La depresión de Stefan

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Unas sentidas líneas, escritas a su primera esposa, Friderike, fueron el cierre de la basta obra de uno de los más grandes escritores austríacos anteriores a la Segunda Guerra mundial. En su carta pensaba en sus hijos, pero sobre todo en su trabajo literario sin terminar, ya imposibilitado por la tristeza y la rotunda depresión.
“Cuando recibas esta carta estaré mucho mejor”, le indica en el escrito a su ex mujer. Luego se fue diluyendo en las palabras, hasta encontrar las quejas: “Tú tienes a tus hijos y con ello una tarea en la vida; tú tienes intereses varios, una inquebrantable energía. Estoy seguro de que alguna vez vivirás mejores tiempos y comprenderás porqué mi pesimismo me ha impedido aguantar más. Te escribo estás líneas en mis últimas horas. No te puedes imaginar cuán aliviado me siento desde que tomé esta decisión. Dales recuerdos cariñosos a tus hijos de mi parte y no sufras, recuerda siempre cómo he admirado a Joseph Roth o a Rieger, que supieron evitar el sufrimiento”.
Stefan Zweig, había ido a Petrópolis, en el Brasil, para encontrar el sosiego, pero esa terrible guerra se la llevó él.
Había nacido en 1881, y durante al menos una década fue una de las voces más leídas en toda Europa. Le bastaron diez años para lograr convertirse en un escritor de primera línea, y emigrando partió al continente americano para evadir su destino ante la persecución nazi, pues había alzado su voz para protestar en contra de la intervención alemana durante la conflagración de Hitler. Como judío, le esperaba la crueldad sufrida por millones de personas que fueron asesinadas en los campos de exterminio.
Su obra tuvo su esplendor entre 1920 y 1930. Se relacionó con Romain Rolland, Hermann Hesse y Pierre-Jean Jouve. Thomas Mann y Max Reinhardt lo tuvieron en una alta estima. No se equivocaron al considerarlo uno de los mejores prosistas de comienzos del siglo XX.
Entre sus mejores trabajos se hallan La confusión de los sentimientos (1926), Veinticuatro horas en la vida de una mujer (1929), Fouché, el genio tenebroso (1929), y las excelentes biografías-ensayos contenidos en La curación por el Espíritu (1931). Sus libros fueron prohibidos durante el periodo nazi. Su obra más conocida, la biografía de María Estuardo, fue llevada al cine en Estados Unidos.
Su muerte vino casi de inmediato una vez escrita la célebre carta, y se inundó, desde entonces (22 de febrero de 1942), de sospechas, pues se aduce que nunca realizaron las autopsias y se pueden todavía encontrar en la red las dramáticas imágenes en que él y su entonces esposa permanecen abrazados en la cama, en un rictus de muerte; los hechos ocurrieron en un país donde gobernaba Getúlio Vargas, quien se mantuvo en el poder durante cuatro largos periodos de la historia de Brasil, y a quien se le reclama el posible “asesinato”.
“Cuando recibas esta carta estaré mucho mejor”, había dicho Stefan Zweig en la misiva. Reiteraba su asco y su agotamiento ante la agresividad bélica: “Y finalmente está la guerra, esta guerra que nunca termina, que todavía no ha alcanzado su peor momento. Soy demasiado débil para aguantar todo esto, y la pobre Lotte no lo ha tenido fácil conmigo, sobre todo porque su salud ha empeorado también”.
“Cuando recibas esta carta estaré mucho mejor”, resulta desgarradora si se le mira su fondo: ¿cómo puede estar mejor alguien en las manos de la muerte, en el silencio, cuando su vida –y su espíritu– fueron elevados con toda la fuerza por la escritura? ¿Solamente alguien que se debe al lenguaje, al pensamiento, reconoce que en la muerte encontrará el consabido silencio de donde surgen esas entidades del espíritu? ¿Stefan Zweig había ido a Petrópolis huyendo de su Destino? ¿O en realidad había ido a encontrarlo?
Del silencio su obra completa volvió a resurgir en el castellano de los años ochenta y noventa, y fue leído con fruición en México y España, y ha vuelto al olvido de nuevo…
“Ten coraje, ahora sabes que estoy tranquilo y feliz” –concluye en su última línea escrita a su primera mujer.

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