Gutenberg en megas

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Existe una batalla por conquistar un espacio que aún no tiene una definición concreta y que probablemente está destinado a no tenerla jamás. La pugna por encabezar el mercado de los electronic books (e-books) se da tanto en las cortes norteamericanas como en los cerebros de los usuarios, día a día. Tiene escenarios tan disímiles entre sí como las oficinas avant garde del corporativo Google y las siempre anodinas oficinas de los abogados y jueces.
Al corporativo Google se le acusa tanto de monopolio como de haber contribuido al desarrollo de la cultura sin fronteras ideológicas. Al ser reconocido con el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, el jurado destacó en su fallo que el buscador hizo posible, “en apenas una década, una gigantesca revolución cultural y ha propiciado el acceso generalizado al conocimiento”.
De este modo, Google contribuye de manera decisiva al progreso de los pueblos, por encima de fronteras ideológicas, económicas, lingí¼ísticas o raciales”. Las mismas actividades por las que ha sido premiado, hacen que Google sea atacado por sus críticos, quienes sostienen que Google pretende hacerse del monopolio sobre los derechos de los libros digitalizados, Internet Archive, un sitio que también recopila obras para su difusión en línea, y ha solicitado beneficiarse con un acuerdo judicial que busca obtener mediante un pago unitario el derecho a la digitalización de todos los libros que carezcan de un beneficiario por derechos de autor.
No son pocos los que ven en este proceso judicial la antesala a la creación de un sistema de comercialización de derechos de autor para la nueva generación de libros: los e-books. En resumen, lo que busca este acuerdo es limitar la responsabilidad judicial de Google por la digitalización de los libros en los que no exista un portador de derechos de autor.
Al mismo tiempo esta resolución judicial, pendiente para junio, da validez a un convenio entre la empresa y la Sociedad de Autores y Editores de Estados Unidos, mediante el cual se “establece la creación de un registro de derechos sobre libros, una organización sin ánimo de lucro, teóricamente independiente (a cuya creación Google contribuye con millones de dólares), que se encargará de recolectar y distribuir entre los autores y editores el dinero generado por la explotación de las obras en formato digital, sea dicha explotación realizada a través de Google Books, o de cualquier otra compañía que quiera ofrecer obras en línea”, según reporta el diario El País.
Al sentar jurisprudencia sobre cómo se da la comercialización de libros y el pago de derechos, este convenio crearía de facto el sistema que permitiría que los dispositivos como el Kindle de Amazon, o el Reader de Sony, inicien la competencia real para ofrecer una mayor variedad de títulos a sus usuarios.
El informe 2008 del Foro Internacional de Edición Digital señala que la venta de libros electrónicos ha experimentado un crecimiento de 69 por ciento en ese año. En contraste, la venta de libros en papel decayó un cinco por ciento en el mismo periodo. Con una tendencia que parece haber llegado para quedarse (el crítico de The New Yorker, Caleb Crain reporta la caída sostenida de los hábitos lectores desde 1937), no son pocos los que han volteado hacia los nuevos soportes para buscar una tabla de salvación para el hábito de la lectura.
¿Representa un cambio cultural significativo el cambio de soporte? Para una generación habituada a leer en pantallas de celulares, desde noticias hasta novelas, el libro digital o e-book representaría el camino de la convergencia entre los hábitos lectores de la era Gutemberg y la era multimedia. La mayoría de los lectores ofrecidos en el mercado del libro digital soporta el formato mp3 y los de imágenes. Con ello el e-book se acerca más a un dispositivo como el i-pod que al tradicional atajo de hojas encuadernadas.
El lector de ambos soportes también no presenta tantas diferencias, según el presidente de la Asociación de Estudios Psicológicos y Sociales de España, que ha declarado que “el contenido literario y el resultado cognitivo y emocional de la lectura de un texto son los mismos si se lee en ordenador, en un móvil o en papel. La diferencia psicológica se produce con la relación emotiva con el soporte. El libro convencional es un objeto físico, ocupa espacio, se coloca en una estantería, tiene presencia y puede suscitar emociones y recuerdos, incluso sin haberlo leído”.
Los libros digitales se enfrentan así, en la mente de los usuarios, a sus competidores tradicionales. Una batalla neurálgica que hasta el momento ha dado como ganador al libro análogo, por lo menos en lo que respecta al desarrollo neurológico que se le atribuye.
En su libro Proust and the Squid, Maryanne Wolf escribe que “el cerebro lector eficiente tiene, literalmente, más tiempo para pensar”. La bióloga e investigadora cifra el nacimiento del actual cerebro lector en la época en que los griegos crean un sistema alfabético de lectura, el cual, según ella, hace más eficientes los procesos de lectura y asimilación, y que permite otras áreas de desarrollo del cerebro humano.
Las ventajas que representa para un lector llevar consigo su biblioteca personal (el lector Kindle, de Amazon, puede almacenar 1,500 libros y descargar uno nuevo en 60 segundos), pueden no ser tan atractivas a primera vista para un autor. Sin embargo, nuevos soportes traen consigo nuevas formas de comercialización derivadas de menores costos de elaboración. La firma española Bubok propone a los autores de su catálogo hasta un 80 por ciento sobre la venta de sus libros en formato digital. En una editorial tradicional el promedio está entre el 8 y el 15 por ciento.
La apuesta por la exploración de nuevos soportes para salvar el habito lector puede ser justificada por las palabras que cierran el ensayo “El crepúsculo de los libros”, de Caleb Crain: “Quizá leer es el prototipo de la independencia. No importa cuánto idolatremos a un autor, Proust nos dice, lo único que puede hacer es darnos deseos. Leer de alguna manera nos da la valentía de actuar en consecuencia. Sería muy riesgoso para la democracia perder un hábito así”.

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