Guadalajara los barrios y la identidad

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Desde los últimos 20 años, cuando la red de Internet entró en auge, la sociedad global vive, viaja y se educa a través del fingimiento: la gente, desde sus casas —de manera virtual—, se entera de que en Buenos Aires hay una crisis, o que en Honduras se “perpetuó” un golpe de Estado, o que se presentará tal día el último libro de equis escritor. Podría ser, además, que si en París se lleva a cabo una exposición de arte plástico, lo comentemos como uno de nuestros grandes motivos de felicidad, porque lo celebramos de manera contundente.
La herramienta que resulta ser la red, nos ha quitado todo, ya que no la hemos tomado como lo que es, una enciclopedia universal en la cual podemos apoyarnos, sino como parte de nuestras vidas y motivo de nuestra identidad en la Aldea Global.
Podríamos decir, con exageración, que algunas personas, si en París cae la nieve, en Guadalajara se ponen el abrigo para salir a la calle, no vaya a ser que pesquen un fuerte resfriado y se enfermen. Actualmente sabemos más sobre otras partes del mundo, pero ocupamos poco tiempo en realizar recorridos por nuestra ciudad, sus calles, barrios, pero sus espacios esenciales no logramos localizarlos con facilidad, y se ha caído en casi el desprecio por lo local, pues nada de lo que no ocurra en un antro, una plaza o la publicidad nos lo entregue como magistral y muy in, logra captar nuestro interés. Hemos perdido mucho de nuestra percepción de la (nuestra) realidad, pues somos seres virtuales: amantes de las imágenes y la entelequia que le atribuimos a la red.
Por fortuna todavía existen amorosos, gente que gusta de caminar por las calles de Guadalajara, y aunque lamentan los desarreglos que ha sufrido la ciudad, escriben sobre sus espacios, su aire, sus nubes, sus monumentos y conocen cada rincón. Hace poco el periodista tapatío Guillermo Gómez Sustaita publicó la primera serie de cuadernillos sobre 33 de los más de 40 barrios de la Perla Tapatía, y sobre lo antes dicho opina que “corresponde quizás a las dos últimas generaciones de tapatíos”, porque él pertenece a una generación en la “que aprendíamos en la casa y en la escuela la historia de la ciudad” y de esa manera aprendieron “a conocerla, a quererla, a comprenderla…”.
—Yo tengo muy presentes —dice Guillermo— a maestros de la escuela primaria que me ilustraron mucho sobre lo que Guadalajara alguna vez fue. Y tuve en mi casa a mi padre, quien fue mi primer guía en asuntos tapatíos. Un tapatío común me guiaba. Mi padre tenía mucha identidad con el barrio de San Juan de Dios. Caminábamos juntos y me llegó a explicar cosas tan importantes como dónde había estado Miguel Hidalgo…, pero no era particular de mi familia ese conocimiento, sino que yo lo observé en la familia de mis amigos de la infancia. En mi opinión, en la gente de mi época había un sentido de pertenencia que se transmitía de generación en generación…”

Sentido de pertenencia
El periodista Gómez Sustaita ha recibido reconocimientos importantes por su labor de rescate y memoria sobre temas de Guadalajara. Su infancia y adolescencia las vivió en los barrios de Analco, Mexicaltzingo y Mezquitán, “donde todavía hoy existe algo de ese sentido de pertenencia y cariño por las costumbres de la ciudad”.
—Percibo en las dos últimas descendencias de tapatíos ese desamor y desconocimiento por su entorno, debido según yo, a varios factores: al crecimiento de la metrópoli, al despoblamiento de los barrios y a las nuevas formas de comunicarnos, que nos hacen enterarnos de lo que ocurre ahora en China, pero no lo que sucede aquí. Agreguemos que ya en las escuelas nuestros mentores de primaria y secundaria han perdido mucho esa capacidad que yo conocí en los míos, por transmitirnos la historia local.
Gómez Sustaita alguna vez durante su educación secundaria tuvo un profesor que los invitó a conocer el lago de Chapala. “Había yo conocido Chapala con mis padres, pero en esa ocasión fue un conocimiento más profundo, de una manera didáctica”, y a los 13 años vivió su primera experiencia y acercamiento al pueblo del lago, lo que a lo largo de su vida ha sido una “pauta a seguir”, pues durante muchos años ha investigado y escrito y ganado premios por lo que escribe sobre los problemas de Chapala.
Para el periodista, todo el desconocimiento sobre nuestra entidad, nuestra ciudad, lo explica por la pérdida “del sentido de pertenencia”.
—¿La pérdida de identidad la tienen quienes vivimos en Guadalajara o los propios tapatíos? —, interrogamos.
—Mira —asegura sonriendo—, yo conozco a gente que ha llegado de fuera, que tiene un aprecio por Guadalajara que no tienen los propios tapatíos, los que aquí han nacido…
La sugerencia de Guillermo Gómez es no solamente leer libros para conocer la ciudad: “Hay que caminarla”.

Las características de un barrio
Una suma de datos advierte que hay más de 40 barrios en la ciudad y más de 300 colonias, y “cada una tiene su propia microhistoria”.
La colonia 18 de Marzo, al sur de la ciudad, con una historia reciente, mantiene las características de un barrio. “Esta colonia tiene un sentido claro de barrio —explica el investigador—, pues concentra en un solo núcleo la parroquia, un mercado municipal, “donde se puede encontrar de todo, hasta un laboratorio dental”, además de su escuela de preescolar, primaria y secundaria. “Esa mañana que acudí a la 18 de Marzo, descubrí mucho de una colonia de la que no tenía gran conocimiento, y mi percepción continúa siendo de que la ciudad es un lugar para descubrirse…”
—¿Todavía tiene la ciudad, barrios con identidad, un lenguaje, una economía propias?
—Sí, —dice— y pone como ejemplo a San Andrés, que fue en el pasado un pueblo en las fronteras entre Tlaquepaque y Guadalajara, donde terminaba la hacienda de Oblatos, durante el porfiriato.
—San Andrés es todavía un barrio que guarda su propio vocacionamiento de servicios. Tiene su delegación, lo que en muchos barrios ya no existe, donde puede acudir la gente del lugar a arreglar sus asuntos básicos, sin necesidad de ir al centro tapatío, pues existe un registro civil y están desconcentradas las oficinas de Parques y Jardines de Guadalajara y hasta la oficina de catastro, donde se paga el predial sin salir de allí. Su economía gira, casi en su totalidad, en lo que ellos mismos generan, y es un barrio submixto, entre comercio, industria y servicios.
Caminar por sus calles nos ofrece la experiencia de una ciudad que ya hemos perdido hace treinta o cuarenta años, donde existen dos templos en el casco del lugar, que son el punto de encuentro para las verbenas en su cotidianidad y durante sus fiestas patronales.
—Pero lo principal es que sus habitantes, su gente, ha encontrado una manera de ocuparse. Y no han tenido que desplazarse, que ha sido la causa por la cual muchos barrios se fueron despoblando, como le ocurrió al Santuario.
Otros de los barrios que guardan su color local y mantienen su propia identidad y economía son, indudablemente, los de Santa Tere y Mexicaltzingo. El barrio más antiguo de la ciudad, y que alguna vez fue pueblo, es Analco, “en el que existe una asociación vecinal muy comprometida con su propia gente”.
Sin embargo, pese a que Analco es un barrio que sustenta una edad de 470 años, como la propia Guadalajara, todavía no tiene un libro que narre su historia. Los cuadernillos fueron escritos por Guillermo Gómez Sustaita y editados por el ayuntamiento tapatío bajo el nombre genérico de “Barrios tradicionales de Guadalajara”, y apenas han aparecido una mitad del total.
Esta investigación logra lo que las palabras del poeta Ramiro Lomelí evidencia en su poemario La quinta fundación: interrogarnos sobre nuestra identidad. “Guadalajara es el nombre de todas las ciudades calladas, las que están por fundarse; de la destrucción salimos ilesos. (…) La métrica de Dios, ¿alguien creerá verla mañana en Guadalajara?”.

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