La reconquista de las imágenes

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080706 ciudad y region fotos de SUPERMAN por las calles del antiguo barrio de santa tere, encima del techo de un auto y con algunos kilos de mas. foto giorgio viera.

No tengo nada. Aún así es mi obligación manchar con la negrura de las letras el fondo blanquecino de la pantalla, limpia, virgen. Siempre la mancha: atraer el diálogo metafísico al espacio material: esa es la función del escritor, me dijo Nosequién. Todos lo hacemos, al charlar, convivir, bailar, al vestirnos, al construir las ciudades, los recintos, al soñar.
Es de humanos sincronizarnos con los otros a través de los diversos lenguajes. Lo hacen los medios de comunicación al llenarnos la mente con su psique bipolar.
Y eso no es mío, lo dice el fantasma de Ryszard Kapuscinnski impreso en el libro Los cinco sentidos del periodista: “Hoy vivimos en un mundo donde la historia se ha vuelto doble, donde conviven dos historias simultaneas: aquella que aprendimos en la escuela, la familia y en la experiencia personal, y la que nos inculcan los medios que fijamos a través de la televisión, la radio, los métodos de distribución electrónica”.
Nuestra realidad está construida con imágenes. Nuestras acciones y deliberaciones descienden de nuestra imaginación, o al menos reciben la influencia de quienes se atreven a imaginar por nosotros: guionistas del ocio, arquitectos de la incertidumbre, magos de la fantasía realizada. Nos crean.
Leopoldo Zea pasaba sus días en vida filosofando sobre ello, el no ser nosotros mismos y el ser pensados por otros. Idealizados. Preconcebidos. Anticipados. Este historiador del pensamiento americano quiso en su juventud elaborar su tesis sobre el imaginario de los antiguos griegos, pues estaba fascinado con La Iliada, La Odisea, los Diálogos de Platón, pero su profesor lo contuvo: ¿y si reflexionas y meditas sobre la construcción del pensamiento mexicano y el de los latinoamericanos?, le propuso.

Gobierno mediático
¿Quiénes han construido el imaginario mexicano? Cuáles son las bases con las que estamos hechos. Porque en la antigí¼edad éramos de maíz, y las culturas mesoamericanas lo creían así, y se glorificaban al tener una ascendencia divina. Y crearon su mundo a partir de esa idea. Pero ahora de qué estamos hechos. Cuál es nuestro alimento. Nadie duda de que somos lo que comemos, como nos sugieren los nutriólogos, y lo que vemos y oímos y platicamos y hacemos. Escribió Octavio Paz en El laberinto de la soledad: “Todo estilo es algo más que una manera de hablar: es una manera de pensar y, por lo tanto, un juicio implícito o explícito sobre la realidad que nos circunda”.
Los dos imperios televisivos de México, o la “televisión rural” como nombran ahora los privilegiados argonautas satelitales, alimentan las quimeras aletargadas de 90 millones de mexicanos por más de tres horas al día, y allende las fronteras. Si repasamos la programación de ambas televisoras, obtendríamos un mejor panorama de lo que quieren ellos, “los creadores”, con su multitud de tetonas escandalosas vociferando en el cuadro chico para llenar con ellas nuestro vacío y compartida soledad. Roberto Gómez Bolaños, creador de El chavo del ocho, ha dicho que la televisión mexicana no es para retrasados mentales. Recuerdo el aullido en la canción “El comunicador” contenida en el disco El Silencio de Caifanes: “Hay un ser que nos teme. Alguien que quiere escondernos. Tiene óptica cuadrada y vomita engaño. Desconecta tu razón”.
Los programas del imperio nos predisponen. Lo sabía José Vasconcelos al redactar, luego de su viaje por Latinoamérica, el libro La raza cósmica. Lo supo al bautizar a la Universidad Nacional con el lema: “Por mi raza hablará el espíritu”, institución por la cual, con sus programas académicos, universalizados, intentó cambiar la imagen que tenían los mexicanos del mundo, amparados hasta entonces en la imaginación de la curia romana, con sus vírgenes inventadas, cristos moribundos y miedos fundados en el ejercicio de lo moral o lo inmoral, o las llamadas “buenas costumbres”.

Pasado es futuro
Las historias ya fueron escritas. Los narradores de los partidos de futbol, por ejemplo, han llenado de terror incluso a los jóvenes futbolistas de llano, temblorosos frente al arco porque imaginan que fallarán el tiro penal como lo han hecho generaciones de “ratones verdes” en pasadas competencias internacionales. Lo vieron en las cronologías de los mundiales de futbol que repiten las televisoras con periodicidad.
La cosmogonía mexicana es la escena trágica, la derrota, el desencanto. Algo va a salir mal. Lo repetimos cuando hablamos.
Cuando los tlamatinime susurraron a Moctezuma la proximidad de la catástrofe, adelantaron que algo terrible estaba por suceder, y los vientos contagiaron a los pobladores de Tenochtitlan de una fiebre asustadiza… fueron derrotados por arcabuces, carabinas polvorosas y el filo del metal. Luego, la conspiración de los ganadores. Y hasta ahora la civilización nativa del continente ha sido “descubierta”, adoctrinada y reinventada por la historia oficial. Lo dijo el peruano Francisco Miró Quesada: “La conciencia triunfadora somete a la esclavitud a la derrotada y de esta manera la derrotada acepta la visión del mundo del triunfador”. Por eso Miguel León Portilla logró la atención mundial cuando presentó su contrahistoria en La visión de los vencidos.
Entre los funcionarios de las instituciones mexicanas, los que deciden el rumbo del país y toman decisiones bajo el telón oscuro de la democracia, visualizan a la cultura norteamericana y europea como superior. Y nos venden su idea de nación con aliados del más allá como Superman y Batman. O del más acá con personajes apolíticos y vulgares encarnados por actores como Pedro Infante, Jorge Negrete, Pedro Weber “Chatanuga”, Luis Alberto Rojas “El Caballo”, Capulina, los hermanos Almada, y cientos más. Hasta con las melodías fresonas de Timbiriche, Rebelde y cualquier otro engendro extraído de las fauces mediáticas de Televisa o TV Azteca.
En nuestro imaginario, los políticos están corroídos por la obtención del botín, el tesoro: el erario público. Y corean extasiados el “padre nuestro que estás en los cielos”.
Y porque relacionamos a los poderosos del país con los descendientes de los conquistadores y de las primeras hornadas españolas que siguieron a la conquista, imaginamos que las jerarquías siempre han venido de ultramar. Por tanto: “La toma de decisiones está allende los mares”, dice el peruano Miró Quesada. Y como los indianos sólo pueden ocupar posiciones secundarias, vemos a incompetentes salir del anonimato para intentar en poco tiempo alcanzar la gloria y la fama universal, siguiendo las órdenes de quienes gobiernan y conquistan desde escritorios instalados en el extranjero. La conquista, entonces, ya no es de invasión, sino de manejo político, económico, y su avanzada penetra el terreno del imaginario, se instala en lo que pensamos y creemos. “La imagen lo es todo”, dijo en días reciente el fotógrafo jalisciense Abraham Pérez. Nos gobiernan, pues, los magos que moldean nuestra imaginación. Para dejar tranquila la conciencia del peruano, una más de sus reflexiones: “No somos dueños de nuestras decisiones; desde afuera, otros países nos imponen un modelo de sociedad que no hemos elegido, nos miran como inferiores, nos ven y nos hacen sentir como objetos”.

Utopía de la raza cósmica
A propósito de la cercana celebración de la Independencia de México, el recuerdo del “descubrimiento” de América y los próximos festejos del bicentenario revolucionario, disuelvo en el imaginario del lector el pensamiento de Miró Quesada, que mantiene una similaridad a la utopía cósmica de Vasconcelos: “La lucha por la reconquista de América es probablemente la hazaña histórica más grande que tenga que realizar el ser humano. Pero si la historia tiene sentido, la realizará. Tendrá que realizarla porque es el único camino. Reconquistar América (por los americanos) es reconquistar el mundo”.
Y ahora sí, como planteó Octavio Paz: “Toda tentativa por resolver nuestros conflictos desde la realidad mexicana deberá poseer validez universal o estará condenada de antemano a la esterilidad”, porque “la situación de México no es ya distinta a la de otros países. La crisis de nuestra cultura es la crisis misma de la especie”.
Mientras eso sucede, me impregno como un bebé en la vorágine informativa que los medios de comunicación me suministran. Y mamo la programación de los magos de la tecnología a través de sus millones de páginas en internet, los tantos canales de televisión, el infinito parloteo radiofónico, la seducción de las revistas, para ser alguien que no siempre estaré consciente de ser.

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