La muerte de las comunidades

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Los pueblos indígenas en México están sufriendo una paulatina desaparición. Comunidades indígenas con presencia en Jalisco como los huicholes, purépechas, mixtecos, nahuas y wixárikas viven en una permanente crisis alimentaria por problemas agrarios, entre ellos sequías, robo, despojo y la degradación de sus tierras, incluso el mercado que les ha robado el maíz transgénico.
Sus derechos humanos son los más vulnerables y se refleja en la falta de escuelas para que niños y jóvenes tengan oportunidad de estudiar, de viviendas dignas y de centros de salud en los que los infantes pueden apalear la desnutrición crónica que heredaron de sus abuelos.
Especialistas en el tema alertan que estos problemas acompañados de la tala de árboles en pueblos indígenas, la nula posibilidad de un empleo y el que no existan para ellos programas sociales permanentes, han ocasionado que las familias emigren a la costa, Guadalajara e incluso a Nayarit.

Preservan su cultura
Rafael López tiene 57 años y es un wixaritari que ha estado colaborando en el acopio y entrega de alimentos y artículos básicos en su comunidad, Santa Catarina, Mezquitic, la cual tiene unos dos mil habitantes.
Rafael ha estado viajando una vez al mes a Guadalajara porque no pudo cosechar el maíz, frijol y hortalizas que sembró, a causa de la sequía que azotó a la República Mexicana.
“Siembro para cosechar y sostener a la familia. Hay mucha gente que no ha comido en cuatro días o una semana y no se sale de la comunidad porque quieren conservar su cultura”.
Comentó que el terreno donde siembran no es el mejor pero es el único que tienen. “Donde yo vivo no es terreno rentable, nosotros sembramos con estacas en las barrancas y ahí no se puede regar, no son terrenos de cultivo y ahorita la gente está sufriendo y lo siento más por los ancianos y los que viven solos”.
Ante la falta de apoyos por parte del gobierno, en esta comunidad, la Unidad de Apoyo a Comunidades Indígenas (UACI) de la Universidad de Guadalajara entregó en diciembre pasado 270 despensas, suplementos nutricionales y sueros hidratantes, 70 cobijas y 250 piezas de ropa abrigadora.
El jefe de la UACI, César Díaz Galván señaló que los donativos no son suficientes ni representan la solución a las problemáticas de las comunidades indígenas. Es necesario fortalecer la capacidad productiva de estas sociedades a través de la recuperación de sus sistemas de siembra tradicionales, por mencionar un ejemplo.
“Regenerar el tejido social, que tengan una capacidad productiva que les dé la capacidad de tener alimentos y recursos”.
Si las necesidades de los indígenas no son consideradas, existe el riesgo de que desaparezcan más pueblos indígenas en México.
“Es una pérdida paulatina para la humanidad y que no se detiene. Se pierde una forma de ver la vida, de interpretar la relación del hombre con la naturaleza y se van perdiendo los sistemas de organización social, la medicina tradicional y la tecnología productiva tradicional que no depende del diesel, tractores, herbicidas o transgénicos”.
Según datos de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, la población indígena en México en 2009 era de 10 millones 253 mil 627 personas, es decir, poco más del 10 por ciento de la población total, quienes habitaban en 871 pueblos indígenas. De estas poblaciones, casi la mitad registran un porcentaje de migración alto.
Un caso es el de Mateo Minjares Zavala, él y su familia son una de las casi 300 familias wixárika que han migrado a la zona metropolitana de Guadalajara. Originario de la comunidad de San Andrés Cohamiata, llego a la ciudad hace 16 años con el objetivo de estudiar mecánica automotriz. Desde su pueblo se trasladó en avioneta con poco menos de tres mil pesos en la bolsa y el primer obstáculo fue el idioma, en ese año sólo había unos diez wixárikas aquí en Guadalajara, comentó Mateo.
“Llegué en 1994, tenía 22 años y dormí en una casa que cobraba 30 pesos. Tuve muchas trabas de documentos, había trabajo pero pedían muchos requisitos, actas, estudios y yo tenía la primaria solamente. Tres meses sin trabajo, yo me quería regresar a la sierra pero conseguí trabajo en Nayarit en el corte de café”.
Del estudio de la mecánica durante tres años o del Vochohuichol como él le llama, estudió la secundaria y regresó a la fabricación de artesanía porque nunca pudo conseguir trabajo. Sus productos se vendían bien hasta que el gobierno de Guadalajara prohibió la venta en el Centro histórico.
Mateo Minjares está casado y tiene seis hijos. Conformó la organización Wixaritari Artistas y Artesanos Unidos en la Zona Metropolitana de Guadalajara, A.C. con el objetivo de unir a los artesanos wixárikas.
“Hay que conservar nuestra cultura. Nos hace falta mucho, lo que pasa es que los gobiernos tienen la culpa de que haiga tanta discriminación a los indígenas. Organizándonos los pueblos originarios de Jalisco vamos a hacer que la gente nos conozca y no nos discrimine”.
Ha logrado participar en diversos intercambios culturales, por lo que ha viajado a Argentina, Alemania, Italia, Francia, España, Austria y República Checa, donde conoció el proceso para fabricar la chaquira, una resina con la que hace sus artesanías.
“En estos lugares valoran más que en México”, dijo Mateo quien acepta haberse alejado de su identidad después de salir de su pueblo, porque ya no utiliza su traje habitual y sus hijos entienden pero no hablan su legua natal.
“No he perdido mi identidad pero sólo voy una vez al año a la sierra. Donde yo sé, nosotros los wixaritari somos los únicos que conservaos nuestras tradiciones, nuestra cultura, nuestra lengua porque mucha gente está perdiendo su lengua, o les da pena hablar por la discriminación, yo creo que tenemos que promover nuestra cultura para que no se pierda”.

Seres errantes
Poco a poco, nuestra cultura ha ido desplazando las formas tradicionales de ver el mundo. Los problemas de los indígenas no son nuevos y han provocado que la migración aumente, por lo que hoy en día las comunidades indígenas sólo están habitadas por mujeres, niños y ancianos. La presencia de los hombres en edad productiva únicamente es durante la temporada de siembra, comentó Díaz Galván.
“Cuando no hay siembra de temporal, la gente se sale de la comunidad. El hecho de no tener una certidumbre jurídica sobre sus posiciones territoriales les impide desarrollar proyectos que les puedan generar alguna autonomía alimentaria en el futuro. Son problemas que tienen más de 40 años y que los hace vulnerables a presiones de empresas trasnacionales e incluso a programas del mismo gobierno como las carreteras para el despojo de sus recursos”.
Una consecuencia de los problemas agrarios es la desnutrición crónica que padecen la mayoría de los indígenas, pues los adolescentes de 15 años no miden más de un metro con 20 centímetros, misma situación que viven sus padres y abuelos y que está acompañada de infecciones gastrointestinales recurrentes.
Las comunidades buscan en los centros urbanos mejores fuentes de ingresos pero sólo encuentran los llamados empleos de la discriminación. “Acaban trabajando vendiendo en la vía pública o en la obra, no son malos pero sólo pueden tener acceso a éstos por la deficiente formación educativa”, dijo Díaz Galván.
En el caso de Ayotitlán es común que los pobladores emigren a Manzanillo, Autlán o Guadalajara. Los pobladores de la zona norte se desplazan a Ocotlán o a la costa de Nayarit, en donde es frecuente la siembra del tabaco.
El censo del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), reporta como migrantes entre seis y siete pueblos indígenas cuando en realidad hay más de 40 pueblos migrantes en Jalisco. El censo no reconoce a pueblos como los choles, triquis y zoques.
“Es un censo muy parcial porque las consideraciones que se hacen del origen indígena son solamente de la lengua y existen muchas personas que ya no hablan la lengua y para el INEGI no son indígenas”.

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