Genio y figura de Sor Juana

912

Este 12 de noviembre se conmemora el 357 aniversario del nacimiento de Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, mejor conocida —ahora— como Sor Juana Inés de la Cruz, o simplemente Sor Juana. La monja verde que nos mira desde la cartera cuando los tiempos son buenos tenía otros apodos en su siglo, más gloriosos. En elogiosa comparación con el Fénix de los ingenios, Lope de Vega, se le llamaba la Fénix de América; y para ponerla a la altura de las hijas de Zeus, se le conoce también como la Décima Musa.
Vivió en un siglo lleno de restricciones, marcadas diferencias sociales y dificultades para alguien de su condición: hija ilegítima de criolla y español, sus aspiraciones en la corte estaban seriamente limitadas por linaje. Y sus aspiraciones académicas eran de hecho imposibles, dado que las mujeres en aquél entonces no podían de ningún modo entrar a la universidad. Pero su prodigiosa inteligencia —es bien sabido que leyó a los tres años, aprendió latín a escondidas en sólo veinte lecciones y que en casa de su abuelo devoró la biblioteca—, la llevó a la Corte novohispana como dama de la Virreina, la Marquesa de Mancera.
Bajo el auspicio de los poderosos Marqueses de la Laguna, entra a la orden de las Jerónimas en 1669, tras un breve periodo con las carmelitas. Para 1689 se imprime una edición de sus letras en España. Numerosas polémicas entre intelectuales de la época respecto a las obras de Sor Juana son prueba irrefutable de su celebridad. Pero en el siglo XVIII su brillo se fue opacando hasta ser nulo en el XIX, periodo en el que incluso se le consideró negativamente.
Del mismo modo en que Góngora fue resucitado por los poetas de la Generación del 27 –en especial Dámaso Alonso–, tres siglos después de muerto y olvidado, a Sor Juana le llegó el turno de recobrar su celebridad gracias a intelectuales mexicanos como Alfonso Méndez Plancarte, Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña, entre muchos otros.
Desde entonces ha servido de estandarte a movimientos de reivindicación femenina, literatura y genio. En su nombre, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara otorga desde 1993 un premio de novela a escritoras latinoamericanas como Cristina Rivera Garza, Elena Garro, Margo Glanz y, este año, Gioconda Belli.
En palabras del doctor Schmidhuber de la Mora, por lo menos en lo cuantitativo, Sor Juana fue más dramaturga que poeta. Esto tomando en cuenta la Segunda Celestina, obra escrita en colaboración con Agustín de Salazar y Torres, descubierta en 1989 por el académico del Departamento de letras, de la Universidad de Guadalajara. Y, sin embargo, se le recuerda más como poeta.
Pero sus intereses rebasaban en mucho los límites de la literatura, de hecho lo explica con toda claridad en la Respuesta a sor Filotea: “Yo nunca he escrito cosa alguna por mi voluntad, sino por ruegos y preceptos ajenos, de tal manera que no me acuerdo haber escrito por mi gusto si no es un papelillo que llaman el Sueño”.
Y es que ese Sueño, escrito por los mismos años en que Newton hizo pública su Ley de la gravitación universal, poema de intrincadísima sintaxis y denso conceptismo, extrema imitación de Góngora; ese Sueño es un resumen de sus ansias de conocer todo lo creado. Entre el crepúsculo y el alba, el alma de la poeta intenta “hacer escala de un concepto en otro, ascender grado a grado, y comprender orden relativo”. Pero explica también la imposibilidad de aprehender la totalidad del sentido, y así concluye que mientras sale el sol, va “quedando a luz más cierta el Mundo iluminado, y yo despierta”.
En su amplia celda del convento de san Jerónimo llegó a acumular una biblioteca de cuatro mil ejemplares, numerosos instrumentos musicales y un laboratorio donde realizaba pequeño experimentos científicos. De todo ello tuvo que desprenderse tras la controversia generada por su Carta Atenagórica, en la que se “atrevió” a replicar un sermón del renombrado jesuita Antonio Vieira y peor aún, a filosofar en cuestiones teológicas, vedadas al género femenino.
Octavio Paz escribió de ella y su cruzada personal en pos de la ciencia que se le negaba: “El conocimiento es una trasgresión cometida por un héroe solitario que luego será castigado. Este castigo es, paradójicamente, su gloria. No la gloria del conocimiento —negado a los mortales— sino del acto de conocer”.

Artículo anteriorUlises Sánchez Morfín
Artículo siguienteInfancia en juego