Ética sin improvisados moralistas y sentimentalismos

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Se ha extendido la creencia de que la ética es cuestión de buenas intenciones o gustos personales. Por ello el estudio o análisis de los asuntos que tienen que ver con el bien o el mal resulta un tanto inútil, pudiendo ser el resultado de una asistemática lluvia de ideas, en que, en el mejor de los casos, adelantarnos a la prevención de consecuencias indeseables, parece suficiente para actuar.
Ya que la ética intenta responder a la pregunta sobre lo que debo hacer, entonces parece obvio pensar que todos los humanos debieran tener algo de éticos, ya que en todo momento tenemos que tomar decisiones y resolver por aquello que nos parece más conveniente. Si en este momento el amable lector optó por leer esto y no la cartelera cinematográfica, los obituarios o resolver el sudoku, suponemos que es porque así lo decidió, porque de momento lo consideró más conveniente, aunque después este fragmento de La gaceta pase a formar parte del piso de la jaula de los canarios. Decidir en situaciones similares parece algo tan natural que para ello pueden prescindirse de los grandes tratados de ética.
Desde otro ángulo, resulta desalentador darnos cuenta que muchas de nuestras decisiones mejor reflexionadas producen efectos contrarios a lo que esperábamos, lo cual genera la impresión de haber perdido el tiempo ocupándonos en pensar en un futuro incierto.
Por último, podríamos decir que, en tanto escoger entre lo bueno y lo malo parece una cuestión de gustos personales, entonces, ante cualquier propuesta de acción, siempre estarán presentes un amplio conjunto de alternativas en que, si elegimos en un sentido, nunca sabremos si habremos hecho lo correcto, ante la posibilidad de haber optado por alguna otra de las posibilidades.
A pesar de que el futuro o el resultado de nuestras acciones es incierto, cabría considerar que, si una acción que realmente la consideramos trascendente en nuestra vida, se respalda en un proceso de reflexión, tendríamos menos posibilidades de equivocarnos. En este sentido la elección de una carrera profesional, unirse en matrimonio, elegir un trabajo o platicar un secreto, parecen ser el tipo de decisiones que, si no son acompañadas de un sesudo proceso de reflexión, pueden acarrear consecuencias indeseables o contrarias a lo esperado.
Meditar sobre las consecuencias esperadas, pensando en tomar decisiones sobre lo que consideramos importantes, no es suficiente evocando las experiencias que otros han tenido en circunstancias similares o las motivaciones por las que nos sentimos obligados. Puesto que nuestras acciones se realizan en contextos envueltos en situaciones económicas, culturales, jurídicas, naturales, morales y sociales, entonces un profundo acercamiento a la interacción que se presenta entre realidades de naturaleza diversa, puede conducir a alcanzar metas más seguras.
Como la naturaleza y nuestras relaciones sociales se encuentran en constante transformación, el hecho de que en otros momentos una decisión haya sido exitosa, garantiza que en momentos posteriores se obtengan los mismos resultados. Por lo anterior, la ética, contrario a lo que suponen los moralismos de tipo religioso, legalista o costumbrita, implica un proceso reflexivo que en todo momento debe ser actualizado, admitiendo la pluralidad de puntos de vista y expectativas de los individuos con los que se interactúa, reconociendo el carácter variable de la realidad y rechazando las visiones unilaterales o universalistas para conductas específicas.
De la misma manera, el estudio y la reflexión ética no pueden vulgarizarse con la imposición de decálogos, motivación de debates que reconocen con igual valor cualquier opinión sentimentalista o la incitación a la coacción a partir de normas supuestamente universales.
Hay momentos en que todos nos sentimos autorizados para ser sexólogos, médicos o dar lecciones de ética; pero, como he pretendido mostrar, el estudio serio de la ética (al igual que la sexología o la medicina) no puede ser el resultado de modas pedagógicas, subjetivismos infundados o sabios improvisados.
Para afrontar los retos que nos impone el cambiante mundo contemporáneo, la visión simplista y moralista de la ética resulta inoperante, y una ética inoperante no tiene sentido ante los retos de orden político, ecológico, económico y personal sobre los que en todo momento debemos decidir y actuar.
En México, recientemente se han comenzado a emprender un conjunto de acciones para que, mediante la integración de grupos de trabajo pluridisciplinarios, comience a dar resultados la Comisión Nacional de Bioética (Conbioética, http://www.cnb-mexico.salud.gob.mx/), con la finalidad de generar espacios de reflexión sobre temas referentes a la salud, el medio ambiente y la vida en general (asuntos sobre los que constantemente decidimos y actuamos).
En el mismo sentido, sería ideal que en las universidades, las instancias de procuración de justicia, la política o los organismos empresariales, también pusieran las barbas a remojar, y fueran dejando de lado la toma de decisiones improvisadas, unilaterales o enajenadas por las modas, que nos han colocado en condiciones de inseguridad, incertidumbre, desigualdad, incomodidad, desesperanza, desarmonía social y frustración.

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