La biblioteca del saxofonista

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La guía que lleva a la Biblioteca del barrio es una música ligera que camina por las calles e ilumina la vía. Todo se vuelve sencillo: subes por avenida Guadalupe y, al pasar el Periférico, das vuelta a la derecha en la primera cuadra. Al primer entronque das vuelta a la izquierda y subes una cuadra. Pero las indicaciones se vuelven perdidizas y uno camina de manera casi inconsciente; sin embargo al escuchar el saxofón largo que canta desde las faldas del Cerro del Colli —y que vuelve a Luis Enrique Ortega a una suerte de flautista de Hamelín, que llama a niños a que acudan al lugar señalado—, uno encuentra la entrada de la biblioteca José Revueltas.

Como un niño más, giro en la esquina de la calle Colima, y a unos diez metros de distancia encuentro la figura que abraza al saxofón y lanza notas al aire que me lleva hasta allí, donde me encuentro con Ortega, un promotor cultural que estudió Letras hispánicas en la UdeG y que hace poco más de tres años, en una charla casi guajira con algunos amigos suyos, ideó un proyecto de una Biblioteca Comunitaria que tuviera las facilidades de prestar libros, que fuera encaminada a los niños del barrio y en que se llevaran a cabo talleres de cultura. Hoy el espacio cumple tres años.

“A mí me encanta la periferia, toda mi vida he vivido en la periferia y pues tengo mucha identidad, sé lo que se sufre a veces no tener luz o no tener agua, esta estigmatización de los demás sectores, el estar hasta cierto punto marginado”, me dice Luis, a quien los niños que visitan la biblioteca llaman Quique y quien argumenta que todo comenzó con la impartición de talleres de lectura, literatura, teatro y ahora se han extendido hasta temáticas como la salud bucal.

“Todo es cultura —define— nos dimos cuenta de eso y de que todos pueden aportar un granito de arena. Hemos dado talleres de títeres y próximamente se impartirá uno de reparación de bicicletas. Lo que buscamos es lograr que los niños que nos frecuentan sean autogestivos, que sepan hacer de todo un poco. Nos hemos dado cuenta de que los niños que vienen son niños que pueden ser competentes con cualquier otro, son niños que se están formando integralmente; por ejemplo, el lunes escuchan literatura, el martes se les habla sobre higiene bucal, y después cine. Su cerebro está recibiendo información que les será de mucha utilidad”.

El rincón parece una pequeña cueva donde los niños pueden explotar su imaginación. En un cuarto de unos cinco por cinco metros viven unos dos mil quinientos títulos que se reciben a través de donaciones, hay un proyector, un busto del Quijote y del techo pende un pequeño aeroplano apenas comparable con el de los hermanos Wright y que se quedó detenido en el tiempo amarrado con un par de hilazas.

En el cuarto siguiente unos diez niños juegan, un grupo pequeño a la Lotería y otro al Memorama: “Quique nos hace juegos, eso me gusta mucho —platica Romina, una niña de nueve años de cabellos castaños claros que dice haber llegado a las cinco de la tarde— es que me gusta pasarme el tiempo aquí leyendo, me gusta leer cuentos”. Luego indica a una compañera, y dice: “Ella es bien lista, en la escuela sacó puro diez en el examen”.

La niña señalada se llama Mariana, es una chica tímida de ojos grandes y cabello lacio, sus dientes se asoman a través de su boca y parece que le cuesta trabajo hablar. Dice que no va mucho a la biblioteca, pero que sí le gusta estar allí de vez en cuando: “Estamos en la escuela que está aquí abajo, ¿sí la conoces? —preguntan en coro—. Se llama Lázaro Cárdenas del Río. ¿A poco no la conoces?, si está bien fácil llegar, a veces me voy sola…”, comenta Mariana.

“Lo que buscamos es una autosustentabilidad —comenta Luis Enrique— cuando yo entré a estudiar Letras yo quería dedicarme a algo más estirado, pero poco a poco me di cuenta de que me gusta esto: la gestión, el estar con la gente, el tener proyectos. Yo trabajo en muchas cosas, estoy aquí y allá, también trabajo en un programa de la UdeG que se llama Letras para volar y en una asociación de títeres que se llama La coperacha, todo eso me ha ayudado, he logrado estrategias aquí y las comparto allá, y así. Todo me complementa”.

De repente recuerdo la música de saxofón que nos llevó a encontrar la Biblioteca del barrio José Revueltas, le pregunto a Luis Enrique si sabe tocarlo y desde cuándo; me dice que apenas está aprendiendo, se ríe, me comenta que la idea es aprender un poco más de todo, para eso mismo llevárselo a los niños, me quedo pensando en la música que nos guió y en el flautista de Hamelín. Me pregunto si seré un ratón o un niño. Lo único que me respondo es que ellos todo el tiempo celebran la cultura, y entre historias, todos los días celebran el día mundial del libro. Todos los días son niños y son ratones.

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