La devastación de Haití

545

Después de tres semanas, todavía resulta increíble el grado de destrucción que dejó el terremoto del 12 de enero en el pequeño y empobrecido país caribeño. La tragedia en Haití es difícil de concebir: más de 200 mil muertos y otros tantos heridos; tres millones de damnificados y dos millones sin hogar; 500 mil habitantes han abandonado la capital. En términos económicos: la pérdida del 20 por ciento de los empleos y una caída del 60 por ciento del PIB, además de la destrucción de la infraestructura de comunicaciones, de electricidad y suministro del agua, por enumerar sólo algunos datos de la devastación.
En medio de la tristeza, del sufrimiento y desesperación del pueblo haitiano, se abre paso con muchas dificultades la distribución de la abundante ayuda internacional. Y con escasa maquinaria se están removiendo montañas de escombros, junto con miles de cuerpos de habitantes que fueron sorprendidos por el terremoto en sus casas o trabajo. Paradójicamente, la limpieza de las calles será un paliativo ante el grave desempleo, ya que se dará trabajo temporal a miles de desocupados.
La devastación ha provocado la movilización de millones de personas en todo el mundo para recabar ayuda en especie y en fondos. Son miles de expertos, ingenieros, técnicos, médicos y rescatistas los que están cooperando para auxiliar a los damnificados en esta tragedia. La destrucción exige la coordinación de múltiples empresas, organizaciones gubernamentales, civiles y religiosas que van a trabajar por la recuperación económica del territorio haitiano, apoyando directamente a las comunidades y a los movimientos sociales en las acciones de reconstrucción y en la generación de emprendimientos productivos.
Si bien lo prioritario es que la ayuda llegue a los millones de necesitados, desde un principio el gobierno de la Casa Blanca, acompañado principalmente de Canadá y Francia, se ha puesto a la cabeza en la estrategia de reconstrucción. Esta situación cuestiona la soberanía del Estado y la capacidad del gobierno haitiano para administrar la ayuda internacional y para orientar la reconstrucción y el futuro desarrollo. El punto crítico es que Estados Unidos ha desplegado en la zona 20 mil soldados, 20 buques de guerra, un portaviones nuclear, 124 aviones, 60 helicópteros y más de 200 vehículos militares.
El papel de la Organización de las Naciones Unidas ha sido por demás relevante. Pidió 575 millones de dólares de urgencia para adquirir víveres, material médico, agua y tiendas de campaña para ayudar a los desamparados del terremoto, mismo que ocasionó la muerte de parte de su personal en la capital haitiana.
La ONU tiene en el país caribeño, 12 mil 500 efectivos de varios países. Desde mucho antes del sismo, la presencia de los cascos azules de la ONU en Puerto Príncipe se justificaba por la violencia dominante en las calles, al grado que se calcula que para mayo de 2005, aproximadamente 10 mil haitianos habían sido asesinados.
La Unión Europea prometió más de 600 millones de dólares para subsanar la tragedia. La Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), integrada por varios gobiernos latinoamericanos de izquierda, aprobó un plan de ayuda para la reconstrucción de Haití, que abarca aspectos sanitarios, energéticos, financieros y educativos, al tiempo que ha criticado la presencia de fuerzas militares extranjeras.
Directamente los miembros del ALBA han cuestionado los motivos, la autoridad, los propósitos y la permanencia del ejército estadunidense, que ha ocupado el país no sólo para entregar y coordinar la asistencia, sino para controlar los motines y prevenir un éxodo masivo de haitianos hacia costas norteamericanas.
Tras el movimiento telúrico, el gobierno de René Préval parece haber sido marginado por los militares americanos. No obstante, el presidente y el primer ministro de Haití han justificado la presencia de los marines como necesaria para garantizar la recuperación, la estabilidad, la seguridad y la reconstrucción a largo plazo. Contrariamente, los críticos manifiestan que los objetivos de la asistencia humanitaria son diferentes a los objetivos de los militares, y que el pueblo necesita ayuda y no asistencia militar. Sin embargo, los representantes del Pentágono aseguran que trabajan bajo la dirección, aprobación y autorización del gobierno de Haití.
El gobierno nacional haitiano también se derrumbó con el terremoto. No es casualidad, porque desde siempre la inestabilidad política, los golpes de Estado, las sangrientas guerras civiles, las cruentas intervenciones externas, las feroces dictaduras militares y las violaciones generalizadas a los derechos humanos, han sido características de este pequeño país. Además, los principales partidos políticos son organizaciones débiles, sin capacidad para dar estabilidad política al país ni para garantizar la gobernabilidad democrática.
La hecatombe viene a complicar la situaron de una nación que padece un ancestral subdesarrollo y donde la mayoría de la población vive en condiciones de marginalidad. La economía haitiana depende en buena medida de las remesas, de los préstamos extranjeros y de la cooperación internacional. En 2006, al gobierno de René Préval se le prometió un paquete de ayuda por 750 millones de dólares para recuperar la economía del país. Haití exporta apenas 49 millones de dólares, mientras que importa 1, 375 millones de dólares. El café es el principal producto de exportación.
En este contexto resulta incierta la capacidad del gobierno de René Préval para dirigir el enorme esfuerzo político y social que representa levantar un país devastado. Es de esperar que de las ruinas dejadas por el terremoto, emerjan nuevos líderes que orienten la acción de una sociedad civil que no sólo reconstruya, sino que promueva vigorosamente el desarrollo del país. La reconstrucción incluye la formación de un nuevo gobierno democrático y popular, que sea capaz de crear un Estado que vigorice de nuevo a la nación.

Artículo anteriorPrograma de Estímulos al Desempeño Docente 2010-2011
Artículo siguienteEl controvertido aborto