La pesadilla en azul

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Una buena película de ciencia-ficción debe tener por lo menos tres elementos: un robot, una pregunta existencial y efectos especiales sorprendentes. En lo que respecta al último trabajo de Ridley Scott, esta primicia se cumple con creces.
Anunciada bajo el horrible término de “precuela”, Prometeo es una cinta visualmente deslumbrante, como acostumbran ser la mayoría de las incursiones de Scott en el género. Él mismo ha señalado lo fundamental que es la escenografía para su obra, como lo explicara en una entrevista con El País: “El elemento visual es lo más importante para mí. Es lo que me afecta más directamente”.
Famoso por sus primeras escenas (como el ya clásico comienzo de Blade Runner que presentaba una ciudad de Los íngeles sumida en una noche perpetua), en Prometeo vemos aparecer una catarata prehistórica, una metáfora de la Naturaleza, toda inmensidad y fuerza, donde un “ingeniero” se inmola en un suicidio- ritual para “plantar” la especie humana.
Obsesionado con los tonos azules desde Alien (1979), Ridley Scott no abandonará este filtro durante toda la cinta. El director ha señalado que su preferencia por este color “frío” tiene que ver con su gusto hacia el lado oscuro de las cosas. Aunado a esto no faltarán la niebla, el vapor, los contraluces, todo lo que en una cinta de ciencia-ficción queda tan bien, y más para un director que, como lo señalara el periodista Koro Castellano, tiene fama de “prestidigitador de ambientes”.

El deseo de extinción
Ian McEwan escribió en un ensayo publicado en 2008, en The Guardian, que los últimos años de la era George W. Bush impulsaron una producción de novelas y películas apocalípticas como en ningún otro momento de la historia reciente. Al mismo tiempo señalaba que ante la incertidumbre provocada por el 11 de Septiembre y las siguientes incursiones bélicas, el pueblo estadounidense se había vuelto más creyente cuando no fundamentalista. Argumentaba que al salir Bush de la presidencia, dejaba un país donde el noventa por ciento de las personas decían creer en Dios; cincuenta y tres por ciento se confesaba creacionista y pensaba que el cosmos no tenía más de seis mil años de edad, y cuarenta y cuatro por ciento creía firmemente que Jesús regresaría para juzgar a los vivos y a los muertos. Tan sólo un doce por ciento creía en la evolución de las especies.
McEwan explicaba la fascinación por el Apocalipsis como inherente al ser humano, ya que si “existe un mito en la creación forzosamente tendría que haber un final de la existencia”. Y termina su ensayo con la teoría de que en una sociedad “profundamente frustrada, material o espiritualmente, habrá siempre sueños por alcanzar una sociedad perfecta, donde los conflictos puedan ser resueltos”.
Para purificarnos, primero tendríamos que extinguirnos y Ridley Scott lo sabe muy bien. En Prometeo como lo fuera en Alien, la humanidad depende de la decisión de un grupo formado por “científicos” y uno que otro empresario (con su cuota de ambición infinita). La búsqueda por el origen de la humanidad es al mismo tiempo un carrera egoísta. Los tripulantes buscan la trascendencia (filosófica o física) porque se sienten solos. Los hombres sin Dios se aferran a su razón para encontrar respuestas.
Pero al final del viaje las respuestas no llegan. Sólo queda el héroe (casi siempre una heroína) frente a la bestia. Un animal “perfecto y letal”, cuyo diseño de H. R. Giger sigue provocando esa extraña fascinación que repele. Además de la “creatura”, en Prometeo sorprende la escenografía del interior de la nave espacial de los “ingenieros”, con todas esas estructuras y efigies que nacen del concepto “biomecánico” que hiciera famoso al diseñador suizo.

Ilustrador de mundos
Si consideramos el Viaje a la luna de Mélií¨s como la primera cinta de ciencia-ficción, se puede hablar ya de un siglo de películas que han abordado diferentes aventuras futuristas. Algunos directores han imaginado mundos prístinos, otros han sido pesimistas y han elaborado sus distopías desde el principio (siempre posible) de que la humanidad tiene los días contados.
El gran precursor de las películas de ciencia-ficción como las conocemos es Stanley Kubrick. Su 2001: una odisea del espacio (1968), marcará el tono que deberán seguir las producciones en el futuro. Por lo menos aquellas que buscaban alejarse de la chabacanería y del bajo presupuesto que abundaron en las cintas de la posguerra. Por esta línea, en Prometeo se puede ver una gran apuesta por la imagen y por un sonido que ayuda a construir escenarios surrealistas. La primera media hora de la película es de lo mejor que se ha hecho en los últimos años. Verdaderas pinturas que nos ayudan a entender la formación plástica de un director que se formó con artistas como David Hockney. Junto a influencias de Kurosawa y Bergman, cada nuevo proyecto de Ridley Scott (fallido o no a la hora de contar una historia) es una gran puesta en escena. Una opera fantástica que no hace más que abordar los viejos temas que desde Mélií¨s han nutrido tanto temática como técnicamente a la cinematografía. “Yo nunca invento nada, nunca creo mundos diferentes. Simplemente los retrato. Soy un ilustrador de mundos”, señaló Scott en la entrevista a Koro Castellano.
Ridley Scott continúa con un principio que ya había sido dictado por el perturbador escritor de ciencia-ficción J. G. Ballard: “El futuro ha llegado, la pesadilla ya se está soñando”. Sus películas si bien no son novedosas en cuanto al tema sí presentan una aproximación muy personal. Para Scott, la realidad por sí misma está fuera de nuestra concepción. Nos limitamos ha interpretar el papel de víctimas, perseguidos por monstruos creados por nosotros.

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