La alucinación de la esperanza

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Un año atrás, por estos mismos días de abril, Eduardo Galeano hizo una declaración a los medios que conmovió, porque él mismo cuestionaba su libro Las venas abiertas de América Latina, que le dio universalidad por el discurso en contra de la dominación de la mayor parte del continente americano a cargo de las grandes potencias económicas del mundo, en una suerte de colonización evolucionada y permanente: “No sería capaz de leerlo de nuevo. Caería desmayado. Para mí, esa prosa de la izquierda tradicional es aburridísima. Mi físico no aguantaría. Sería ingresado al hospital”.

La semana pasada murió Galeano a los 74 años. Si hizo o no esa relectura de su texto no importa. Lo terrible es que lo que hubiera podido angustiarlo más al final de sus días fuera la lectura de la realidad actual, la que da tanta vigencia a las palabras que escribió en aquella obra hace más de cuarenta años: “La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder. Nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos América Latina, fue precoz: se especializó en perder desde los remotos tiempos en que los europeos del Renacimiento se abalanzaron a través del mar y le hundieron los dientes en la garganta. Pasaron los siglos y América Latina perfeccionó sus funciones […]Pero la región sigue trabajando de sirvienta. Continúa existiendo al servicio de las necesidades ajenas, como fuente y reserva del petróleo y el hierro, el cobre y la carne, las frutas y el café, las materias primas y los alimentos con destino a los países ricos que ganan consumiéndolos, mucho más de lo que América Latina gana produciéndolos”.

Ahora que el escritor y periodista falleció, no faltan los homenajes, pero tal vez se olvida que aquel libro de izquierda en su momento fue prohibido en Argentina, Chile, Brasil y Uruguay, y que en aquellos años setenta, con una América Latina entre dictaduras, Galeano fue preso y después exiliado. Cómo no tendría entonces aquella visión fatalista que parece sólo haberse barnizado de modernidad: “Para quienes conciben la historia como una competencia […] Nuestra derrota estuvo siempre implícita en la victoria ajena; nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para alimentar la prosperidad de otros”.

Así, no es que el año pasado Galeano haya traicionado sus ideales sobre aquel libro que se convirtió en la biblia de la izquierda latinoamericana, pero sí hubiera deseado tener mayores conocimientos de sus temas, y seguramente haber podido emprender tal labor de manera más sencilla: “Intentó ser una obra de economía política, sólo que yo no tenía la formación necesaria. No me arrepiento de haberlo escrito, pero es una etapa que, para mí, está superada”.

Eduardo Galeano es considerado uno de los grandes intelectuales recientes, pero antes de abrazar el oficio de la escritura tuvo tantos otros disímiles, como el de obrero de fábrica, dibujante, pintor, mensajero, mecanógrafo y cajero de banco que, sin embargo, le dieron un sustento realista de la vida, de su pensamiento. Por ello nunca se ufanó de la erudición o impacto de sus textos, antes bien los vio como un deber ético pero sin mayores pretensiones personales. Así lo decía en 1974 en una carta a un editor mexicano al rechazar una propuesta para que escribiera un texto sobre el fascismo latinoamericano: “Yo no soy sociólogo, ni historiador, ni economista, ni nada. Mi trabajo como periodista y ensayista se ha limitado a la divulgación masiva de ideas ajenas y de datos que el sistema esconde al público no especializado. Al servicio de esta tarea, oficio militante de denuncia y contra-información, he puesto una cierta habilidad para narrar, aprendida en los fogones de Paysandú y en las mesas de los viejos cafés de Montevideo. Y eso es todo”.

Y pese al desaliento de aquellos o estos años, Galeano jamás dudó de la fuerza de las letras. Cuando en Las venas abiertas se detiene a meditar si “¿tenemos todo prohibido, salvo cruzarnos de brazos? La pobreza no está escrita en los astros; el subdesarrollo no es el fruto de un oscuro designio de Dios”, habrá también que recordar lo que dijo en un ensayo sobre cultura y literatura en 1980, sobre que ésta sí es capaz de modificar la realidad: “Olvidamos a veces, que la esperanza se moriría de sed sin las alucinaciones y las quimeras que nutren la creación humana […] La literatura, que se dirige a las conciencias, actúa sobre ellas, y cuando la acompañan al intención, el talento y la suerte, dispara en ellas los gatillos de la imaginación y la voluntad de cambio”.

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