La Ausencia y el verso

662

Nezahualcóyotl (1402-1472), sexto señor de los chichimecas y segundo señor de Tenochtitlan, en su poema “Un recuerdo que dejo”, preguntó con relación a la muerte: “¿Con qué he de irme? / ¿Nada dejaré en pos de mí sobre la tierra? / ¿Cómo ha de actuar mi corazón?”
El español Jorge Manrique (1440-1479), por similares fechas escribió su multicitado poema “Coplas a la muerte de su padre”, en el que corrobora lo que todos constatamos con asombro e impotencia: “cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando”.

Paula Alcocer habla de la muerte
Paula Alcocer escribió dos de sus poemarios acicateada por la muerte: Poemas y Muerte en junio. Además, en Entre la fiesta y la agonía, ésta es trasfondo con simulacros de flor: la rosa.

Orfandad del fruto
“El tiempo de los pájaros” fue la maternidad, antes y después del embarazo. Canción que circula en el vientre. Espera que ovaciona a la vida, que la acurruca para evitarle sobresaltos. Recepción con gozo, júbilo y palabras de bienvenida.
De este lapso de tiempo y espera resultó la transformación, material de fundamentos, claustro en que anida el futuro y el presente, la diferencia entre el potencial de la ternura y dejar al mundo sin testamento. La esperanza abre los ojos de quienes esperan y del esperado. Entonces la vida reta a la muerte, o mejor dicho, la pospone.
En Poemas, la magia transformadora recibe el nombre de madre, nacimiento y desarrollo del hijo. Embeleso, gozo y felicidad que devienen a noche profunda cuando el destino trunca el árbol desde su raíz y le susurra una “Canción de la madre sin hijo”: “¡Luna dormida en mis brazos / que se me volvió de sal!”, porque “mi niño era de espuma / y se regresó a la mar”.
La madre sin hijo deambula huérfana de frutos.

Antes de la desecación
Entre la fiesta y la agonía, una flor, la rosa, es el símbolo de lo que gira, de la rueda que abandona los caminos: olor cuando fresca y deshojada. Perfume no obstante su marchites. Vigilante que lee un epitafio. Rosa-llaga, cuyo lenguaje es el de la fugacidad que promete la resurrección aunque el muerto esté vivo. Herida reciente o cicatriz: morir es dar un paso a la memoria, que tal vez resurja en una flor disecada.
Para Entre la fiesta y la agonía los anhelos están divididos: bebemos la copa del júbilo sin conseguir una total ausencia de lágrimas; la soledad nos acompaña y la muerte es un “ataúd de plomo que llevo entre las manos”; voy y vas de la vigilia a la emigración, contándole a los meses sus años de angustia, con máscaras y palomas dentro de una fecha baldía.

Morir en junio
Muerte en junio marca la separación del ser querido, y entonces el calendario queda huérfano: íbamos a edificar con flores y aves el entorno, con niñez y risas la felicidad. Ahora se resquebraja el futuro.
Este poemario descubre la partida de ajedrez que el invencible juega sin que logremos detener sus jugadas. Es un experto por contener la eternidad en sus decisiones.
Apenas escribimos un recado con las indicaciones para el corazón, llega la muerte a decir exilio en terruño propio, compás de espera al iniciar la alegría.
La muerte del esposo deja que este y los junios restantes sean vividos en soledad, en ausencia del ser amado, porque a pesar de abandonos, “el corazón vuelve siempre / donde su amor ha caído”.
Junio-mortaja más allá de la mortaja, ya que morir es un paso definitivo fuera de nuestro control; junio-rememoración, esquela, pésame, vestuario luctuoso y enseguida el silencio de los días, emprender el camino con otra mutilación a cuestas; junio-ciprés, árbol más cadavérico que otros, gendarme que custodia cementerios, especie de saeta con “hálito de tumbas”; junio adioses sin retorno, ceniza que desparrama el viento.
Así vio y sintió ese junio Paula Alcocer. Días que hablaron al corazón con sufrimiento. A mitad de año, de emprender la caminata por la vida, con la ilusión en los ojos y en los pies.

Más sobre la autora
La voz de Paula Alcocer inició madura, aunque ella la considere párvula al titular de esta forma sus primeros pasos en la poesía.
Desde su primer libro, Párvula voz, poemario de 1949, encaró las preocupaciones sociales: la fatiga de los trabajadores, la amargura del México empobrecido, la incógnita en el llanto de su niñez…
En su discurrir poético, el dolor habla por sí mismo. Esta mezcla de angustias antes que grito, suscitó una toma de conciencia en Paula Alcocer. Para decirla de manera pertinaz, en ocasiones con desesperación, pero siempre con la cercanía del testimonio.
Los temas que después serán una constante en su poesía, ya prefiguran en Párvula voz: la maternidad hecha canción, el sufrimiento personal asumido a plenitud, la ausencia en compañía, el binomio vida-muerte, y como una relación cotidiana, su vivir entre flores, aves y mar.

Artículo anteriorCarlos Cortés
Artículo siguienteConvocatorias Becas / UDGLA