La estrella negra que cautivó a Guadalajara

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Los casi 25 mil espectadores que la tarde del domingo 26 de junio asistieron al partido Brasil contra Costa de Marfil, válido por el Mundial sub 17, se fueron del estadio Omnilife con el buen sabor de boca que te deja un espectacular partido de futbol. Pero sobre todo con un nombre extraño en la cabeza: Coulibaly.
Lo único que sabía era que es considerado el nuevo Drogba. Así me lo describió Abdul, un diplomático de la embajada de Costa de Marfil en Ciudad de México, que conocí la vigilia del partido en un bar de la colonia Americana.
Vestía el traje deportivo Adidas blanco y negro con el que al día siguiente lo vi sentado en la banca de su equipo, pues, como me dijo el sábado, forma parte del staff técnico de la selección.
“Estos chavos son muy buenos”, aseguró. “Le vamos a ganar a Brasil; tenemos un buen equipo. Sobre todo Souleymane Coulibaly, nuestro delantero”.
Abdul tenía razón acerca de todo, menos del resultado.
El domingo me dirigí al estadio curioso de ver jugar al “nuevo Drogba” y a su equipo. Pronto me di cuenta de que nadie compartía mis expectativas: el “verdeoro” predominaba entre la gente que se apiñaba en las tribunas y los vendedores ambulantes pregonaban únicamente camisetas y souvenirs de la selección brasileña. De Costa de Marfil no había ni siquiera una trompeta.
La ovación que acogió a los jugadores brasileños a su entrada en la cancha confirmó esta primera impresión visual. Y ellos no tardaron en recambiar las atenciones del público. Al minuto 8, Lucas, con una potente diagonal concretaba un pase filtrado de Ademilson para el 1-0 carioca.
Un señor entrecano con lentes Prada y short blanco Dolce&Gabbana—probablemente el padre de algún jugador brasileño— se regocijaba en su asiento. “¡Vamos! Embora, embora”, gritaba mientras revisaba atento su BlackBerry. El público parecía compartir su satisfacción.
Pero dos minutos después un delantero de Costa de Marfil bajó por la banda izquierda, con una pared que le concedió un compañero, se metió al área, dribló con un ágil juego de piernas digno del mejor Ronaldinho a un defensa y, de posición casi imposible, cerca de la línea de fondo, pegó un “riflazo” que se metió al arco debajo del travesaño.
“19. Souleymane Coulibaly. 6 goles en 3 partidos”, apareció en las pantallas del Omnilife. Allí estaba el nuevo pupilo marfileño. Rápido, potente, pero sobre todo con un exacerbado sentido del gol.
La felicidad de los africanos duró poco. En la segunda llegada que tuvo Brasil, aprovechándose de una defensa marfileña que en el primer tiempo lució titubeante, Ademilson puso al frente de nueva cuenta a su equipo en el minuto 13.
Sin embargo, la tarde nublada del Omnilife iba a tener su protagonista, y Costa de Marfil y el público, su héroe. Coulibaly apareció otra vez en el minuto 33, empatando el juego. El primer tiempo terminó 2-2 entre los aplausos entusiastas de los asistentes.
En el segundo tiempo sucedió lo increíble. Costa de Marfil entró a la cancha muy agresivo, y aunque había dominado también buena parte del primer tiempo, en los primeros 15 minutos le metieron un verdadero baile a los brasileños. Con buena posesión de pelota e intempestivos ataques, los africanos lograron aniquilar a los adversarios y ganarse al público tapatío.
Al 57’, la euforia llegó a su apoteosis. Tiro de esquina para los marfileños: el centro cae en el área chica, un defensa despeja corto con la cabeza y Coulibaly, sin pensársela dos veces, con una chilena de notable factura, anota el 3-2 para su selección. “19. Souleymane Coulibaly. 8 goles en 3 partidos”, reza la pantalla.
Todo el público está de pie para celebrar al delantero y su apreciable gesto técnico; menos uno: el señor brasileño, que ya dejó su BlackBerry, se queda sentado maldiciendo y despotricando, visiblemente molesto.
Costa de Marfil logró lo impensable. Consiguió romper esa suerte de chovinismo latinoamericano que caracteriza al público de Guadalajara en su amistosa relación con Brasil. Ya en el minuto setenta fragorosos “olé” acompañaban los pases entre los jugadores africanos, mientras que abucheos y chiflidos subrayaban las jugadas y los numerosos errores de los brasileños, que parecían desorientados y resignados después de la desventaja.
Hasta las reservas marfileñas que calentaban detrás de la portería intercambiaban vítores y saludos con los aficionados. Los africanos daban la impresión de poder controlar tranquilamente el resultado. Tanto que, faltando 3 minutos, el entrenador concedió una merecida standing ovation a Coulibaly, que salió aclamado por todo el estadio que se había puesto de pie. Bueno, aparte uno. El brasileño entrecano acompañó la salida de la joven estrella con un gesto poco deportivo, levantando el dedo medio de su mano derecha.
A arruinar la fiesta africana llegó el empate de Brasil en el minuto 93, firmado por Adryan. Pero la ovación final fue toda para los marfileños, cuando reunidos en el centro de la cancha y se despidieron del público que con su juego lograron cautivar. El jogo bonito lo hicieron ellos, no los brasileños. El nombre de Souleymane Coulibaly se grabó en la memoria de muchos de los presentes; muy pronto quizás se acordarán de él cuando lo vean con la camiseta del Real Madrid.

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