Hitchens vio que era bueno

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HAY-ON-WYE, UNITED KINGDOM - MAY 30: (FILE PHOTO) Author and journalist Christopher Hitchens poses for a portrait during The Hay Festival on May 30, 2010 in Hay-on-Wye, Wales. The Annual Hay Festival of Literature & Arts is held in Hay-on-Wye from May 27-June 6. The author, journalist, outspoken critic and self-proclaimed atheist of dual British and US-citizenship died of pneumonia, aged 62, having been diagnosed with oesophagal cancer last year, on December 15, 2011 in Houston, Texas, United States. (Photo by David Levenson/Getty Images)

En una sala del Vaticano había una Biblia, una grabadora, un monseñor, un diácono, un sacerdote y un periodista. El periodista era Christopher Hitchens, quien fue llamado a testificar como “abogado del diablo” en la “causa de santidad” de Agnes Bojaxhiu, mejor conocida como la Madre Teresa de Calcuta. Era junio de 2001, apenas cuatro años después de la muerte de la religiosa albanesa, cuando el papa Juan Pablo II dio luz verde para su proceso de beatificación.
Hitchens estaba allí, entre otras cuestiones, por ser ateo, por haber contribuido a desmentir algunos supuestos “milagros” de la Madre Teresa, por hacer un documental llamado “El ángel del infierno: Madre Teresa de Calcuta” y poner en entredicho los criterios de caridad selectiva de la no tan venerable anciana, acérrima enemiga del divorcio, el aborto, los anticonceptivos, el tratamiento médico en pacientes terminales y las reformas de la doctrina católica adoptadas en el Concilio Vaticano II, pero amiga de dictadores, presidentes y miembros de la realeza, como la princesa Diana de Gales (de quien por cierto aprobaba su separación del príncipe Carlos).
No obstante las pruebas aportadas por Hitchens, la Madre Teresa se enfiló sin obstáculos hacia la beatificación. Después de todo eran órdenes de Juan Pablo II, que pagó de esta forma algunos de los favores obtenidos por la religiosa para la insaciable causa eclesiástica.

¿Quién diablos fue Christopher Hitchens?
Hablar de él es pensar en el punto en que convivieron el periodismo, la filosofía, la literatura, el socialismo, la libertad, el ateísmo, las religiones, la política, el activismo, la controversia, el humanismo; pensar en Europa, América y Asia, en la guerra, la solidaridad y la amistad.
Christopher Hitchens nació en Inglaterra en 1949 y creció en la clase media de la posguerra, hijo de un comandante naval y una mujer que ocultó su herencia judía. Su educación en Oxford desembocó en un lúcido ateísmo y activismo efervescente desde los años 60 con sus movimientos estudiantiles hasta la primera década del siglo XXI y la guerra en Irak.
Amigo de Martin Amis, James Fenton y Salman Rushdie, de Noam Chomsky y Susan Sontag, aunque al final tuvieran diferencias. Hitchens fue un comprometido con las causas libertarias y denunciante de las arbitrariedades políticas o religiosas. Lo mismo recibió una nalgada de Margaret Thatcher, reclamos de Bill Clinton, Henry Kissinger o George Bush, que un saludo de Rafael Videla o Hugo Chávez y por supuesto, la ira y maldición del Vaticano. Hitchens nunca permaneció unilateral, ni con su nacionalidad que cambió por la estadunidense ni con su orientación sexual; contradictorio consigo mismo, lo único inmutable en él fue el escepticismo, la “defensa de la ciencia y la razón como un imperativo de nuestro tiempo”. Christopher murió el 15 de diciembre de 2011.

La toxina de la religión
Niños en la cama de un cura, suicidios masivos ordenados por un pastor, “profetas” que eligen vírgenes en sueños, padres que impiden la educación o la vida de sus hijos porque su fe se los prohíbe, predicadores de histeria cada que se avecina “otro” Fin del Mundo, fieles que se atan kilos de pólvora para destruir y destruirse; en suma, someter al prójimo: todos en nombre de la fe… definitivamente, la religión no es cosa de juego.
“¿Sirve la religión para que las personas se comporten mejor?”, pregunta Christopher Hitchens en Dios no es bueno. Alegato contra la religión y concluye que “cuanto peor es el infractor, más devoto resulta ser”. Desde la tentativa parricida de Abraham hasta la caída de las Torres Gemelas, pasando por las Cruzadas, la Inquisición y el Holocausto, la mayoría de los conflictos se disputan no por razones políticas, sino raciales y religiosas. Justificada bajo el nombre de algún dios, cada vertiente religiosa ha patentado su propia –y no pocas veces atroz– marca registrada de la verdad, apartada de la filosofía, la ciencia, el humanismo y la razón.
Pensemos en el Museo Creacionista de Kentucky (Estados Unidos), creado en 2007 por el grupo evangélico Respuestas en el Génesis. Según este museo, en el paraíso convivieron en armonía Adán, Eva y los dinosaurios, que se dejaban montar alegremente; y tiene una explicación bíblica para todo: desde el huracán Katrina, la homosexualidad, la prostitución, el sida, hasta los tsunamis de Asia. Al modo de Ripley advierte a la entrada “Prepárense para creer”, como los templos budistas que piden a quienes entran “que pongan a dormir la razón y que se despojen tanto de su mente como de los zapatos”.
La ola de violencia que se ha desatado en el mundo árabe durante los últimos días, no tiene otra explicación. Ofendidos por un agravio fílmico (el video “La inocencia de los musulmanes”), reaccionarios islámicos han incendiado embajadas y causado víctimas en defensa del profeta Mahoma. Mientras que en la comunidad Nueva Jerusalén, Michoacán, otro conflicto de raíz religiosa tiene lugar: la secta fundada por Nabor Cárdenas “Papá Nabor”, y ahora liderada por Martín de Tours, se opone por “voluntad” de la virgen del Rosario a la educación laica que el Estado tiene la obligación de impartir.
El escritor Salman Rushdie ha vivido bajo amenaza desde 1989, cuando publicó su novela Los versos satánicos, prohibida en numerosos países no sólo islámicos, a causa de una fatua dictada por el ayatola Ruholla Jomeini, que lo condenó a morir (y a quienes editaran o tradujesen su obra) por blasfemia al profeta Mahoma y el islam; la recompensa por su ejecución: tres millones de dólares (actualmente 3.5 millones). Sin asesinos a sueldo, pero con el mismo fervor, Martin Scorsese sufrió el boicot contra su película La última tentación de Cristo, basada en la novela de Nikos Kazantzakis, que presenta a un Jesucristo más humano que divino. En México pasaron 16 años para que pudiera llegar a las salas de cine, desde 1988 hasta 2004, no sin polémica ni ataques del fanatismo que desata odio e ira contra obras de ficción.
Tras crisis como éstas que reavivan el debate entre la libertad de culto y la negación de derechos humanos básicos, cuando no la vida, uno se pregunta si las iglesias en realidad persiguen la convivencia y el respeto o son, como dice Hitchens, “un elemento de la toxina que nos ha contagiado la religión”.

Sísifo y su tragedia
Como escribió Albert Camus, “los dioses condenaron a Sísifo a empujar eternamente una roca hasta lo alto de la montaña, desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Pensaron, con cierta razón, que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza […]. Lo trágico de este mito estriba en que su héroe es consciente”. Tanto para Sísifo como para Adán o cualquiera de nosotros, el pecado es la conciencia, “la aparición de nuestro pensamiento crítico”, dice Hitchens, “el rechazo a creer en un vigilante sobrenatural”, reconocer que “la religión y las iglesias son un producto de la invención humana”, que “la ética y la moral son bastante independientes de la fe y no se pueden deducir de ella; y dado que la religión apela a una exoneración divina especial por sus prácticas y creencias, no solo es amoral, sino inmoral”.
Pero, ¿qué hay donde no hay dioses? El vacío, la libertad de la nada. El prisionero acostumbrado a sus cadenas no sabe qué hacer cuando las abandona, porque su vida había dependido, hasta entonces, de ellas. Alejado de la “continua sumisión, gratitud y temor”, promueve “la libre indagación, la actitud abierta”, abandona “las doctrinas y permite que su mente, libre de cadenas, piense por sí misma”, que se transforme en consciencia.

El arte de vivir sin dios
“Pertenecer a la tendencia o facción escéptica no es, en absoluto, una opción blanda. La defensa de la ciencia y la razón es el gran imperativo de nuestro tiempo. […] Ser no creyente no sólo significa poseer ‘una mente abierta’. Es, más bien, una admisión decisiva de incertidumbre, que está dialécticamente conectada con el repudio del principio totalitario, en la mente y en la política”, dice Hitchens en su biografía Hitch-22.
Acepta, como Dostoievski, que “sin Dios, todo es posible”, pero rechaza que las posibilidades deban ser únicamente repulsivas: “la honradez humana no se deriva de la religión. La precede”. Por tanto, no habría razón alguna para que hacer el bien a los demás deba supeditarse a determinada religión. No necesita subyugarse a ningún culto para justificar su existencia, tiene al arte y al pensamiento como instrumento para ponerla en tela de juicio o reafirmarla: “La superioridad de la literatura sobre la religión como fuente moralidad y ética”.
Pocos cultivan el arte de vivir sin dios, pero quienes lo hacen con resolución, como Christopher Hitchens no sólo comunican sino que siembran dudas, ejercicio indispensable, de hecho, para asumir una postura crítica donde “la filosofía es nuestro único consuelo”, mientras que el fanatismo de “la religión lo emponzoña todo”.

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