La felcidad de escribir

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JMM011 131201 LOCAL FIL FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO EN GUADALAJARA, MARCO DE ACTIVIDADES Y EVENTOS EN EXPO GUADALAJARA, APERTURA DEL SAL”N LITERARIO, DIALOGO ENTRE MARIO VARGAS LLOSA Y DAVIS GROSSMAN

Una presencia invisible rondó con su peso inmaterial en la inauguración de las actividades literarias de la Fil 2013, volviendo a un encuentro ya de por sí cargado de expectativas, más emotivo, casi “más transparente”. A Carlos Fuentes estuvo dedicado este año el Salón literario, que se abrió con un diálogo entre el Premio Nobel peruano Mario Vargas Llosa y el escritor israelí David Grossman.

Desde la salida de los protagonistas se vislumbró que la plática seguiría la línea de la sincronía y el respeto mutuo entre dos personalidades que mucho tienen en común y que, entre los aplausos de los vítores de los presentes, estuvieron aplaudiéndose recíprocamente largo rato antes de acomodarse en el estrado.

Y de esta empatía y similitud, quiso empezar la charla el moderador Juan Cruz, periodista español, situando la “razón de escribir” de ambos invitados, en su infancia. Grossman dijo que empezó a acercarse a la literatura gracias a Sholem Aleijem, judío ruso quien fue el primero en escribir historias infantiles en yiddish: “Había algo en la melodía de sus historias que me atraía”.

Muy joven, en la década de los sesenta, empezó a leer de todo, cuentos, novelas y ensayos, hasta libros que no entendía, dijo, incluso sobre el Holocausto, cosa poco común en aquellos años en Israel, lo que le hizo percatarse de un secreto íntimo que empezó a crecer dentro de él: que los judíos eran una minoría. Sin embargo, dijo, se dio cuenta también que el arte era el lugar donde conviven la vida y la muerte.

Vargas Llosa dijo que gracias a la literatura su vida se abrió a varios horizontes, pero, también, “afortunadamente”, fue algo que, gracias a que su mamá le ordenara que no leyera un determinado libro, asoció desde muy temprano con lo escandaloso y la prohibición, lo que despertó en él un “gran apetito”. El libro, confesó, era Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Pablo Neruda. Y a su madre está ligada además la primera manifestación de su vocación de escritor: “Cuando me leía historias, si no me gustaba el final, lo cambiaba”. Y agregó: “La literatura me enseñó que la vida como uno la vivía no bastaba”, y que ésta además se encuentra en la vida paralela que crean los libros.

El diálogo poco a la vez se convirtió —y no podía ser de otra forma— en un homenaje al libro y a la literatura, a la felicidad de ser escritor, en la que coincidieron ambos personajes: Grossman con sus disquisiciones precisas, lúcidas, cuidadas en los más pequeños detalles e aderezadas aquí y allá con destellos de sarcasmo; Vargas Llosa desbordante, con una plática impregnada de humor, florida, fiel a su creencia de novelista que “la cantidad es un ingrediente fundamental de la calidad”. En este sentido dijo que los libros han sido la mayor influencia en sus gustos y pasiones, en particular los que definió como las “catedrales” del género novelístico, entre las cuales citó El Quijote y Los miserables, que “no sólo son grandes novelas, sino que son novelas grandes”.

Grossman dijo que “leer y escribir está cambiándonos”, e hizo una diferenciación entre leer periodismo, en que “los medios quieren darnos la sensación que todos somos uno”, y los libros, “que es un diálogo íntimo, que cada quien recibe de manera diferente”. Añadió que para él escribir “es una forma de estar en la situación, un estar con la ‘E’ mayúscula”, y que en este mundo todos tenemos que enfrentarnos a la vida, y su forma de hacerlo es escribiendo. “La única libertad posible es la de escribir tu propia tragedia con tu propia palabra”, con la que puedes hacer tuyo el mundo que describes, porque “un escritor muchas veces se siente claustrofóbico en las palabras de los demás”.

“Me da pena que no tengamos desacuerdos con David, porque para ustedes sería más divertido”, dijo Vargas Llosa entre la risa general, y agregó que mientras estaba escuchando a Grossman hablar de lo que lo motiva para escribir, “tenía la sensación que me estaba robando las palabras”.  Y luego lamentó que se esté considerando a la lectura como un entretenimiento para ocupar los domingos, y que en las universidades haya más estudiantes en las carreras científicas y menos en las humanísticas, porque sin enriquecerla con la literatura, “la vida sería un vía crucis, y si desapareciera, los deseos y la imaginación desaparecerían también”. Esto, dijo, está haciendo realidad la pesadilla orwelliana, de un mundo conformista, totalitario y poblado por autómatas.

Juan Cruz quiso tocar un tema que definió como “la escritura en tiempos oscuros”. “¿Tenemos que oscurecer un momento tan sublime hablando de política?”, dijo Grossman eludiendo, momentáneamente, la pregunta. Vargas Llosa, al tomar la palabra, explicó que de joven se formó con las enseñanzas de los existencialistas, como Camus y sobre todo Sartre, que decía que las palabras son actos, que repercuten en la vida, por lo cual “el escritor tiene una gran responsabilidad cívica”, y que escribir es una manera de cambiar el mundo. Dijo que cuando visitó Israel en los setenta, conoció a muchos escritores que encarnan este modelo pregonado por Sartre, entre ellos Grossman, del que elogió el “heroísmo discreto” con el que enfrenta y describe la realidad de Israel.

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