Impulsos de sexo y paranoia

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La pornografía ha permeado en la cultura pop de una manera definitiva. Las formas en que se ofertan y consumen imágenes, asociadas a productos y estilos de vida, en donde la excitación corporal está de por medio, representan un mercado que crece cada día, especialmente por el impacto que ha tenido en la web.

Naief Yehya, crítico cultural y ensayista, expone en Pornocultura —su libro más reciente—, un panorama actual del tema, además de cuestionar sin tapujos sus repercusiones. ¿Somos, acaso, una cultura tan obsesionada con el espectáculo que hemos hecho de la muerte y la tortura un divertimento más?, pregunta el escritor.

Yehya, uno de los pioneros en analizar este tema en el mundo hispanoparlante, dice: “Escribir este libro, implicó, entre otras cosas, ver cientos de imágenes espantosas, un interminable flujo de visiones crueles, atroces y desesperanzadas”.

El autor explica que es imposible reducir el género pornográfico a aquellas representaciones que tienen como fin último la autosatisfacción del espectador. Advierte que si bien es posible separar la producción especializada y directamente masturbatoria del resto de las creaciones, obras y representaciones que, incidental o marginalmente, pueden producir un efecto de excitación; es necesario entender la pornografía como un fenómeno cultural poroso, una influencia y un género hasta cierto punto abierto, tanto a asimilar nuevas convenciones, como a impregnar la mediósfera con sus lugares comunes, estilos visuales, parafernalia e incluso con sus narrativas.

Sexo y paranoia, placer y ansiedad, deseo y miedo son los principales impulsos que recibimos del constante bombardeo de mensajes en los medios electrónicos, esa dualidad enciende nuestras pasiones y nos mantiene excitados y alerta, curiosos en permanencia y consumiendo con voracidad, explica Yehya.

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