La insociable sociabilidad de los hombres

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Toda cultura y todo arte, ornatos del hombre, y el mas bello orden social, son producto de la insociabilidad…

Immanuel Kant

Idea de una historia universal en sentido cosmopolita

Con el mote los rufianes decentes, fueron conocidos dos hermanos de una colonia del norte de Guadalajara que destacaban por su amabilidad y solidaridad con los vecinos, quienes sabían que, sin embargo, durante las noches realizaban actos vandálicos que ponía a temblar a cualquiera. Paradójicamente, eran bien queridos y protegidos por el vecindario porque su sociabilidad no era puesta en duda.

Diversas concepciones antropológicas suponen que los humanos somos seres sociales por naturaleza. Con dicha afirmación se pretende afirmar que los humanos, al igual que otras especies, necesitamos de los otros para poder desarrollarnos y así preservar la sobrevivencia de los individuos. En este sentido, Aristóteles suponía que el hombre era un animal político, que necesitaba de los demás miembros de la sociedad para poder construir de manera conjunta, encontrando en esta actitud el medio para la realización de las virtudes y la felicidad.

Pero afirmar la naturaleza gregaria del hombre implica distintas creencias previas: en primer lugar, supone que hay una determinación de la naturaleza en nuestra conducta; implica creer que hay una finalidad en la naturaleza y, finalmente, que la socialización es conveniente para los hombres y las sociedades. Admitir que hay una determinación de la naturaleza en el hombre que cumple una finalidad no parece ser accesible al conocimiento humano, porque en la naturaleza no encontramos evidencias de manifestaciones de una racionalidad o inteligencia; sin embargo, la conveniencia de la sociabilidad para el desarrollo de la comunidad y los individuos sí podría ser un aspecto sobre el que podemos reflexionar.

Si la sociabilidad de los hombres es por conveniencia, entonces supondríamos que encontramos un beneficio en ella. Un individuo podría ser sociable cuando acepta y acata las normas o costumbres que se presentan en su comunidad. Así, el individuo sociable podría reproducir ciertas reglas de cortesía o aceptar algunas restricciones a su conducta con el fin de evitar conflictos y mantener la armonía. Pero, ¿admitir de manera pasiva las formas sociales preestablecidas en la comunidad realmente contribuye a su desarrollo y bienestar del individuo y su entorno? Si las normas o costumbres establecidas no contribuyen a que los individuos logren desarrollarse en armonía en su comunidad, entonces la sociabilidad, en lugar de ser una tendencia o conducta conveniente, resulta contraproducente.

Una comunidad que entre sus costumbres discrimina, excluye a algunos de sus miembros, es injusta, que limita las oportunidades de desarrollo, que incita, justifica o tolera las agresiones y premia los abusivos, no parece encontrar en la sociabilidad el medio para la paz y el bienestar de los ciudadanos. En todo caso, pareciera que la insociabilidad es el medio que permite superar el estado de sumisión y malestar que padecen los excluidos de los beneficios que reportan, a unos cuantos, las costumbres y las normas admitidas.

Kant destaca a la insociable sociabilidad de los hombres como un antagonismo: “Su inclinación a formar sociedad que, sin embargo, va unida a una resistencia constante que amenaza perpetuamente con disolverla”.  Es esta conducta que lo mueve a vivir en sociedad en armonía, procurando la confección de loables realizaciones orientadas al bien, la belleza y la paz, pero al mismo tiempo denunciando y actuando en consecuencia para combatir aquellas formas de sociabilidad establecidas que oprimen y engañan.

En este sentido, las grandes realizaciones de la cultura, tales como las artes, las técnicas, las ciencias o las organizaciones políticas, que nunca son perfectas porque siempre encontramos en ellas aspectos por afinar, logran su tránsito a lo mejor a través de esta inclinación por remediar las anomalías mediante actos de insociabilidad. Pero el camino no es sencillo, ya que los beneficiarios de las incoherencias normalizadas ofrecerán resistencia para preservar lo instituido al reconocerse como garantes incuestionables del orden y la verdad.

“Sin aquellas características, tan poco amables, de la insociabilidad, de la que surge la resistencia que cada cual tiene que encontrar necesariamente por motivo de sus pretensiones egoístas, todos los talentos quedarían por siempre adormecidos…” (Kant, 1784).

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