La palabra en dos tiempos

Jerónimo Pizarro forma parte de la hermandad o constelación de traductores, editores, críticos y lectores que han hecho de Fernando Pessoa un poeta del siglo XXI, nos recuerda el autor de este texto

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Una de las pocas imágenes del poeta Fernando Pessoa

Cuando aseguramos que Petrarca, Sor Juana o Baudelaire son poetas del siglo XIV, del siglo XVII y del siglo XIX, respectivamente, quizá no reparamos en que los poetas no sólo pertenecen al tiempo en que vivieron y escribieron, sino también al tiempo en que son leídos. Hace algún tiempo, uno de mis hijos volvió de la escuela con un billete de cien pesos emitido en 1981: lo que los niños de aquel entonces llamábamos «un cienón» o «un venustiano», por figurar en él un retrato de Venustiano Carranza. Ese billete, desde luego, tuvo curso legal en otra época, no en ésta, y fue impreso con materiales y técnicas que ya no pueden considerarse actuales. Aun así, su propietario en pleno siglo XXI es un jovencito que lo atesora, confiado en que algún valor conserva todavía. Lo mismo pasa con los poemas: corresponden, por supuesto, al tiempo en que fueron escritos, pero, si son leídos, renacen en el mundo de sus lectores.

Jerónimo Pizarro (Bogotá, 1977) forma parte de la hermandad o constelación de traductores, editores, críticos y lectores en general que han hecho de Fernando Pessoa un poeta del siglo XXI. Autor de Alias Pessoa, Pizarro es doctor en lingüística portuguesa y en literaturas hispánicas, profesor en la Universidad de los Andes y titular de la cátedra de estudios portugueses de la sede colombiana del Instituto Camõens. Publicado en 2013, Alias Pessoa —libro con partes de crónica, partes de indagación sobre la figura del autor y la identidad literaria, partes de álbum facsimilar y cuaderno de traductor— es, junto con Pessoa múltiple, una antología elaborada con la colaboración de Nicolás Barbosa y publicada en 2016, acaso lo primero que de Pizarro deba leerse para entender la profundidad y la extensión de sus proyectos. Pero, apenas digo esto, me retracto: según voy leyendo, todo lo firmado por Pizarro, trátese de notas, prólogos, versiones o muestras de algún sector de la obra de Pessoa, parece regido por un mismo propósito de claridad y ambición intelectual.

¿Para qué sirve la investigación literaria? Si, por la razón que fuera, nos hiciéramos esta pregunta, leer a Pizarro nos permitiría esbozar una posible respuesta desde tres ángulos distintos, uno por cada faceta de su trabajo: en primer lugar, la exploración de bibliotecas y archivos, el rescate y establecimiento de textos, la edición genética y la edición crítica; en segundo lugar, la traducción, particularmente la del portugués al español, y especialmente la de Fernando Pessoa —si bien, como se sabe, hablar de la poesía de Pessoa es referirse a textos escritos en portugués, inglés y francés—; en tercer lugar, la edición de la revista Pessoa Plural y la coordinación de coloquios especializados, como el que tuvo lugar en abril de 2018 en Bogotá bajo el título de «Ser múltiple: poesía y despersonalización». Se me dirá, con razón, que Pizarro es todo eso, pero también, y ante todo, un catedrático y un ensayista. En mi opinión, el maestro y el escritor contienen al editor crítico, al traductor y al divulgador. Cinco tareas, en total, que no es común encontrar asociadas en la misma persona, mucho menos con la pasión y el rigor con que se combinan en Pizarro. La investigación literaria sirve, por lo tanto, para estructurar y alimentar personalidades complejas, al mismo tiempo abiertas y concentradas, como la del profesor colombiano.

El atributo de la pluralidad conviene, casi por predestinación, a un especialista en Pessoa. Leo, en la página 67 de Alias Pessoa, una cita del portugués que Pizarro data en los alrededores de 1916: «Tu alma es un seudónimo tuyo, / Dios es un seudónimo tuyo, / Deus es un seudónimo nuestro». Juntos, el alma y el dios me hacen pensar, tal vez por mera fijación hispánica, en el verso de Quevedo: «Alma a quien todo un dios prisión ha sido». En un principio incluso parecería que «alma» y «dios», para Pessoa, son sinónimos. Pero lo cierto es que la intervención de la primera persona del plural en el tercer verso («nuestro») apunta en otra dirección. Las tres líneas del apunte deben leerse a la luz del sutil juego de pronombres, personas y números gramaticales planteado entre —segunda persona, singular—, nosotros —primera persona, plural— y, por deducción, yo —primera persona, singular.

El alma no es mi seudónimo sino el tuyo, si bien ese me presupone. Dios no es mi seudónimo sino el tuyo, si bien ese , finalmente, me incluye. Si tú, alma, te das a ti misma el nombre falso de «alma», tu seudónimo, es porque tu verdadero nombre no debe decirse: algo lo inhibe o apresa. Pero la prisión del alma, llámese como se llame, no es Dios, porque Dios es otro prisionero: Dios también es un seudónimo. Acaso el alma, prisionera de un dios, ignore que también ese dios es, por su parte, cautivo de otra cárcel. Esa prisión de todas las prisiones, ¿no es acaso la identidad, que nos reduce a un ser y al nombre de un ser, impidiéndonos no sólo llamarnos de otra forma, sino también como realmente nos llamamos?

Es común repetir que la poesía, según dijo Antonio Machado a través de Juan de Mairena, es palabra en el tiempo. Ahora bien, ¿a qué tiempo se refiere semejante máxima? En mi opinión, el tiempo de la palabra poética es, al ser uno, dos tiempos: el tiempo de ser pronunciada y el tiempo de ser escuchada; el tiempo de ser escrita y el tiempo de ser leída. Jerónimo Pizarro así lo ha entendido, y una gran voz del siglo pasado ha conseguido resonar, gracias a él, en este siglo.

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