Fausto Ramírez

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NUEVA 020923 ARTE Y GENTE FAUSTO RAMIREZ, QUIEN ES DIRECTOR DE LA COMPANIA DE TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA FOTO IVAN GARCIA GUZMAN IGG020

La historia imaginada de los sesenta
Salimos del cubo del Teatro Estudio Diana, donde hace un calor insoportable —soporífero en momentos—, y nos sentamos en el pasillo de salida. Dejamos a las (tres) actrices ensayando una coreografía que, esta tarde, no acaba de sincronizar.
Fausto Ramírez, quien acaba de reestrenar temporada de la obra 68 veces la luna, trata de concentrarse para ofrecer las respuestas: se lleva las manos al rostro y luego habla.
Después de 40 años, ¿la gente todavía tiene memoria del acontecimiento de Tlatelolco? —le pregunto. “Sí —dice—, pero no solamente el hecho en sí, pese a que el 68 es como un shock para quienes vivieron los 60 y 70, pero mucha de aquella gente no lo vivió, sino que se acercó a través de la información y los testimonios históricos que hay; se sabe que si no hubiera existido el atentado que se vivió en la Ciudad de México, el movimiento juvenil de los 60 hoy sería otra cosa. Por tanto muchos tienen un recuerdo muy festivo de ese tiempo, aún quienes vivían en los espacios inmersos en el conflicto con la institución, con el gobierno particularmente…”
Luego hace un alto en su conversación para recordar que la obra no trata particularmente del 68 mexicano, sino que observa “la intención de la juventud de participar de movimientos, de salir y decir sus ideas y defender su derecho a expresarlas y que, lamentablemente, fueron marcados por el estigma del 68, pero finalmente antes y entonces y después había un mundo alrededor”.
En un ejercicio que realizó Fausto Ramírez antes de armar la pieza teatral, al preguntarle a la gente sobre esta década convulsa, en sus respuestas “pensaban en ropa, en zapatos, en rock and roll, en los hippies, y también en el 2 de octubre y en las olimpiadas”; resulta, entonces, la trágica noche del 68, únicamente un pretexto para la puesta de la obra 68 veces la luna.
La puesta en escena está pensada en las jóvenes audiencias y fue manejada la información con mucho tacto, pues “para los niños y los adolescentes los 60 son tan lejanos hoy como para nosotros la Edad Media, porque de algún modo el acontecimiento ni sus papás lo vivieron, en todo caso sus abuelos…”

Mirar 68 veces la luna
El hombre que fue a la luna, los chavos en las protestas defendiendo sus derechos, los movimientos underground, las discusiones sobre la libertad entre los jóvenes y los viejos…, “todo eso quisimos ponerlo en la obra, aparte del juego poético y lúdico del cuerpo —dice Fausto—, con algunos textos tanto de la Poniatowska como nuestros, y las niñas jugando con la música de los 60… sin simplificar, tampoco, los acontecimientos dolorosos, y lo que se hace en la obra es decirle a la gente que es rigor explicarlos y recordarlos siempre para que no se vuelvan a repetir; lo que nos propusimos con 68 veces la luna es recordar todo sobre los 60 y decirle a los jóvenes que participen de otra forma en los movimientos —desde otras perspectivas—, las cosas y de esa forma asumir el dolor, que no el sufrimiento. Y como lo recomiendan las disciplinas orientales: ‘El dolor va a estar allí, acéptalo y no lo tornes sufrimiento…’”
Podríamos decir, Fausto, que los años 60 fueron el comienzo de una nueva era del mundo y el 68 el empuje total para que el cambio definitivo de los jóvenes hacia la toma del poder, las calles y hacia su expresión real ­—le pregunto.
“No sólo son iconográficos, sino que son un referente. Si uno habla de los movimientos artísticos modernos te remites a los 60, lo mismo ocurre con los movimientos políticos. El año 68 fue el parteaguas, aunque no inmediato, hay que decirlo, porque todavía vivimos un par de décadas [o casi tres] para poder ver un cambio democrático dentro de algunas instituciones como el IFE, por ejemplo; o la participación ciudadana que antes era impensable, pero también se mira en el impulso de una juventud que comenzó a tener voz y que emprendió una lucha (aunque algunos cayeron en la misma), sin que todo fuera como ocurrió durante la Revolución mexicana o la guerra de Independencia, donde se conformaron ejércitos, sino con el debate de las ideas que, en ese año crucial del 68, le fueron incómodas para el espacio del poder…”
Por todo lo dicho arriba por Fausto Ramírez, la obra fue planteada como un espacio de libertad para invitar a ejercerla, “porque la libertad no es algo que el gobierno decida, sino que es el individuo y la sociedad quien asume…”
¿Hemos envejecido como sociedad o esa fuerza de juventud todavía existe en nosotros?—, lo interrogo. “Te voy a hablar desde mi actividad que es el teatro. Yo veo ahora una generación de jóvenes que vienen empujando contra una idea del teatro envejecido, y su fuerza proviene desde la organización, y no tanto desde la pedagogía. Supongo que los procesos de envejecimiento de una sociedad se dan cuando uno no asimila la propia madurez, cuando se comienzan a asumir los vicios o se le considera a la vejez como un espacio peyorativo…, porque si recordamos a las grandes culturas antiguas, la vejez era un privilegio, pues a los mayores les otorgaban un lugar claro y se les tomaba opinión; y como sociedad podemos, sí envejecer, pero debemos asimilar la experiencia para enriquecer a las nuevas generaciones apoyando a los jóvenes a crecer y brindarles los espacios necesarios para que se manifiesten…”
¿Entonces como sociedad estamos dispuestos a soñar, a imaginar, como propones en la obra?—le pregunto finalmente a Fausto Ramírez. “Sí, definitivamente. Y reitero que 68 veces la luna es una propuesta lúdica sobre todo, sin olvidar la historia, claro está…”

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