José Manuel Aguilera

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“El fuego de la memoria” encierra de muchas maneras el pasado y el presente de La Barranca. Hace veinte años, el grupo liderado por José Manuel Aguilera comenzó una trayectoria que lo mantiene como un referente para el rock hecho en México, algo que le confiere un merecido festejo a través de esta gira que también significa el reencuentro con antiguos colaboradores. Así, más que una celebración por dos décadas de existencia, La Barranca prefiere apartarse de la nostalgia y situarse como una agrupación productiva. Fatalis, el nuevo álbum de Aguilera y compañía, es un testimonio de la inquietud por seguir creando música.

Anunciado por el cantante como un concierto largo, que estará dividido en tres partes, el festejo musical tendrá como marco el Teatro Diana, el próximo 19 de junio. Una presentación que significa la antesala a la edición en vinilo de El fuego de la noche, disco que sintetiza los propósitos de sonido y composición de los primeros años de La Barranca.

Después de dos décadas, ¿cómo puede evitarse caer en la nostalgia y centrarse exclusivamente en el aquí y el ahora?  
No me interesa caer en la nostalgia. La banda nunca ha sido así, no puede ser así, por su misma historia, por cómo se ha desarrollado y por cómo sigue operando. Lo importante es que La Barranca está viva. Si algo tenemos que celebrar es que no sólo llevamos veinte años de existencia, sino dos décadas de producir música. Indudablemente hay una parte de celebración, porque es un momento de volver atrás y reconocer todo el trabajo que hemos hecho. Digamos que es en esa dirección hacia dónde van los ánimos.

En tu papel de líder del grupo y la relación con los distintos colaboradores, ¿cuál es el resultado de esta manera de trabajo dentro de La Barranca?
La banda tiene la posibilidad de recibir diferentes intereses y personalidades musicales que de distintas maneras han podido sumarse a la ideas. El resultado está en el repertorio y en los discos que hemos hecho a lo largo del tiempo. También es un momento de darnos cuenta de que en La Barranca existe una cosa espiritual que tal vez sería muy difícil tratar de poner en palabras. Además, todo está vinculado con el nombre del grupo. La Barranca a fin de cuentas es un repertorio de canciones con las que la gente se ha identificado en diferentes momentos.

¿La presencia de México en las canciones del grupo continúa siendo algo importante? 
Pertenezco de alguna manera a una generación de músicos que tenían esa preocupación por la identidad. Es algo que estaba en el aire y que compartía, más allá de una consigna. Lo más natural es que un músico hable de lo que le toca, de su entorno, para poder reflejar esas circunstancias. Siempre me interesó la cuestión de la identidad, pero no como consigna chovinista, sino que esa búsqueda de identidad tiene que ver con una cuestión artística, una parte indisoluble entre una y otra. El artista tiene que hablar de lo que sabe, y de lo que puede hablar. Por supuesto que me interesa decir lo que sucede a mí alrededor, porque es lo que determina quién soy, y también determina cómo suena la música que hago. Aislarme de eso me parecería un ejercicio muy artificial.

¿Cuál es tu percepción como músico en un grupo que se distingue por la resistencia?
Todo continúa siendo un aprendizaje. Mi metáfora preferida de la música es el mar. Ningún marinero, incluso el más experimentado, puede decir que conoce todo el mar, que lo domina, que no le tiene miedo en cierto momento, y que no ha sido arrastrado por las olas. La música tiene esa inmensa posibilidad: el aprendizaje continuo. La Barranca es un lugar que está en muchas partes. En México hay barrancas por todos lados: pequeñas, grandes, hermosas, majestuosas y difíciles. La Barranca es un lugar virtual, un lugar musical en el que funciono como el guía que conoce más el terreno. Me veo como un vigilante.

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