cual terminó por resquebrajarse en los años siguientes. Por un lado, explica Moreno, el Estado golpeó con la guerra sucia a los grupos políticos disidentes y a los que optaron por el enfrentamiento armado contra el sistema durante últimos años 60 e inicios de los 70, pero también empezó a tolerar a los movimientos de izquierda pacíficos, que a la postre dieron origen a los partidos con registro que participaron en las elecciones de los años 80.
De manera paralela, el régimen priísta dio muestra de solidaridad con algunos de los movimientos nacionalistas antiimperialistas de América Latina, como el gobierno de Salvador Allende en Chile, la revolución sandinista en Nicaragua o El Salvador. “Esas fueron unas de sus múltiples contradicciones”.
Aunque formalmente el movimiento terminó en una derrota —con el asesinato de un número aún desconocido de jóvenes en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco— es evidente que después de ello la sociedad mexicana empezó a sufrir una serie de transformaciones irreversibles.
El investigador del Departamento de historia, del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades, menciona como parte de esos cambios la apertura y florecimiento de las manifestaciones y corrientes culturales en el país, además de una masificación de la educación superior en las universidades públicas, que hasta entonces estaban vedadas para la mayoría.
“El 68 fue indispensable para que millones de jóvenes de clase media baja o provenientes de familias de campesinos tuvieran posibilidad de acceder a títulos universitarios y a desarrollarse intelectual y profesionalmente”.
A decir de los académicos, uno de los aspectos en los que más caló el movimiento estudiantil fue en la liberalización política en todo el territorio nacional, proceso que llevó por lo menos una década.
Los presidentes sucesores de Díaz Ordaz —Luis Echeverría y José López Portillo— se vieron obligados a ceder espacios de legalización a la oposición, principalmente a la izquierda. Hasta ese momento era aceptable una oposición de derecha como el PAN, pero la de izquierda no era bien vista, por el contrario, era perseguida y encarcelada.
“A partir de 1970 con el gobierno de Echeverría y luego con López Portillo comenzó una apertura democrática, dando primero tolerancia y luego legalidad a los grupos de izquierda como el Partido Comunista Mexicano o el Partido de los Trabajadores. Mucha de esa experiencia fue aprovechada, aunque después deformada, por el Partido de la Revolución Democrática”.

La sombra del 68
A cuatro décadas de la aparición del movimiento estudiantil de 1968 y de la represión de la que fue objeto el 2 de octubre de ese año, en México las protestas sociales aún son criminalizadas, puesto que prevalece un estado autoritario, que no aprendió de las lecciones del pasado.
El académico de la Universidad de Guadalajara, Jaime Hernández considera que no se ha logrado mucho de lo que se esperaba después del 68. Ahora no son sólo los estudiantes los que sufren la represión del Estado, sino también los campesinos y los indígenas.
“Sigue existiendo represión, una guerra sucia. Hoy vemos de forma velada el regreso a esas épocas que creíamos superadas. La policía secreta en Jalisco es un regreso a esa época en el que las fuerzas de seguridad tenían un poder impresionante para señalar a cabecillas, dirigentes y líderes, para inculparlos falsamente, perseguirlos, desaparecerlos y también ejecutarlos. Las estructuras autoritarias no han cambiado, mucho menos con la llegada del PAN al poder”.
El universitario afirma que las medidas de seguridad para el país que impone el presidente Felipe Calderón son similares a las del 68: lo que busca es la militarización como sucedió en la UNAM, que fue sitiada por soldados. “Tenemos ahora una sociedad militarizada. Esto es signo de un Estado autoritario que no ha aprendido de los cambios de la historia”.

Posdata, del Che a la impostura
Testigos de un escenario mundial de agitación social y cambios políticos, los estudiantes que participaron en el movimiento de 1968 fueron directamente influidos por el pensamiento marxista, las luchas nacionalistas y libertarias surgidas en diversas partes del mundo y por la ideología pacifista de los hippies.
La enseñanza del marxismo en las aulas universitarias, el triunfo de la revolución cubana, la lucha y muerte del Che Guevara marcaron a esta generación de estudiantes y académicos universitarios que buscaron con su lucha mayores espacios de expresión.
La popularización de la educación superior a partir de los años 70 y 80, ha vuelto anónimas las organizaciones estudiantiles. Son organismos que responden más a un esquema determinado que a un interés por la lucha social o la solidaridad con los movimientos populares, como sucedía antes, afirma el historiador de la UdeG, Francisco Moreno.
Considera que quizá el último movimiento estudiantil importante, aunque deformado, fue el de a finales de los años 90 con el Consejo General de Huelga en la UNAM, pero que terminó siendo satanizado por la manera en que se expresó y el tiempo (casi un año) que mantuvo cerrada la Universidad Nacional.

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