La resistencia en tacones

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Es cada vez más rabioso el grito ciudadano que confronta al poder en México, y tiene muchas formas de manifestación; una de ellas es el teatro, concretamente el cabaret.  Sor Juana en Almoloya, Tierra misteriosa, La pasión según Tito, El esperpento de Norberto y Directo al despeñanieto, son algunos títulos representativos del cabaret mexicano contemporáneo. Se trata de obras creadas por Jesusa Rodríguez, Astrid Hadad, Tito Vasconcelos, Carlos Pascual y Las Reinas Chulas, respectivamente, principales representantes del género en nuestro país. Estos artistas han conseguido recuperar la tradición del teatro de carpa que se manifestó poderosamente durante las primeras décadas del siglo XX para vestirlo de actualidad a través de canciones, maquillaje, indumentaria escenográfica y crítica política.

La naturaleza transgresora de este teatro reside en que usa el humor como el arma principal para enfrentar al poder, además de que ha sabido integrar demandas fundamentales de nuestra sociedad, como la equidad de género, la impunidad y las luchas de las minorías. A esta lista de creadores se suma César Enríquez, un joven actor que se encontró con el cabaret luego de transitar por el que él mismo llama “teatro serio”.  Enríquez llegó a Guadalajara con dos producciones que presentó la semana pasada: Petunia sola en Sanborts, en el Teatro Vivian Blumenthal y Eunucos, castratis y cobardis en los miércoles de teatro que ofrece la Secretaría de Cultura de Jalisco en el Teatro Alarife.

El mexicano, un pueblo castrado
Un biombo barroco con ángeles y el hilarante rostro del restaurado “ecce hommo” de Borja, es la única escenografía que acompaña a tres personajes cuya característica compartida es que carecen de testículos. Se trata de un trabajo escénico unipersonal en el que Enríquez encarna a un querubín indígena, un mexicano castrado del siglo XVI y una Sor Juana Inés de la Cruz “pacheca” que entra y sale de un billete de 200 pesos. Juntos, tienen la misión de componer una ópera barroca para salvar a un pueblo castrado, uno cuya sumisión y silencio ha alimentado el sistema oficial que ahora amenaza su existencia.

El trabajo de Enríquez consigue dar respuesta a la necesidad existencial del mexicano por reconocerse en un antihéroe, ahí, con el que está en la escena/espejo, podemos permitirnos la burla. Este juego de reflejos pone a distancia nuestra propia miseria para que podamos reír sin misericordia de nosotros mismos y entonces aceptar nuestra lastimosa realidad, una que según Eunucos, castratis y cobardis nos describe como pésimos ciudadanos. El cabaret es un acto de resistencia y esta obra cuestiona a través de estrategias como el canto, el humor y la farsa, a la ideología política dominante así como sus mecanismos de control. La cínica corrupción con la que nos gobiernan no es sino la respuesta natural ante la falta de “huevos” de los gobernados. Con música original de Isaac Bañuelos, César Enríquez deja claro su talento como actor y cantante en este proyecto resultado de un trabajo de investigación histórica y musical, en el que destacan el bel canto, la comedia en verso y su capacidad de improvisación.

Esta obra cumple con algunas de las características básicas del cabaret, como hacer una burla ácida y directa al discurso nacionalista y a sus signos más representativos, pone a discusión nuestra identidad compartida, ataca al catolicismo y se vale de asuntos como las diferencias raciales y la homosexualidad para cuestionar los estereotipos patriarcales y causar la risa. La representación paródica de las estructuras de poder de Eunucos, castratis y cobardis cierra como lo hace el cabaret político “de huevos”: con carcajadas, aplausos de pie y una dosis amarga de autocrítica que nos manda a casa con una sonrisa y la lenta digestión de nuestra triste imagen ciudadana.

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