La diosa mancillada

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Qué es lo que en algunos seres nos permite sentir el umbral de las cosas, el principio del espíritu? Yo supongo vagamente que bien podría ser el sentido de intimidad. ¿Pero hay espacio para la intimidad en un cuerpo, en un corazón habitado por un enorme dolor? Quiero decir, ¿hay un espacio para sentir la intimidad en esa voz?, ¿esa que ahora canta a mí oído? La negra hermosa es Billie Holiday. Su vida es la de una diosa desgarrada, la de una beldad destrozada, mancillada y, en todo caso, sometida.
La vida de la diosa es el símbolo del dolor, de la desgarradura de una raza —la suya—, de la desgracia en su esplendor. Al escucharla más bien parece que un ángel ha bajado de lo alto del cielo y canta. Su arrullo habita en un terreno baldío, inédito, sombrío y yermo. Lo único que existe es ella, su tierna y grata figura y, sobre todo, su voz. Nada más. Quizá también el profundo dolor revelado en canto. Ella constituye un símbolo.

Una extraña flor en Nueva York
Mi única referencia de una voz de negra —escuchada en vivo— es la de Celia Cruz. La oí grandiosa, llena de vida, mas nunca encontré la intimidad hallada en ese arroyo fugitivo, efímero, sorprendente y casi personal, como escuchado en una enorme urbe. El cristalino torrente y la ciudad bien podrían llamarse Billie Holiday. Pero todo es una ilusión, pues Holiday, pese a que su extraordinaria voz se abrió en Filadelfia en 1915 (donde recibió el nombre de Eleanora Fagan Gough), no es exactamente una tesitura que provenga de una urbe, sino en todo caso de los campos, del profundo territorio del sur, donde su gente cantaba para sobrellevar la tristeza, el dolor y las torturas a que fueron sometidos a lo largo de siglos.
Todavía con el nombre de Eleonora, Billie Holiday pasó su infancia en Baltimore (allí fue humillada y violada a los 10 años). Luego escapó con su joven madre hacia Nueva Jersey (el posible procreador de la cantante los había abandonado cuando Eleonora era una bebé), para florecer de nuevo en la Gran Manzana. Donde su mala estrella —la de brillos claroscuros y filos helados y punzantes—, pronto la llevaron a servir, junto a su madre, en labores domésticas. Como el dinero no alcanzaba, su figura se dibujó en las oscuras calles de Nueva York, en 1927, allí a los 12 años ejerció la prostitución, lo que le dio una múltiple forma de mirar el caos…
La ciudad y los ojos que la miran. La ciudad y sus enormes construcciones. La ciudad que describieran Federico García Lorca, Paul Morand o John Dos Passos, no fue la misma que vio Eleanora Fagan Gough, pues una misma geografía presenta y representa a los distintos ojos (y percepciones y vida) una modalidad muy distinta. No fue la New York que Paul Morand vio durante la Gran Depresión de 1929; no fue la Manhattan de Dos Passos, descrita como un gran reportaje; no fue la mirada de Poeta en Nueva York, de García Lorca, vista y luego descrita en versos durante su estancia como estudiante de la Columbia University, entre los años de 1929 y 1930.
Tal vez, alejado del deslumbramiento de Morand y de las cúpulas sociales de Dos Passos, la voz de Billie Holiday se reconoce más en el grito de cristales que se rompen en el concreto de las enormes construcciones neoyorkinas de García Lorca. Hay un acercamiento mejor entre el cantar de Holiday y los poemas del andaluz, pues García Lorca se metió en las entrañas de los bajos fondos y pudo capturar mejor la vida que transcurría en las esquinas, en los suburbios, bajo los arbotantes públicos, donde la cantante se prostituyó. El poeta vio cuando “…la aurora llega y nadie la recibe en su boca / porque allí no hay mañana ni esperanza posible…”, ya que “el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas / al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros…”
García Lorca dijo en el papel y el aire de la Nueva York de 1929:

…yo no he venido a ver el cielo.
He venido para ver la turbia sangre,
la sangre que lleva las máquinas a las cataratas
y el espíritu a la lengua de la cobra.

En 1933 los rayos claroscuros de Billie Holiday comenzaron a volverse azules, pues ya descubierta su voz de cantante, ésta después de recorrer distintos clubes de música, fue escuchada y obtuvo su primera nota en los diarios y un contrato para la disquera Columbia. En las radios por vez primera se escuchó con “Your mother’s son-in-law”.
Hay una oscura historia en torno de la cantante. Esa que ahora parece que a cada frase no volverá a lanzar su voz. Su desastrosa vida a temprana edad la llevó a la marihuana, a las drogas psicoactivas. Ligada en matrimonio con el mafioso Louis McKay, declaró su bisexualidad y mantuvo relaciones con mujeres. Después de cada concierto –afirman– apetecía consumir fuertes dosis de heroína y ser sodomizada.
Lady Day, como fue conocida, murió a los 44 años (en 1959); su íntima y extraordinaria voz permanece callada desde entonces en el cementerio Saint Raymond, en el Bronx de Nueva York.

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