GDL zombie friendly

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La fiesta muerde y contagia. Lo saben las más de tres mil quinientas personas que este sábado 22 de octubre sacaron a pasear a su muerto viviente interior y se entregaron con frenesí al disimulo sarcófago, animados por cientos de curiosos que salieron a su paso para fotografiarlos, morderse con ellos o juzgarles, severos, el disfraz.
La Marcha Zombie de Guadalajara destapó a la ciudad fetichista, afecta al coágulo y al horror sintéticos, para festejar los 43 años del estreno del filme de George A. Romero, que inició el género: La noche de los muertos vivientes.
Gracias a la ciencia del látex y la cosmética aplicada, el muerto viviente de los tapatíos adopta formas diversas: en la Rambla Cataluña, punto de arranque de la marcha, el cadáver redivivo de Perry el ornitorrinco se paseó ufano en su silla de ruedas, y un sonriente cartón de leche, gigantesco en su zombidad, prodigó bailes exóticos a la concurrencia. No faltaron la dominatriz ni el soldado, los personajes de cómic muertos ni la pareja de zombies nazis lesbianas. No faltó la sangre artificial ni el modelaje amateur.
El carácter del contingente de muertos vivos bien podría definirse con la frase colocada por el artista urbano Akometer en la marquesina del ex cine del Estudiante, de donde minutos después de las seis de la tarde arrancó la cuarta Marcha Zombie de Guadalajara hacia su destino, la plaza Juárez: “Yo no sufro de locura. La disfruto a cada instante”.
La fiesta ha muerto y, sin embargo, se mueve.

El ocaso de los muertos vivos
Minutos después de las seis de la tarde suena el primer ¡arrrrgggghhhh! colectivo. El sol comienza a ocultarse detrás de la Rectoría de la Universidad de Guadalajara y la avenida Juárez se presta a la Marcha Zombie, con un ocaso tapatío que es un regalo para la caterva de amantes del horror. Un minibús de la ruta 500 es el primero en ser amenazado con gruñidos y garras extendidas, pero sus tripulantes aplauden en vez de morir de miedo. Algunos se levantan y fotografían. Ya le tocará al Pre-Tren y a otras rutas del transporte público.
Un zombie hace a otro zombie. Los muertos vivientes se multiplican con facilidad y el contagio se extiende impecable. “¡Todos con actitud zombie!”, grita uno de los organizadores. “¿Actitud zombie?”, se pregunta una chica, quien luego de asentir con los hombros comienza a arrastrar la pierna por la avenida y a gruñir a los curiosos. En el parque Rojo (a.k.a. parque Revolución) la expectación se transforma en furor y el festejo por los cadáveres andantes crece enormidades. Imposible no citar a los clásicos: “Mi novio es un zombie”, “I walked with a zombie last night”.

Fetiche: vestir la muerte del otro
Además de muertos vivientes hay en la marcha un escuadrón de mata zombies, un par de sacerdotes y el mismísimo Jesucristo, quien, asegura uno de sus apóstoles, “regresó al primer hombre de la muerte”.
La marcha, fuerza gravitacional, atrae a las tribus del parque Rojo, quienes se unen con sus pantalones apretados y sus pinchos en el pelo al paseo zombie: Punk’s not dead. En Federalismo, donde el contingente se exhibe numeroso, ya no se sabe si la mujer afuera de un negocio critica el disfraz o la glotonería de la chica que, frente a ella, ruge y devora frituras: “Mira a esa, con el bebé de fuera, pero come y come”.
Aquí y allá se escuchan conversaciones legas sobre el origen de los zombie o algún filme en particular. Una joven asegura que Exterminio es la mejor película de zombies que ha visto, pero alguien la corrige pronto: los de Exterminio son infectados, no zombies. “Para ser zombi es menester haber muerto primero”. El zombie común está hambriento de conocimiento y exige sesos para aplacar el hambre canija. Su apetito cerebral, calculado por la química del mundo, queda manifiesto: “He de besar a esa zombie, aunque me muerda la mano”.
En Federalismo las calandrias pasan y sus tripulantes, tan turistas, sonríen. He querido imponer a la multitud una copla sesuda (“El zombie consciente, no muerde al contingente”), pero ellos se han limitado a su monotemático ¡arrrrgggghhhh!, tan simples en sus apetitos. Una joven finge devorar a un cachorro y otra más, la adolescente muerta por tijeras, sonríe a las cámaras una y otra vez. Por allá se escucha la frase más oscura de la marcha: “Eres zombie, no gelatina”.

Empatía: ser el otro, muerto
Al llegar a Mexicaltzingo, cientos de zombies deciden ingresar a la estación del Tren Ligero y la escena es cinematográfica. Se derrama sangre falsa en el azulejo y la multitud oscurece la estación. La salida, por las escaleras, es una escena digna de un filme de George A. Romero, patriarca del género. En Niños Héroes el contingente (los obreros zombies de la construcción, el paciente redivivo, el payaso muerto, el skateroller zombie team y el Schnauzer zombie, cuyo costillar luce severas heridas de supurante algodón) se muestra en toda su magnitud y ocupa un sentido completo de la avenida, de Federalismo a Colón. Alguien parafrasea a El Personal: “Estoy rodeado de gente vestida de zombie y no sé qué camino me trajo hasta aquí”.
Cuando los miles de zombies llegan al hotel Carlton, las ventanas de las habitaciones se iluminan con las luces de las cámaras. Y justo en el momento de girar por 16 de Septiembre, a unas cuadras de la plaza Juárez, una fiesta zombie surge, espontánea, entre la marcha: se mueve al ritmo lento de los espantasuegras de los no vivos, tan festejantes aun cadáveres. En las postrimerías del recorrido, la gente se deja asustar. Las chicas tiemblan, sonriendo, y sus flashes besan a los marchantes. Los trashumantes muertos han jugado bien su papel y la cuarta marcha se corona, con éxito, en Día del Orgullo Zombie. “Quiero una novia zombie”, dice un melancólico a punto de llegar a la plaza Juárez, donde todo termina en música. Una chica gruñe. Y es que Guadalajara es zombie friendly, pero los muertos, todavía, tienen hambre.

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