La fiebre verde

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Cada vez son más las industrias mercantiles que se preocupan por elaborar productos que tanto en su fabricación como en su utilización favorezcan al cuidado del medio ambiente. Desde detergentes para lavar la ropa, hasta automóviles. Son los llamados productos verdes.
El origen de estos productos data de principios de la década de 1970, pues fue a finales de 1960 cuando por primera vez comenzó a evidenciarse en el mundo, a través de cumbres y congresos, una preocupación global por el cuidado del medio ambiente, comenta el doctor en Ciencias Ambientales Arturo Curiel Ballesteros, del CUCBA.
Así surgieron los productos verdes, pero con ellos surgió también el abuso de empresas en las que la denominación “verde” ha sido mera estrategia de mercado. No existían estándares ni certificación alguna que garantizaran la contribución de estos productos al cuidado del ecosistema.

Estrategia de enredadera
Algunas compañías descubrieron que a los consumidores les atraía comprar productos ecológicos. “Salieron por ahí los detergentes que les llamaban biodegradables, que según eran menos contaminantes del agua, pero en realidad no tenían nada que ver con eso… hubo también el caso de una cerveza que se autodenominaba ecológica simplemente porque el aluminio de su envase —la lata— es reciclable”.
Fue ese el motivo por el que en algunos países comenzaron a establecer los estándares para que un producto garantice al consumidor que en verdad está elaborado pensando en el cuidado del medio ambiente. “Fue en Europa en donde empezaron a realizar todo un proceso para la certificación de esos productos. Generar marcas colectivas que sí pudiesen tener un respaldo de que en verdad eran productos verdes, para evitar con esto el abuso de ese término”, dijo Curiel.
En México la situación es distinta: aún no existen tales estándares de certificación de los productos verdes. Según el investigador, el problema es la falta de disponibilidad de las industrias. “Hay que recordar que en Jalisco solamente el dos por ciento de los empresarios se interesa en trabajar por el medio ambiente”.
En contraste con el caso de México, además de Europa, un cercano ejemplo existe en Costa Rica. Ahí se evalúa la materia prima, el proceso de elaboración y las fuentes de energía; el empaque y los beneficios que pueda generar ese producto para entonces denominarlo como ecológico. Pero no sólo existen productos, sino servicios verdes, es el caso de algunos hoteles que tienen esa clasificación, donde está organizada esa estructura en pro de la naturaleza. “De alguna manera ahí sí empiezan a generarse productos verdes”.
La posibilidad de que a México llegue la certificación de tales productos y con ello la garantía de cooperar con el beneficio del medio ambiente, comenta Curiel Ballesteros que podría ser en la cuestión de productos orgánicos, que para muchos pueden ser denominados como productos verdes porque están producidos sin destruir el entorno natural de los seres vivos.
Un ejemplo es el café de sombra. “No implica destruir el bosque para producirlo y no utiliza ningún tipo de agroquímico… creo que hay una gran posibilidad solamente hablando de productos básicos, de productos avícolas. Hay de repente algunos esfuerzos, pero en la parte tecnológica es muy poco lo que se está trabajando en ese sentido, comparado con países como Suecia que está en la punta del trabajo de innovación en esos esquemas”.
Otro aspecto que bloquea el desarrollo de la industria verde en el país, según el investigador, es que no existe la distribución adecuada para que ese producto llegue al consumidor. No en todos los mercados hay productos verdes, hay que buscarlos, muchas veces en tiendas muy específicas, no muy dadas a conocer y además a un precio mayor al de los productos convencionales, que impide además que exista una cultura ecológica para consumir esos productos, una cultura verde.

Costos a futuro
El precio inmediato de un producto convencional aparenta ser más barato que uno ecológico, pero el verdadero efecto, explica Curiel Ballesteros, es completamente a la inversa. A la larga salen más caros los productos que no se fabricaron pensando en la preservación de los bosques, el ahorro de energía, el cuidado del agua o la prevención del calentamiento global. “En realidad los productos verdes no son más caros, porque a esos productos que sí dañan el medio ambiente no se les está agregando el costo que representa la restauración de ese daño”.
El investigador ejemplificó el caso con los productos orgánicos que “cuestan más porque se produce menos por unidad de superficie, pero produce con una condición de seguridad a la salud porque no tienen pesticidas. Un producto orgánico no va a tener clembuterol y por lo tanto no te va a intoxicar; regularmente no te va a engordar sino que te va a mantener en buena condición de salud… Si cuantifico el costo económico que representa el daño, las intoxicaciones que se traduce en las ausencias laborales, o el costo de restauración que implica, ahí se notaría la diferencia”.
En el aspecto económico hay quienes ven rentable la elaboración de estos productos. Algunas marcas son Coca-cola, Honda y Sony. La primera produce bebidas vitamínicas ecológicas, y las últimas dos ahorran energía. “Por fortuna ya se está detectando una ganancia para quienes se preocupan por fabricar y certificar sus productos verdes, porque se está identificando todo un mercado de consumidores que ya se está preocupando por cuidar el medio ambiente y su salud… hay alrededor de 124 compañías mundiales que están trabajando con productos verdes, porque le están apostando al mercado del futuro”.

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