La noche que Plácido Domingo lloró

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Plácido Domingo volvió a hacerlo. Pero esta vez no pudo contener la emoción de regresar a Guadalajara, ciudad que lo vio debutar y crecer, donde cantó sus primeras serenatas, donde quiso y fue querido, y a donde —después de haber inaugurado el Auditorio Metropolitano Telmex en 2007—, volvió para dar vida a un nuevo recinto cultural: el Conjunto de Artes Escénicas. Al final de su presentación, frente a la ovación y el aplauso de un público que durante toda la noche no escatimó en manifestaciones de cariño hacia él, se hincó y luego, rompiendo en llanto agradeció el honor de que la recién inaugurada sala 1 del nuevo complejo cultural de la Universidad de Guadalajara llevará su nombre.

“Es imposible explicar la emoción de recibir este reconocimiento”, dijo con una voz entrecortada que no parecía ni la sombra del tenor que, poco antes, había concluido la noche de gala cantando “Adoro”, el bolero de Armando Manzanero, entre el entusiasmo y la sorpresa de los asistentes.

El conjunto del asombro
Plácido Domingo fue el protagonista de un evento que pareció haber sido creado a propósito para el asombro. Desde la entrada, la estructura del Conjunto de Artes Escénicas (CAE) sorprende y rebosa en magnificencia y modernidad. Una combinación de acero, vidrio y luces que guía desde la amplia explanada de ingreso hasta el vestíbulo, donde el calor de unos mármoles de origen y decoración estrictamente mexicanos, junto con un mobiliario sobrio y arreglos florales —que despedían un penetrante aroma a azahares— otorgaban un toque acogedor al hall de techo alto y tortuosas escaleras que se abren a los varios espacios que alberga el CAE: los cinco escenarios destinados para conciertos y teatro, y a las salas de cine que serán inauguradas próximamente.

En ese espacio, a las seis de la tarde del pasado sábado 21 de octubre, fue develada la placa conmemorativa, en una ceremonia a la que acudieron personalidades del mundo de la cultura, de la política y la academia; algunas en el estrado, entre otras Raúl Padilla López y María Luisa Meléndrez, respectivamente presidente del Patronato y directora del CAE, y entre los asistentes, como la actriz Ofelia Medina y el escritor Fernando del Paso.

Después de que el gobernador de Jalisco, Aristóteles Sandoval, inaugurara oficialmente al Conjunto de Artes Escénicas, el público empezó su afluencia a la sala 1, un coloso con una capacidad para mil 800 espectadores. El repiqueteo de tacones y el crujido de elegantes trajes y vestidos se multiplicaron entre pasillos, escaleras y pequeñas salitas de descanso, donde muchos asistentes deambulaban buscando su puerta de acceso en uno de los tres niveles que integran la sala —aún desconocida para la mayor parte del público.

Pero al entrar, esa confusión se vio aplacada de súbito por la elegancia y semioscuridad del anfiteatro, y por los breves y estridentes ensayos de los músicos de la Orquesta Filarmónica de Jalisco, ya posicionada en el escenario. El ambiente estaba saturado por la curiosidad de la gente y un penetrante olor a madera; la madera de Ocotlán que, como dijo Padilla López en la ceremonia, “hará que la música se deslice, nos acaricie, nos transforme”, y que recubre paredes y techos de la sala, del escenario y sus palcos, en algunos punto formando figuras geométricas —“armónicos triángulos y mágicos teclados”—, en otros respetando el grano y nudos del árbol.

Una noche de aplausos
La OFJ, que para la gala fue dirigida por Eugene Kohn, inició alegre y con brío el concierto interpretando la Obertura de “La gazza ladra”, de Gioacchino Rossini. Sin embargo, más alto sonó la ovación que recibió a Plácido Domingo, que en su primera aparición cantó “Nemico de la patria”, aria de Andrea Chénier, ópera de Umberto Giordano.

En el escenario se alternaron a y con Plácido Domingo seis intérpretes ganadores del concurso Operalia, que el mismo Domingo fundó en 1993 con el afán de descubrir nuevos talentos de la ópera y la zarzuela. Famosas arias de Mozart, Puccini, Giménez y Tchaikovski, entre otros, fueron el deleite del público, quien reconoció con aplausos y sonoros “bravo” alguna ejecución excepcional, como la de “Sous le dôme épais”, de la Lakmé de Delibes, interpretada por la soprano rumana Adela Zaharia y la mezzosoprano Nancy Fabiola Herrera. O del tenor mexicano David Lomelí, uno de los favoritos de la noche, quien en los últimos diez años ha ido construyendo una sólida carrera en recintos de Europa y América del Norte.

Plácido Domingo hacía frecuentes apariciones, en que interpretó arias de Verdi, Bizet, Moreno Torroba e incluso dirigió el “Cuarteto” del Rigoletto. Aunque no hubo 80 minutos de aplausos como la vez que interpretó el Otelo en Viena, durante dos horas fue aclamado largo y tendido, y hasta de pie, cada que  cantaba, o entraba y salía del escenario.

Hasta que cerró el programa con Sorozábal y su “Amor, vida de mi vida”: “Adiós”, cantaba Plácido, “qué triste decirse adiós”… Y parecía que, de esa forma estaba despidiéndose del público tapatío. Sin embargo, la noche aún no iba a terminar.

Aclamados por toda la sala y la orquesta a taconazos, los artistas volvieron para ofrecer otras dos interpretaciones. Y luego, cuando todo, esta vez sí, parecía haber concluido, una voz acompañó la entrada de las autoridades del CAE quienes anunciaron que ese recinto donde nos encontrábamos, a partir de ese momento llevaría el nombre de Plácido Domingo. Así, “su espíritu y dedicación al arte quedarán en esta sala”, anunciaba la voz, mientras el Rector General de la UdeG, Itzcóatl Tonatiuh Bravo Padilla, entregaba una copia de la placa conmemorativa al llamado “Rey de la ópera”.

Finalmente, éste, no obstante la edad y dos horas de concierto a cuesta, quiso entregar un último gesto de amor para Guadalajara, ciudad donde debutó como cantante cuando tenía 16 años, en el Teatro Degollado. Acompañado por un mariachi, cantó “Ojos tapatíos”, canción que, hizo la premisa, tenía 60 años sin cantar, cuando, justo aquí en la ciudad, en una esquina de la avenida Chapultepec, le llevaba serenatas a su entonces novia.

La despedida, varias veces postergada durante la noche, al final llegó, si bien no sonó a un adiós, sino a un hasta pronto: “Adoro esta ciudad, y espero regresar pronto, cantando o dirigiendo, o de lo que sea”.

La noche en que Plácido Domingo lloró, y que quedará en el recuerdo de muchos de los asistentes, aún parece no terminar.

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