La divagación como modo de vida

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Por el apego que cultivó a la vida silenciosa, por esa indiferencia del mundo para con su persona —como lo escribió Jaime Sabines en un poema—, hace recordar a Fernando Pessoa. Incluso físicamente se le parecía al poeta portugués: gruesos anteojos redondos, sombrero y bigotito recortado. De sus contemporáneos no supo nunca gran cosa, porque poco le importó el ambiente que lo rodeaba. A esas vueltas les sacó la vuelta una y otra vez. Llevaba una existencia en extremo meditabunda, poniendo siempre el ojo en aquello que parecía nimio, oculto casi a la vista de los demás. En las tareas del escritor una fija es allegarse objetos para incorporarlos en su escritura, descubrir escenas e imágenes para abrir un horizonte propicio para los nudos y conflictos de sus cuentos y novelas. Y Efrén Hernández, lo escribió Alí Chumacero en “Imagen de Efrén Hernández”, especie de prólogo a sus Obras. Poesía, novela, cuento, encendía “con la palabra objeto tras objeto”. Lo apodaron Tachas, en honor a aquel cuento homónimo que publicara en 1928 y que lo diera a conocer en todo el país.

Las tachas, en el barrio, hacían referencia a las drogas, a las pastillas oscuras que producían alucinaciones y, en los últimos tiempos, a la cocaína. “¿Trajiste las tachas?”, era la expresión común entre quienes consumían y aquellos que de un modo casi secreto las distribuían en esquinas y callejones. El contrabando, el sigilo entre los tratantes contribuyó a mitificar en la calle ese vocablo, tachas, a tal punto que aún se le utiliza como clave para pertenecer a ese submundo de la venta y el consumo, a fin de mantenerse alejados de la vigilancia policial.

Tachas es, en el cuento de Hernández, primero una pregunta insistente que hace un maestro en clase y después un motivo para la divagación sobre la condición humana y sus implicaciones. “¿Quién va a saber lo que son tachas? Nadie sabe siquiera qué cosa son cosas, nadie sabe nada, nada”, reflexiona el protagonista del cuento. Y va más allá: “No puedo decir lo que soy, ni siquiera qué cosa estoy haciendo aquí”.

Pero no únicamente en “Tachas”, también en Cerrazón sobre Nicomaco y Un escritor muy bien agradecido está presente este denominador común: la divagación. En “Cerrazón sobre Nicomaco. Ficción harto doliente”, que bien pudiera calificar como una novela corta, Nicómaco Florcitas, por un dolor amoroso pretendía “mandarlo lejos todo; a la tiznada todo, todo lo que se aprieta adentro, o expresarlo”.

Impelido por esta gradación dolorosa, Nicomaco, a quien más adelante apodan Estrellitas, se da al vagabundeo mental y de pasos, movido por “infrapensamientos, sueño y frío”. Avanzado el relato Nicomaco se halla en una encrucijada, cosa que se la hace saber al lector (otro atributo de la prosa de Hernández, quien constantemente establece un diálogo sabroso y barroco con el lector): “Y no me hagáis el feo… de nacimiento estoy a medias cuerdo. Soy el medio loco que nació para acabar de enloquecer”.

En uno de sus últimos cuentos publicados, “Un escritor muy bien agradecido”, la divagación vuelve a escena por medio de un escritor-burócrata a quien le hacen un encargo del todo misterioso y extraño: debe llevar, con premura y eficacia, un paquete al ministro. Tarea inestimable, dada solamente a unos pocos. El texto comienza haciendo una distinción entre el día y la noche, a propósito de que la historia transcurre por la noche, o en una oscuridad que quizá no sea natural pero sí total.

Chumacero asienta que Hernández era un divagador y que, al igual que Ángel de Campo Micrós, “suele descubrir en la palpitación de lo nimio, en la pequeñez de la vida cotidiana, el temblor de la existencia”. Lo descrito en este par de cuentos y en esa novela corta harto doliente, se acomoda a lo que Juan Rulfo escribió del autor: “La literatura de Efrén es como su rostro fue algún día: profunda, nerviosa, exacta y única”.

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