La primera noche del Candidato

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Sólido, el trasero parece plantarse sobre los tacones altísimos. Blancos, como los pantalones, como la camisa ceñida, hasta las uñas son de este color, pintadas en el borde y coronadas con piedras. Esta noche todo es blanco, empezando por la sonrisa del Candidato. Pero regresemos al cuerpo, seguro y desenvuelto, su portadora da órdenes a izquierda y derecha, su boca chilla, para finalmente colgar el teléfono celular. “Sabes —le dice a su acompañante en tono secreto— tuvimos una cena privadona con Él”. Su escucha (también vestido de blanco) asiente lleno de envidia y admiración. No desea más al cuerpo, le bastan las palabras.
Son los últimos minutos del jueves 29 de marzo. La noche es fresca y se cierra a medias. Las luces del centro de la ciudad no dejan del todo que oscurezca. El murmullo se va transformando en aullido. Los integrantes de la banda Rosarito, de Tonalá, sueltan un batacazo, un trompetazo y uno que otro bostezo. Del otro lado de la Plaza de la Liberación, sobre la avenida Hidalgo y frente al Congreso, descansa la banda de música de la CROC, forman un pasillo por donde llegará la cargada. Los músicos son viejos pero ensayados. Practican con desgano aunque mantienen la tensión, como de fanfarria.
“Que nuestra lideresa quite esa pancarta, que no nos deja ver el escenario”. Que mejor se quite el fiu, fiu, fiu… y ya truena la risa y las palmaditas en los hombros, en las cabezas. Los compañeros, los colegas, siempre amigos en las buenas y en los tumultos. Unas calles más allá, los autobuses se alinean: siete, ocho, nueve, siguen llegando sobre la avenida Juárez, vienen de los barrios de la periferia como Santa Cecilia y de pueblos cercanos como San Martín de las Flores. “Ejidal número…” dice la pancarta mal pegada en la defensa del turismo. Sobre la plaza, los jóvenes hacen bromas, se dan sapes entre ellos, comen papas, toman cocas o fuman un cigarrillo tras otro; algunos, pegados a sus celulares, teclean frenéticos. Casi es media noche. “Tu gente se quedó muy atrás”, le reclama uno al otro que, entre tantos teléfonos, parece un malabarista en apuros. La música comienza. El promocional del Candidato se escucha una y otra vez. Es el hombre, es el indicado, es el mejor…
Junto a una de las fuentes, un grupo animado del Distrito 11 sostiene globos metálicos con las letras del apellido del Candidato. Todos esperan ansiosos mientras comienza la cuenta regresiva. Sobre las pantallas que se encuentran a lo largo de la Plaza de la Liberación, se anuncian los spots. Luminosas secuencias muestran gente sonriente, paisajes mexicanos coloridos, esplendorosos, música emotiva y una que otra frase contundente y bien editada. Son las doce de la noche y apenas unos segundos antes de que llegue el Candidato, sobre el pasillo creado por la banda de guerra de la CROC, desfilan, juntitos, los funcionarios, los senadores, los jefes del Partido, el presidente municipal (con licencia), el viejo líder sindical, el empresario con su hijo. Uno que otro, de los “importantes”, se sale de la fila y da órdenes o felicita a los jefes de grupo: “Trajiste mucha gente, muy bien”, le dice mientras levanta el dedo en señal de aprobación. El aludido aprovecha para presentar a su pariente, un joven que apenas si levanta el rostro y luego le dice aleccionándolo: “Es el secretario particular de…” La fila india deja de avanzar, nadie podrá acercarse al estrado porque el Candidato está cada vez más cerca y la multitud se compacta. Ya se oyen los aplausos y comienza la gritadera. Son las doce de la noche más un minuto. “¡Ya lo vi, ya lo vi! Aunque está muy lejos, la verdad”.

El guión
El Candidato habla durante poco más de cuarenta y cinco minutos y en ningún momento hace referencia al Partido, su Partido, ni siquiera lo alude. Es él, en solitario: su esposa, apenas si lo acompañó brevemente al llegar al escenario y desapareció al instante, sin motivo, como en las malas telenovelas. Su pequeña figura —en blanco inmaculado— se mueve frenética, lanza proclamas a la muchedumbre. Las cámaras lo siguen, las grúas que las sostienen desprenden un sonido robótico, los periodistas en un tinglado se apretujan enfadados. Los asistentes prepara sus lamparitas (se repartieron doce mil) para cuando los llamen a iluminar la noche. Muchos hacen aspavientos frente a las cámaras. Un comentario común durante la velada: “¡Ojalá salgamos en la tele!”.
El Candidato levanta la mirada y luego la baja. El guión está en el atril. Lo sigue al pie de la letra, en su página de Internet unas horas después, se podrá leer el discurso completo con las respuestas del público (¿Por error?) incluidas:

¿Quieren cambiar a México?
VOCES: ¡Sí!
¿Podemos cambiar a México?
VOCES: ¡Sí!

Nada se improvisa. La máquina, aunque parece oxidada, funciona una vez encendida. El Candidato continúa, habla de promesas, cinco en total, y para cuando llega a la última ya está ronco, casi afónico. Una porra de Zapopan festeja hasta sus devaneos. Los silencios son la señal para gritar y aplaudir más fuerte. Continúa el guión:

Como símbolo de este anhelo de luz y de esperanza, que significa un cambio y una transformación de nuestro país, en lo que los mexicanos anhelamos y queremos, les pido que me acompañen, encendiendo estas luces de esperanza, estas luces de cambio.

Las personas prenden sus lámparas. Emocionadas, manipulan las luces que se replican por miles. Como en un concierto sin música, las frases limpias, bien limadas, se suceden una tras otra:

El pasado ya está escrito, pero a partir de hoy tenemos esta nueva luz, tenemos la oportunidad de escribir una nueva página en la historia de México. Ha llegado el momento de despertar y cambiar…

Y cambiar será la palabra más repetida en toda la noche. El Candidato la dijo en total diecinueve veces. Cambiar, cambiar, cambiar, cambiar, cambiar, cambiar, cambiar, cambiar, cambiar, cambiar, cambiar, cambiar, cambiar, cambiar, cambiar, cambiar, cambiar, cambiar y cambiar.

¡Qué viva México! ¡Qué viva México! ¡Qué viva México!

El discurso ha terminado, el Candidato abraza a su esposa e hijos, sonríe a las cámaras y se va abriendo paso lentamente. Se toma fotos, se funde en abrazos con todo el que se lo pide.
Un poco tarde, el grupo del Distrito 11 recibe la señal de su lideresa y liberan los globos. Las letras suben lentamente, y se pierden en la noche de Guadalajara:

P
í‘
A
N
E
I
T
O.

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