Festejo de un cuentacuentos

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Desde que en 1997 el filme Princesa Monoke obtuvo distribución en el mundo occidental, el trabajo de Hayao Miyazaki ha servido de contraste respecto del gran artífice del imaginario y la ideología infantil no sólo de nuestros días, sino también de una buena parte del siglo pasado: empiezan a escasear los que no hayan sustituido en sus mentes la referencia de los cuentos clásicos de Christian Andersen o los hermanos Grimm, por la versión colorida y descafeinada de Disney.
Este contraste ha sido evidenciado en primer lugar, por la delirante fantasía de sus mundos repletos de fantasmas, espíritus de la naturaleza, monstruos, brujas y seres inexplicables que conviven tranquilamente con un mundo que se parece mucho al nuestro. También por sus temas, entre los cuales se encuentran la naturaleza y la tecnología en relación con las personas y las afectaciones que producen, por lo que sus historias frecuentemente resultan en fábulas a favor del medio ambiente, así como de la paz.
“Creo que la fantasía en el sentido de imaginación es muy importante. No deberíamos apegarnos demasiado a la realidad cotidiana, sino dar espacio a la realidad del corazón, de la mente y de la imaginación. Esas cosas pueden ayudarnos en la vida. Pero debemos ser cautelosos con el uso de la palabra fantasía. En Japón, la palabra fantasía se aplica en la actualidad a todo, desde programas de TV hasta videojuegos, como realidad virtual. Pero la realidad virtual es la negación de realidad. Necesitamos estar abiertos a los poderes de la imaginación, la cual aporta algo útil a la realidad. La realidad virtual puede aprisionar a las personas. Es un dilema con el que lidio en mi trabajo, ese balance entre mundos imaginarios y mundos virtuales”, dijo durante una charla de promoción de El viaje de Chihiro en Francia, en 2002, la cual registró el sitio www.midnighteye.com .
Otro punto importante que se ha hecho notar de su obra han sido sus protagonistas: siempre niñas o mujeres jóvenes tenaces, independientes y fuertes que encarnan la figura del héroe (heroína) emancipando este concepto de masculinidad que parecía ser condición indispensable.
Y, más tarde, Miyazaki constituyó también un otro lado del espejo en la industria de la animación por no sentir siquiera la tentación de las nuevas tecnologías de computadora y seguir sin inmutarse en el ámbito de los dibujos que se suceden con pequeñas variaciones para crear la ilusión del movimiento.
Por mucho que Miyazaki ha hecho énfasis en que las suyas son películas infantiles, lo cierto es que probablemente su séquito de seguidores esté en igual proporción conformada por adultos. Al respecto, dijo en la misma conferencia: “Esto me da mucho gusto, por supuesto. En otras palabras, sí creo que una película que fue hecha específicamente para niños y elaborada con devoción puede también gustarle a los adultos. Pero lo opuesto no siempre es cierto. La única diferencia entre las películas para niños y las películas para gente mayor es que en las que son para niños siempre existe la opción de comenzar de nuevo, de crear un nuevo principio. En las de adultos no se pueden cambiar las cosas. Lo que pasó, pasó”.
Con todo, Miyazaki no es el único ni el primer autor de anime que se ha convertido en referencia obligada en Japón (Ozamu Tezuka, autor de Astroboy, lo antecede indiscutiblemente), pero sí el que más éxito y reconocimientos ha alcanzado en Occidente: en 2003 su El viaje de Chihiro obtuvo el Oso de Oro de Berlín y el Oscar a mejor película animada, y en 2006 estuvo presente como nominado en esa misma categoría por El increíble castillo vagabundo. Quizás por ello, la revista Time lo ha considerado entre los asiáticos más influyentes.
Aunque trabaja en la industria desde hace cincuenta años, la producción de Miyazaki para la pantalla grande comenzó en 1979 con El castillo de Cagliostro, el único de entre sus diez títulos que no fue realizado en Studio Ghibli, la casa productora que fundó junto con Toshio Suzuki e Isao Takahata en 1985, y que desde entonces no ha dejado de producir historias para una infancia nueva en un mundo convulso.

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