La recuperación del tacto

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Los ojos pueden estorbar para enfrentarnos al mundo, nos pueden estresar, quizá nos impidan ver nuestro interior. Cuando Luis Ignacio perdió la vista se conoció por primera vez y puso en práctica el “Conócete a ti mismo”. Este experto en reflexología tiene 59 años. Los últimos 20 los ha vivido sin usar sus ojos y es el mismo tiempo que lleva dando masajes.
Comenzó a dar mansajes esperando encontrar la luz de nuevo, añorando que sus ojos miraran y pudieran ver como antes del desprendimiento de sus retinas.
“Estaba esperando que surgiera algo en la medicina para que me ayudara a recuperar la visión y un día me invitaron a una conferencia sobre reflexología”. Así, Luis Ignacio Fernández Anguiano, profesor y analista de sistemas, que antes estaba frente al aula o en el área administrativa de la UdeG, al enfrentarse por primera vez a la discapacidad, decidió buscar de todo, incluso la curación a través de las manos.
Recuerda que le daba vergí¼enza estar ciego. “Después me dio miedo, porque me dije cómo le voy a hacer”. Decidió no encerrarse, ni quedarse paralizado.
Gracias a la ceguera conoció sus fuerzas y debilidades. Inició su camino para ser terapeuta. “Entendí que si no ponía más cuidado en mi organismo y en mi mente, no iba a funcionar correctamente”.
Él es un ejemplo de la población que se enfrenta a una discapacidad durante la edad adulta y que su adaptación se complica, porque los ojos lo guiaron, pero tuvo que desarrollar el potencial de otros sentidos, como el oído o el tacto.
Al comenzar a moverse sin ver, aprendió primero a dar masajes y reflexología en los pies, porque “no me ubicaba bien. Por eso elegí la reflexología, porque se aplica en los pies y es más fácil que estarme moviendo en el cuerpo”.
Luis Ignacio es una persona con discapacidad visual que no entra en el estereotipo que se ha generado de esta población sobre personas pidiendo dinero en las esquinas. Su forma de tener ingresos es potenciando sus habilidades, para que con cada masaje en el punto exacto la energía pueda fluir.
Su necesidad de tener una cura a su discapacidad lo llevó a encontrar una forma de vida. Es una persona que realiza una actividad en la que le saca ventajas a su sensibilidad táctil y en todo momento recuerda que “yo hago todo lo que eres capaz de hacer, excepto ver”. Muchos que ven se quedan haciendo lo mismo, porque “no se arriesgan a emprender una actividad nueva, a crecer, a estudiar, a superarse”.
Cuando Luis Ignacio inicia a dar masajes, no requiere apagar la luz. Aun así camina pausadamente y se guía hasta encontrar el botón. Ante él una cama con el cuerpo desnudo de la persona y reconoce que la ceguera ayuda a que los pacientes no teman mostrarse sin ropa, sólo con la piel como vestido.
El tacto es una curación íntima. Es la forma de que célula a célula se puedan reactivar zonas enfermas por el cansancio cotidiano. Esto lo sabe Luis Ignacio, quien con tono jamás punitivo ni señalador dice que “solemos vivir para los otros y poco para nosotros”.
Para él la discapacidad no ha sido un límite, aunque cree que las personas con discapacidad no son las únicas en tener miedo y sentirse autoexcluidas, porque la desconfianza no es algo único de alguien que no ve o no camina. “El sistema de creencias, la cultura y lo que piensa nuestra familia nos da la forma en que vemos la vida”.
Apenas se distinguen los sonidos relajantes. Huele a eucalipto y la piel recibe la esencia humectante del aceite mientras que las manos frotan puntos donde el estrés se ha acumulado, pero sobre todo donde las emociones generaron estragos. Los seres humanos, advierte y lo dice como una lección, “no actuamos, reaccionamos”.
Ahora no sólo imparte masajes, sino que capacita a nuevos masajistas, mujeres sobre todo, que al principio se sorprenden de su naturalidad al moverse, lo que hace que su discapacidad quede en segundo plano. De iniciar como una forma de buscar la cura para su ceguera, ahora es maestro en técnicas corporales como la reflexología o el masaje psicobioenergético, que diseñó conjuntando diferentes técnicas.
Dando masajes no recuperó la vista de sus dos ojos, pero a través de sus manos permite que la energía fluya, que la discapacidad no sea un límite y que aquellos que tienen una discapacidad de tipo emocional aprendan a desprenderse de sus miedos, para que su cuerpo no sea un nudo de temores y estrés.

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