La cultura a expensas del mercado

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El cambio climático amenaza a la cultura mexicana. La pobreza que generaría no tiene que ver con la que actualmente existe en la nación. Si la temperatura sube dos grados, será imposible el cultivo del maíz. Sin éste no habrá país, afirmó Lourdes Arízpe, doctora en antropología social por la London School of Economics and Political Science e investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
“Más vale que nos pongamos las pilas y empecemos a pensar en serio sobre cultura y su relación con la sustentabilidad y su lugar en el mundo. Lo malo es que ni siquiera hemos empezado a definir la relación entre los dos términos”.
Señaló que hay que repensar la cultura, no sólo reformular programas. Este es un reto gigantesco y entre más demoren en concretizarlo, más pequeño se quedará el Programa nacional de la cultura.
Lourdes Arizpe y Néstor García Canclini, profesor distinguido del Programa de estudios sobre cultura urbana, en la Universidad Autónoma Metropolitana e investigador de excelencia en el Sistema Nacional de Investigadores (SIN), participaron en la mesa Política internacional e industrias culturales, dentro del análisis del Programa nacional de cultura, que organizó el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades.
La ponente aseveró que es difícil formular un Programa nacional de la cultura, porque los cambios son muy rápidos en los procesos culturales. De ahí la necesidad de reformular la política cultural, para que esté al día.
Néstor García Canclini indicó que tal parece que las políticas entienden por cultura algo diferente de lo que ésta significa en la sociedad mexicana. Por eso hay instituciones culturales que caminan como sonámbulas.
“No es fácil entender esta desconexión como un simple anacronismo o inercias burocráticas. Es como si publicaran las investigaciones, las trajeran a las ferias, pero no las leyeran… o quizá las leen, pero pensando en otra cosa”.

El peligro de la mundialización
En los primeros momentos de las políticas neoliberales se quiso desregular todo, incluida la cultura, para que no hubiera barreras contra la expansión del mercado. Esto ocasionó, por ejemplo, que en algunos países los sitios arqueológicos no resguardados por una institución nacional, se abrieran a que las compañías de turismo operaran como quisieran. Así, en un juego de pelota de un sitio maya, en Centroamérica, fue construido un hotel, indicó Lourdes Arizpe.
Esta clase de apertura ocasiona que las políticas culturales estén dando bandazos entre lo que es un bien o un contenido cultural que puede ser usado para el turismo, para abrir mercados, para producir otro tipo de artesanías o bienes de consumo.
En medio de esta tensión predomina una situación de peligro para el patrimonio monumental. El mercado, por ejemplo, nunca se preocupará de que la lluvia ácida esté deteriorando los sitios arqueológicos mayas. De esto tienen que encargarse instituciones como el Instituto Nacional de Antropología e Historia.
Ocurre como con Dios
Con el programa cultural sucede lo mismo que con Dios: no se sabe si existe, agregó Néstor García Canclini.
El académico indicó que hay un desencuentro entre la investigación de la cultura y las políticas culturales. Durante décadas esto dependió con demasiada frecuencia de las ocurrencias de los funcionarios, mientras los debates sobre esas cuestiones derivaban de los intereses de los artistas, escritores, empresarios o grupos de poder cultural.
Durante el sexenio pasado en Conaculta y otros organismos públicos reapareció la investigación sobre la cultura. Sin embargo, ha atraído poco la atención de los funcionarios públicos.
“A pesar del valor económico y sociocultural que estos estudios evidencian, no existe en México un observatorio que correlacione estos datos entre sí. Sólo existe un sistema de información cultural en Conaculta que realiza estadísticas, pero no tiene personal y presupuesto suficiente para efectuar investigaciones amplias o encargarlas a las universidades y establecer comparaciones con datos de distintos estudios”.

Cultura intangible
Lourdes Arizpe añadió que se pierden muchas manifestaciones artísticas y artesanales de las comunidades tradicionales, lo que antes se llamaba folclor. El patrimonio intangible no sólo es la china poblana, el charro y las culturas indígenas.
En México de pronto hablan de las culturas indígenas, cuando existen muchas otras. Por ejemplo, una cultura tapatía, que le da cierta identidad y presencia a los habitantes de esta tierra. Lo mismo puede afirmarse de la cultura jarocha. En los dos casos hay que resaltar la magnífica música que han creado: los mariachis aquí y los huapangueros en Veracruz. Estas dos manifestaciones son mexicanas y a la vez regionales. “¿Por qué dejarlas a un lado frente a las culturas indígenas? También las culturas regionales tienen derecho a existir, a expresarse, a seguir sus tradiciones”.
Los mexicanos, que somos producto de un mestizaje, tenemos formas de ser y símbolos que nos identifican. Hay que salvaguardar el patrimonio cultural intangible y eso no lo puede hacer una política cultural. Eso lo debemos hacer todos, desde abajo, en los municipios, los pueblos, etcétera, concluyó la investigadora.

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