Juan Villoro

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Juan Villoro (Ciudad de México, 1956), es —sin lugar a las frases comunes— un autor imprescindible en la literatura y el periodismo, capaz de nadar por el ensayo, el cuento, el teatro y el artículo; pero, sobre todo, en la crónica, que lo ha hecho narrador de su momento y de su tiempo. Evidencia sin la que como él dice, no podría captarse el sentido de la realidad. Hay quienes lo señalan como el heredero de Monsiváis, mas con impulso propio y original se ha hecho camino con una pluma precisa y a la vez seductora. Este año la FIL lo recibió con el Homenaje Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez, personaje del que aprendiera el engranaje y la valoración periodística que le dio temple en el oficio de una escritura que sigue buscando asombrarse.

Presentó un nuevo libro en la FIL que reúne algunos de sus textos en treinta años. ¿Qué ha cambiado en Juan Villoro en este tiempo?
He perdido mucho pelo, me he vuelto más viejo. Creo que he aprendido algunas cosas al escribir, pero también uno siempre tiene el temor de perder la capacidad de asombro y la frescura. Es difícil hacer balances, por eso el libro sirve un poco para ello. Y me pareció interesante reunir mis cuentos de manera inversa, empezar con los más nuevos e ir llegando hasta el más antiguo, porque no creo que la trayectoria de un escritor deba ser vista como una posible evolución darwinista, en donde se va superando a sí mismo y pasa de ser un protozoario a convertirse en una criatura inteligente; esta progresión lineal casi nunca existe. En cambio las crónicas las conjunté de manera azarosa, porque en sí mismo el género es un registro del tiempo, pero en un volumen se pueden utilizar como si estuvieran sustraídas a él y barajarlas en distintos momentos.

Ha dicho usted refiriéndose a su oficio: “Uno espera que todo lo que ha escrito sea relevante”.
La ilusión de quienes escribimos y publicamos es que eso no haya sido en vano. Sería absurdo decir “ya tengo este libro, pero ojalá los lectores lo ignoren y lo olviden”, más bien pensamos que ese gesto debe poder establecer contacto con los otros; al mismo tiempo debemos ser suficientemente autocríticos para saber que no todo lo escrito ha dado en el blanco, mucho menos lo que hemos escrito en los periódicos que a veces fue provisional, transitorio, casi un primer borrador sin llegar a la versión más adecuada.

Este año recibe el Homenaje Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez. ¿Qué le significa, sobre todo por la experiencia que tuvo de trabajar al lado del escritor de Los indios de México?
Trabajé con él durante dos años en el proyecto de un periódico. Fue una especie de maestría en periodismo lo que recibí. Yo era el más joven del grupo y, por lo tanto, el que más tenía que aprender; conocí a grandes periodistas, y leyendo a Fernando Benítez, siempre he encontrado un escritor sumamente interesante, especialmente en la crónica etnográfica. Además, Fernando fue un gran promotor y director de suplementos culturales. Cuando mi padre empezó a publicar, él dirigía los principales. Cuando yo empecé a publicar, él dirigía el suplemento “Sábado” de unomásuno, y posteriormente el de La Jornada, que luego dirigí yo. Entonces me siento en una tradición. Me da mucho gusto estar asociado con su nombre. Y me ha tocado participar en cuatro entregas del homenaje como comentarista: en la de García Terrés, en la de José Emilio Pacheco, en la de Vicente Leñero y en la de Roger Bartra. De modo que es un acontecimiento familiar que defiende las cosas que me interesan.

¿Para qué sirve el periodismo cultural, y más en México?
Todo buen periodismo debería considerarse cultural, en la medida en que esté bien escrito y que represente la realidad de manera cabal y en que establezca contactos entre zonas de lo real que no se han tocado. Un buen periodista debe revelar aspectos de la política que no son netamente políticos, sino que son aspectos religiosos, psicológicos, económicos, literarios; la gastronomía, el urbanismo, la tecnología, y todo tiene que ver con la cultura. Con excesiva frecuencia se piensa que la cultura es una simple derivación de la cartelera, pero es más amplia de lo que le atribuimos, y es una parte muy importante del periodismo, aunque hoy en día —especialmente de México, porque en otros países no es así— tenga una muy pobre valoración.

¿En qué estado está el periodismo en nuestro país?
Muy mal, porque México tiene ahora un periodismo muy cobarde respecto a sus propios recursos, no desata todas sus posibilidades. Se cubre de manera cada vez más reducida las noticias, para tratar de imitar la información en línea, que es necesaria, pero el periodismo escrito en medios impresos debería reforzarse. Si vemos que en Argentina hay tres o cuatro suplementos culturales de primera fila, que publican cuarenta páginas de discusión intelectual, nosotros nos hemos quedado rezagados. Es un momento muy dramático, en donde el periodismo se concibe como un negocio y nada más.

Pero es recurrente que se alegue que la gente no quiere dedicar mucho tiempo a la lectura para reducir los suplementos.
Es una paradoja, porque el gran bestseller para niños es Harry Potter, que son varios libros extensísimos, las grandes novelas de éxito son trilogías como Millenium o Los juegos del hambre. Cuando se ve que eso es lo que se lee masivamente, se sabe que por supuesto a la gente le gusta leer lo extenso.

Acerca de la labor periodística, en alguna ocasión usted hizo referencia a la frase de Steiner que dice: “El hombre acorralado se vuelve elocuente”.
La presión de entregar es un obstáculo, pero que puede ser visto como uno creativo, porque todos tenemos un papel sensor en la conciencia. Tenemos prejuicios, miedos, queremos quedar bien, sabemos que hay cosas que debemos decir y otras que no; sin embargo la urgencia de escribir suprime este tribunal interno y nos permite ser más libres, porque no nos queda más remedio. Es como llegar a las tres de la madrugada a la casa con la  corbata en la frente, con una mancha de lápiz labial en la camisa, y pregunta tu mujer dónde estuviste. En ese momento te vuelves un autor de ficción instantáneo, y empiezas a mentir con una capacidad que no sabías que tenías dentro de ti para salvar el pellejo.

¿Existe una manera correcta de hacer el periodismo?
La ética con la verdad, que es una categoría subjetiva porque todos pensamos de una forma que tiene que ver con los nervios, los prejuicios, las prenociones, mas debemos de buscar una verdad en la que no haya pruebas en contra. Todo periodismo debe ser apasionado y por lo tanto imposible de neutralidad. Pero una cosa es tener pasión y otra militancia, porque muchas veces te distorsiona y obedeces a una razón de barricada de partido, de Estado, de mesa de redacción, que no es la propia y eso es grave. Sin embargo, el periodismo se ejerce en condiciones impuras. Decía Vázquez Montalbán que lo más importante es saber quién es el dueño de tu periódico, porque ahí están los intereses que hay que proteger y no se pude ir contra ellos.

¿La literatura y el periodismo se escriben por inconformidad?
Sí, porque el mundo nos queda a deber explicaciones. ¿Por qué pasa lo que pasa? Hay una imperfección explicativa, y tenemos que agregarle estas explicaciones, ya sean científicas, sociológicas, antropológicas o periodísticas. Es la manera de captar el sentido de un mundo que por sí mismo no lo tiene.

¿Qué sentido tiene la literatura en el contexto actual en México?
El mismo que siempre ha tenido, pero el compromiso de captar la realidad se mantiene. Pero sería autoritario pensar que todos los escritores deben tener un compromiso social. Cada escritor se relaciona con el lenguaje de la manera en que cree que lo puede ejercer. A mí me parece muy legítimo que un poeta esté encerrado en una torre de marfil, y escriba maravillosos poemas místicos o amorosos; necesitamos ese tipo de experiencias. En lo personal, como escribo crónicas, no he querido cerrar los ojos a la realidad que compartimos; he querido ser testigo de mi tiempo. Pero no pienso que todos tengan el mandato de hacerlo. Y también sería ingenuo pensar que un libro cambie la historia, aunque sí contribuye lentamente a modificar la idea que tenemos de la realidad.

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