Huir del panzazo

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En la colonia donde vive Armando Cano, un niño de nueve años, abundan los “malandrines”, como él los llama. Su calle no está pavimentada y carece de alumbrado público. Las pipas que surtían de agua a las casas de ladrillo y cemento, ya no son necesarias, gracias al sistema de agua potable introducido en la colonia hace un año. Antes, sólo había agua en un río que también arrojaba una delgada espuma blanca y un fétido olor. Hoy continúa sin saneamiento.
“Ta bien fea mi colonia, porque hay puros malandrines, puros rateros. A mi mamá una vez la asaltaron. Cuando va a salir uno, le ponen la pistola en la panza, en la cabeza o donde sea”, cuenta con naturalidad Armando. Él vive en una colonia ubicada cerca del cruce de Periférico y carretera a Chapala, en el municipio de Tlaquepaque, llamada Las liebres.
Son las 12:45 horas del martes 7 de febrero. En las calles de terracería Emiliano Zapata en su cruce con Venustiano Carranza, en Las liebres, aparecen dos antiguos camiones de pasajeros, uno blanco y otro color verde limón, conducidos por don Rubén y don Manuel, respectivamente. Llevarán a la escuela a 100 niños desde Las liebres, La duraznera y El órgano, colonias vecinas, hasta el centro de Guadalajara. Ahí los espera la Escuela primaria urbana 56 María Bancalari. En una hora recorrerán un largo camino por carretera y llegarán a la primaria que les presenta una realidad menos dura que la que visualizan en donde viven y duermen.
Estos 100 niños no estudian en su colonia ni en otra cercana, porque al igual que en las calles, en las escuelas de su zona predomina la delincuencia e inseguridad por parte de pandillas formadas por menores. Además, el nivel educativo es bajo por la inasistencia de algunos maestros, mientras que otros se presentan, pero con bebidas embriagantes, según comentan los padres de familia y los propios pequeños.
“Vengo a estudiar aquí porque allá los maestros no enseñan bien las clases y te retrasan. El maestro siempre se iba a la dirección a platicar y a nosotros nos dejaba planas, cuando yo ya iba en segundo. Aquí es una escuela que está chiquita, pero son estrictos. En la otra me agarraban a palazos y pedradas y los hombres peleaban a las niñas”, dice Armando. Cursa tercero de primaria y de grande quiere ser chofer de la ruta 380 o de la 644.
En la misma colonia que alberga el Tutelar de Menores, la calle donde vive Emanuel Alejandro, estudiante de quinto año de primaria, también está “llena de cholos”, igual que la escuela donde estudió los primeros cuatro años.
“Mi cuadra y la colonia está llena de cholos. Como el jefe de los cholos vive en frente, ahí se juntan. No sé si fuman o toman. También rayan con graffiti. Las primarias están muy feas, hay mucho vandalismo. Por ahí robaban a niños los marihuanos. Por eso me cambiaron de escuela”.
Afuera de la casa de Emanuel no hay un parque o áreas recreativas. Sólo pandillas que pelean con otros grupos los fines de semana. “Que los ‘18’, que los ‘13’ y sabe quién. Fuman y se pelan contra otros y luego sale en el periódico que mataron a balazos a sabe quién”.
Aunque los niños acuden a la escuela del centro en el turno vespertino, desde antes de las 11:00 horas del día comienzan a prepararse. No hay tiempo para jugar y menos en la calle, dice Kevin Adrián, de ocho años y habitante de la misma colonia.
“En mi colonia hay un lugar que le dicen ‘las tablitas’, porque diario se juntan drogadictos que ahí andan en una tienda donde una señora les da drogas. Lo he visto cuando me asomo a la azotea de mi casa. Veo que guardan cosas, como bicicletas y las cambian por dinero, para no acabarse la marihuana. Así es mi colonia”. A inicios de la primaria estudiaba en un plantel de Las liebres, donde “los niños eran peleoneros, decían majaderías y no respetaban a los maestros. En María Bancalari hay menos niños. Allá había 40 o 50 y aquí somos 18. No dicen majaderías y la maestra está atenta”.
De día, la vida en las calles de La duraznera es común y tranquila. No se aprecia nada distinto a otras colonias marginadas. La vista es desolada, abunda la tierra y los baldíos con basura y escombros. A niñas como Alejandra, estudiante de tercero de primaria, le da miedo salir de su casa.
“Mi mamá dice que mi escuela María Bancalari está bien, que me voy a educar más que en las escuelas de mi casa en Las liebres, donde hay mucho marihuano, señores mugrosos y borrachos que andan afuera de la escuela. Me da miedo y por eso casi no salgo a la calle. Cuando juego con mis amigas se meten a mi casa”.
A unos meses de pasar a la secundaria, Ricardo ya sabe que cuando sea grande quiere manejar un avión. Dice que es un trabajo similar al de su papá, quien conduce tráileres a Estados Unidos. Así ya no viviría en la colonia donde nació. “Mi colonia es media feilla, hay pocas casas y muchos marihuanos que a veces se pelean en las calles, y en las esquinas se avientan piedras. Por donde yo vivo hay puras piedras y un río que apesta”.
Diagnóstico escolar
En estas zonas urgen escuelas seguras y con maestros que asistan a clase, psicólogos, trabajadores sociales y profesionales que acompañen a los niños a lo largo de sus estudios, solicitan los padres de los 100 niños de estas colonias marginadas. Ellos invierten 75 pesos a la semana para pagar el transporte por cada uno de sus hijos. Son albañiles o choferes de tráilers, trabajadores de empresas de traslado de valores, aseo y limpieza en casas, entre otros oficios. Son los “ricos de la colonia”, en comparación con la situación de otras familias. No obtienen grandes recursos económicos y hacen esfuerzos extraordinarios con el objetivo de brindarles una mejor educación a sus hijos, reconoció la investigadora del Departamento de Salud Pública, del Centro Universitario de Ciencias de la Salud (CUCS), Silvia León Cortés, quien realiza psicodiagnósticos infantiles con estos niños.
Uno de los casos es el de la señora Paty, ama de casa y auxiliar de la cooperativa de la urbana 56 María Bancalari durante las tardes y de un kínder por las mañanas. Con lo que la apoyan en estas escuelas y lo que consigue con la venta de bufandas y gorros, y la recolección de cobre de los cables, cartón y periódico, labores en las que sus hijos le ayudan, es posible que los mantenga y les pague el transporte. Comenta que prefiere sacrificarse en lugar de arriesgarse.
“Esta escuela tiene mejor calidad en educación. La de allá no me gusta: hay demasiados niños, pocos maestros y no les dedican atención. Andan mucho los niños en la calle. Son muy groseros, se golpean, se maltratan y se avientan las mochilas”.
De los 107 alumnos de la primaria del centro de Guadalajara, 100 provienen de las colonias Las liebres, El órgano y La duraznera. En clase, los principales problemas de los niños son de aprendizaje y de conducta, explicó la docente del plantel, la maestra Mago.
“Niños desatendidos, con problemas de aprendizaje, de conducta y severas dificultades económicas, son los problemas más atenuados y los padres hacen sacrificios para tenerlos aquí. Allá están rodeados de delincuencia y vandalismo, y las escuelas están muy saturadas.
Al traerlos, los padres se preocupan por la educación de sus hijos, arriesgándose todos los días en un viaje de una hora de venida y otra de regreso”.
La Primaria urbana 56 no es diferente a las demás. Tiene seis salones y un pequeño patio al centro del plantel, en donde improvisan una cancha de volibol. La particularidad es que a cada niño se le habla por su nombre y en cada aula el trato es personalizado, gracias al reducido número de alumnos.
El maestro Juan Carlos Ramos, encargado de la escuela primaria, resalta el esfuerzo que hacen los padres de familia de las colonias marginadas. “Aquí los padres sienten que sus hijos están teniendo una educación de calidad, aun con el sacrificio que significa, porque son colonias de un nivel económico bajo, donde ves a niños o adolescentes fumando marihuana en la calle y en donde los cuerpos de seguridad no hacen nada. Son niños más humildes que los niños de ciudad, pero considero que como padres de familia, principalmente los que tienen niños en estas escuelas, deben buscar los medios para que los maestros cumplan, porque conozco casos en los que el profesor llega al salón de clases con bebidas embriagantes. Si los maestros que están en esas colonias fueran responsables, estos niños no tendrían que viajar dos horas”.
Madres de familia como la señora Hortensia García se encargan de viajar en los camiones que trasladan a los niños a su primaria. Su hijo Édgar viaja en el camión, junto con otros 49, porque en las primarias de Las liebres “hay pandillerismo hasta con los niños”.
“Cuando me casé llegué a Las liebres y se me hizo medio feo. La escuela de ahí está muy despoblada, tiene mucha inseguridad y se inunda. Los niños tienen que cargar con sus banquitas a donde les fueran a dar la clase. Aparte, a diario se pelean las pandillas. Como a las 12 de la noche se oye el corredero y hasta balazos. Los niños chiquitos son bien groseros. Desde esa edad se les ve el pandillerismo, porque seguido traen palos. Está muy fea la inseguridad, porque a diario está bien oscuro y despoblado. Ni luz ni patrullas, sólo pasan los policías, porque está cerca el Tutelar de Menores, pero no vigilan”.
El trabajo de su esposo como empleado le permite hacer el esfuerzo de pagar el transporte. “Es un sacrificio, porque uno vive al día, pero preferirnos hacerlo así, arriesgarnos en la carretera a Chapala que es peligrosa, pero el chofer es muy consciente y nunca hemos tenido ningún problema”.

Próxima parada
Mientras conduce su camión blanco enmarcado por un letrero que dice “turismo”, don Rubén Sedano demuestra su alegría al recoger a cada niño en las siete diferentes esquinas destinadas como paradas. Los gritos y el alboroto de los niños no lo estresan. Choca la mano con cada uno, mientras les pregunta si llevan lista su tarea. Es la tercera parada y don Rubén nota la ausencia de íngel y Alejandro, quienes no están en la esquina habitual. Los cuida como si fueran suyos.
“Los papás buscan lo mejor para sus hijos. Es un sacrificio y de pasadita es una fuente de trabajo para mí a mis 45 años. Dicen que no les gustan las escuelas que hay en su colonia y para mí es una responsabilidad. Trato de traer bien la unidad, con su póliza de seguro y nada de venir estresado. Me gusta hacer este trabajo, a pesar del tiempo que le invierto, porque vivo por el auditorio Benito Juárez, pero trato de darles lo mejor de mí”.
El problema de que los niños de colonias marginadas tengan que trasladarse hasta el centro de Guadalajara para recibir la educación básica, es bien entendido por los infantes, explicó la psicóloga del CUCS.
“Los niños lo ven como un beneficio, aunque utilicen mucho tiempo para venir a la escuela. Es una dinámica de rutina: no reniegan de ir. Al contrario, se sienten privilegiados de tener la oportunidad de venir a una escuela diferente a las de su colonia”, comentó León Cortés.
Sin embargo, estos niños experimentan algunos problemas en particular, como tratar de resolver todo por ellos mismos, dado que sus padres están incorporados a la vida productiva y con poco tiempo libre.
“La mamá está ausente, porque está trabajando y ellos están al cuidado de otra persona. Al no tener los papás un tiempo preciso de acompañamiento con los niños, porque están en su trabajo, rinden académicamente menos, porque no hay una vigilancia. También hay muchas familias disfuncionales, y padres con nuevas parejas. En este caso, la situación de las niñas es más delicada, porque conviven con un padrastro quizá más joven que la madre. Todo atribuido al trabajo y a la necesidad de resolver las necesidades económicas”.
Para la especialista, los niños encuentran ventajas en lugares que no son en su colonia, lo cual estimula una valoración positiva del esfuerzo de sus padres. “Valorar que sus padres están haciendo un gran esfuerzo, repercute de manera positiva en el desarrollo de los niños. Además, el niño hace una diferenciación muy marcada entre la colonia con lo que encuentra en otro espacio donde va a la escuela. Esto los ayuda a tener bases claras para buscar una situación de progresar y ser mejor y les ayuda a entender la repercusión que tiene la falta de oportunidades para estudiar”.
Seis minutos antes de las dos de la tarde, los niños llegaron a su primaria, que en las paredes de afuera luce dibujos infantiles en tonos amarillos. Felices por el paseo, el autobús los estará esperando cuatro horas más tarde para llevarlos de regreso a su colonia.

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