La dramaturgia de la trasgresión

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El teatro colombiano y el mexicano han tenido como herencia común la dramaturgia española, que definió buena parte de su escritura y montaje teatrales a principios del siglo pasado; y al mismo tiempo comparten también una reacción nacional que a mediados del siglo XX se enfrentó a la tradición proponiendo la construcción de una expresión propia. En Colombia, la creación de un teatro de autor y de conciencia nacional “dio lugar al Festival Latinoamericano de Teatro, primer festival en su tipo en Latinoamérica. Un tipo de teatro en los setenta donde incluso se quemaban banderas del Tío Sam en el escenario”, comparte Juan Diego Zuloaga, dramaturgo e historiador colombiano, quien motivado por las similitudes entre ambos países, presentó la conferencia “La dramaturgia de José Manuel Freidel en Medellín en los años ochenta. Lugar de la subjetividad”, en el Teatro Vivian Blumenthal con un auditorio pleno de dramaturgos y espectadores.

Para ambas dramaturgias, la influencia de aquel teatro de compromiso social, “una voz y un cuerpo que hablaba de los problemas y la realidad”, dio paso a otro que se distanció de lo nacional y volcó la mirada al sujeto, haciéndolo más personal e, incluso, existencial. Y fue así que en la segunda ciudad más importante del país surgió durante los años setenta y ochenta “un movimiento independiente al de la capital; que coincide con el estallido del urbanismo y el desarrollo comercial de Medellín”.

En aquella coyuntura social y cultural surge el grupo Exfanfarria Teatro, con reminiscencias del teatro universitario surgido del movimiento de 1968 en un momento de “movimiento telúrico social”, pero también con una expresión incipiente de teatro experimental aun no institucionalizado que más tarde daría paso a que la ciudad de Medellín se convirtiera en un importante referente.

Al frente de Exfanfarria, José Manuel Freidel ensaya un teatro poético que inaugura con la obra Amantina o la historia de un desamor (1975), inspirada en una imagen, casual y cotidiana, de una mujer viviendo en la calle con la que se topó cierto día y, a partir de entonces, la revistió de una historia imaginaria que tenía, no obstante, mucho de realidad. Amantina era una de las muchas mujeres campesinas que ante el despojo y la debacle del campo, se ve desplazada a la ciudad que la delega a vivir en la calle, como mendiga, ahí donde se generará mucha de la violencia con la que posteriormente será recordada Colombia.

Contestatario y trasgresor, Freidel critica la influencia de la Iglesia y la violencia histórica; observa desde la óptica humanista un mundo deshumanizado, donde “nuestra marginalidad ha aumentado y nuestro espíritu se ha crecido en la dignidad y desprecio por la pérdida progresiva  de lo humano, de lo sensible, y vemos perplejos cómo se suman a las fuerzas de la bestialidad, la voracidad comercial que todo lo que toca lo sodomiza y uniforma hasta por fin convertirnos en las fichas de un Dios perverso”.

Además de ser ideológicamente trasgresor, su teatro trascendía los límites de lo ilustrativo y lo referencial, con danza, plástica y lírica, que como “poeta maldito escribía desde el cuerpo y para los actores, desde la escena, en la escena y para la escena”. Así, surgieron obras como Las arpías (1981), en homenaje a Jean Genet, Los infortunios de la bella Otero y otras desdichas (1983), Qué jartera, qué pereza, aquí no pasa nada (1988) con cuyo título reproduce el único diálogo de la puesta en escena, Las tardes de Manuela (1989) sobre Manuela Sáenz, compañera de Bolívar como amante, guerrera y anciana;  y El padre Casafús, (1990) basada en la novela de Tomás Carrasquilla, cuyo montaje dejó inconcluso su sorpresiva muerte el 28 de septiembre de 1990. Fue encontrado en la calle con un tiro de pistola, en un momento en que dramaturgos e intelectuales eran asesinados con frecuencia sin que hasta ahora se hayan esclarecido las causas.

Un autor que hablaba “del fin del siglo a través del teatro —la Guerra Fría, el muro de Berlín, el comunismo y el capitalismo— de un siglo del desmoronamiento, desde el lugar de la subjetividad”, afirma Zuloaga, para quien el teatro de aquellos años influyó decisivamente en los actuales —como sucedió también con el caso mexicano— un teatro que persiste en el recuerdo subjetivo porque “la memoria también es olvido y tiene muchos vericuetos”.

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