La del estribo con el licenciado

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Desde antes de las siete de la noche ya habían llegado espectadores. En la estrada del auditorio Telmex se encontraban amigos que se saludaban y platicaban experiencias pasadas. Otros se fotografiaban, y otros simplemente esperaban. Estaban los que citaban y seguían el tour por las redes sociales y trataban de predecir el “check list” de esta noche.
Caminaban y llegaban, se hacían pequeñas filas en los accesos. En cada fila yacían vestigios del hoy, del ayer reciente y de lo que ya se había convertido en leyenda. Había ventas de camisetas, tazas, vasos para “caballitos”, texanas. Todo anunciando al Licenciado Cantinas. Con los asistentes que iban llegando, en las camisetas que portaban se encontraba Flamingos, Las Consecuencias, Helville De Luxe. En los que mostraban su piel, el símbolo de los Héroes del Silencio. Grabado por siempre en el hombro izquierdo.
Dentro del Telmex, el sonido local daba la bienvenida y decía las reglas del juego. Los asistentes se mantenían en sus asientos.
Así transcurría el primer concierto de la gira 2012, que promociona el nuevo disco del músico y cantante español Enrique Ortiz de Landázuri Yzarduy, mejor conocido como Enrique Bunbury, en la ciudad de Guadalajara.
Aproximadamente a las 8:35 de la noche, la euforia empezó. Los músicos que acompañaban a Bunbury aparecieron en escena y el auditorio se oscureció. Un grito de emoción invadió el inmueble y las cuerdas de un contrabajo empezaron a iluminar el Telmex con sus notas. En ese momento algunos sectores del auditorio ya estaban de pie: tocaban El cielo, el mar y tú. Al terminar, Enrique, como lo vitoreaban los asistentes, salió. Con un traje rojo y el perfil de un recién titulado. El Licenciado Cantinas invadió de furor a los espectadores.
“Es un placer de verdad estar esta noche con todos ustedes. Venimos con algunas canciones cantineras para mostrarles, canciones melancólicas para los corazones solitarios… esperamos que el repertorio que escogimos para esta noche sea de su agrado”.
Esa noche todo pasó: rechiflas, aplausos, chicas simulando tocar una guitarra y el músico que con más de 45 años de edad y un gran repertorio de canciones, jugaba a los duetos con un público que no le costó trabajo entregarse, desde la bienvenida hasta el punto final, en que Enrique se despidió de los “tapatíos y tapatías”, de rigot, ya sólo con un saco en color rojo y mostrando en su hombro un tatuaje con los vestigios de lo que fueron los Héroes del Silencio décadas atrás.
La primera melodía que paralizó a los asistentes fue “Sí”, del mítico disco de Flamingos. Sin embargo, el dueto esperado durante toda la noche, llegó con melodías como “Infinito”, “Una canción triste”, “Aunque no sea conmigo” y “Sácame de aquí”.
A mitad del concierto, cada persona se mantenía espectante y cada que terminaba una canción, el coro de “Enrique, Enrique” se volvía uniforme, se escuchaba como una auténtica plegaria. Las melodías duraban mucho y al terminar parecía que no duraban nada. Así se fue yendo una tras otra y cada pista, hasta llegar al “Hombre delgado que no flaqueará jamás”, en la que el músico originario de Zaragoza dejó el escenario por primera vez en la noche.
A pesar de que el ídolo ya se hubiera despedido, nadie se movió de sus asientos. Sólo algunos para recargar el vaso y llenarlo de cerveza. Esa noche todos se sentían en una cantina. “Comper, gí¼ey, antes de que regrese”, pedía permiso un asistente para salir a comprar cerveza, previendo que Bunbury estaría en cualquier momento allí, frente a todos nuevamente.
La cúspide llegó cuando el músico español saludó a todos los de la zona más alta del auditorio. Pidió que la iluminaran y justo después de verles las caras, les dedicó la mejor canción que pudo haber tocado. La que lleva años siguiéndolo y la que marca el vestigio de los Héroes del Silencio. Las guitarras empezaron a sonar y todos gritaron y brincaron de sus asientos. En ese momento comenzó el mejor dueto de la noche: Bunbury y su público cantando “Apuesta por el rock ‘n roll”.
A la salida, algunos de los fanáticos vieron que de entre los palcos salió el alcalde de Guadalajara, Francisco Ayón. Fuera del Telmex, todos sonreían, todos aún coreaban. Pasaban los carros en el embotellamiento generado al término del concierto y aún se escuchaba la voz de Enrique, aunque esta vez salía de los autoestéreos.

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