Esto es Los Ángeles ese

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A la ciudad de Los Ángeles hay que diseccionarla por historias. Tratar de abarcarla en un solo viaje es ambicioso, y se corre el peligro de quedar perdido. Para evitarlo lo mejor es un tour con Alejandro González, quien cruzó la frontera a los 25 años de edad y lleva 22 años ahí. Él trabaja como soldador y cuando no hay chamba es vigilante en una lavandería. Durante el recorrido llevo la novela del escritor Charles Bukowski, Hollywood. Mientras leo, la realidad supera (mentira, por momentos simplemente la iguala) la ficción del creador del llamado “realismo sucio”.

Alejandro (Alex) no está legalmente establecido en los Estados Unidos, sí usa coche, pero se lo quitaron por no tener licencia para conducir. Su vida es un ejemplo de lo que viven a diario miles de indocumentados. Sin auto, parece imposible moverse en Los íngeles. Es cuando interviene su amigo, Ricardo Paz, un hombre que se dedica a representar a su hijo de ocho años, quien canta música ranchera. Comienza el recorrido mientras Ricardo le da un nombre a la urbe: “Los Ángeles, tierra de migrantes”. Conduce en el downtown por el boulevard Olympic, pasamos el Staples Center donde juegan Los Lakers. A unos metros está el rascacielos de UsBank con 310 metros de altura, aunque éste es el más alto hay otras construcciones que dibujan la estampa clásica de esta ciudad. Edificios con grandes espejos donde se reflejan las palmeras. Ricardo Paz, uno de los guías, lanza su comentario “todos esos edificios están hechos con mano de obra latina, especialmente mexicana”.

Entre esas construcciones está la catedral de Nuestra Señora Reina de los íngeles, el mayor templo católico en los Estados Unidos, cuya arquitectura moderna y vanguardista se aleja de las clásicas iglesias de América Latina. Caminar por Los íngeles es como caminar por cualquier ciudad mexicana. El power latino se ve en diferentes niveles. Hay paisanos vestidos de traje y otros barriendo las calles. Pasamos el edificio de “la migra” en Estados Unidos. Alex reclama: “Ahí es donde se acaban los sueños, las ilusiones de nuestra gente cuando son deportados” Alex, hombre de cabello negro y piel morena, conoce el centro porque representa a la comunidad de migrantes del poblado de La Labor vieja de Ocotlán. A él le gusta hablar de la Placita Olvera, fundada en 1877, donde nació Los Ángeles y que en su momento fue territorio mexicano. Ahora hay venta de comida y artesanías.

“No hay paisano que viva en Los Ángeles que no conozca este lugar”. Este paisaje podría estar en cualquier ciudad de la república mexicana. Por la avenida César Chávez, luchador social emblemático de la comunidad migrantes, me advierten: “Haz de cuenta que vas a llegar a Guadalajara”.

Mientras vamos en el coche, un helicóptero nos sobrevuela. Me explican que en el centro de Los Ángeles está la prisión de la ciudad, lo cual explica la vigilancia. Un lugar donde varios artistas y personalidades de la farándula, como Paris Hilton, han estado presos por conducir en estado de ebriedad, entre otros desmanes. Justo pasa una patrulla y bajamos el micrófono. “Ya se pasaron. Ahora sí, sigamos”.

Avanzamos por la avenida César Chávez. El inglés se diluye, todo se anuncia en español: Taquería, Farmacia, Video. En la parte Este de Los Ángeles, los migrantes mexicanos hacen suya la geografía. En los festejos del 5 de mayo las calles son insuficientes para los mexicanos que habitan en L. A. En la avenida César Chávez hay molcajetes, piñatas, masa preparada para tamal y refrescos marca Jarritos. Después de los colores chillantes comienza el gris, es el cementerio de Evergreen, donde “están los recuerdos de gente que ya no pudo regresar a México.

Mucha gente cercana está ahí. Esas tumbas son de los González, de los Pérez y de los García, se ven muy pocos Williams”. Pasa un hombre con sombrero mientras una señora vende tamales. Compramos dos de carne en salsa roja y dos en salsa verde para seguir el camino. Si en las calles hay comida mexicana hay un santuario para esto en el Mercadito. A la entrada nos recibe un mural de la Virgen de Guadalupe. Alejandro se baja del coche y cuenta que ahí los paisanos dan bocados de nostalgia. Al llegar, elotes cocidos y churros nos esperan. En el último piso están los mariachis que tocan sus tristes canciones. En el Mercadito no se ven americanos. Si por casualidad se llega ver a alguno, Alejandro dice que es porque buscan a un mexicano o latino para trabajar en su construcción, en su casa, o en su negocio. Así como las calles están llenas de letreros de Tacos, Pozole, Menudo, Quesadillas, Lonches y Burritos, la población de otros orígenes también tiene sus puntos de encuentro.

En Los Ángeles está el Little Tokio y el barrio coreano, donde muy cerca viven los hondureños y salvadoreños. De los barrios de comunidades migrantes el más visitado es el Chinatown. Pensaba que por unos momentos no encontraría mexicanos aquí. Me equivoqué. Llegamos al restaurant Golden Dragon, en busca de comida recién preparada, pero el lugar estaba abierto sólo para el equipo de la producción Parenthood.

Un joven de seguridad me sonríe, aprovecho su amabilidad y le pregunto sobre lo que hacen, me explica que filman una serie americana en ese restaurant. Me ve la piel morena y sabe que soy mexicana, comienza a decirme que él es americano nacido de padres oriundos de Michoacán. Vemos la estación del Metro angelino que está en el barrio, adornada con color dorado, tiene arcos con dragones. Abandonamos Chinatown, donde abundan los anuncios de renta o venta. Son señales de la crisis americana. De regreso, Alex decide que la ruta es por los “callejones”. Esta zona nació porque en los edificios las fábricas maquilaban la ropa y aquella que no pasaba el control de calidad se vendía a bajo precio. Lentes para el sol, playeras a 5 por 10 dólares, vestidos de noche por 120 dólares.

Esta zona comercial está dividida por varios distritos, el distrito de las joyas, del vestir, de las telas. Mientras unos compran, Alex señala a varios hombres que deambulan con maletas o carros de supermercado. Caminan, se quedan sentados en una banca, abren los botes de basura, buscan comida, papel o cartón. Cargan en sus espaldas casas de campaña desarmadas o spleepings sucios. Son los homeless, los dueños del centro de la ciudad de Los Ángeles. Por la mañana deambulan sin sentido.

Cuando termina el día las casas de campaña se abren para protegerlos del frío. Se estima que en la ciudad existen 80 mil personas en situación de calle, que no tienen un hogar para dormir, comer y bañarse. Las estancias sólo tiene lugar para 800 de ellos, el resto se queda en las banquetas. Hay puntos donde los policías les tienen prohibido ubicarse porque son hoteles, restaurantes y discotecas de lujo. Son los habitantes invisibles de una ciudad adicta a la imagen. Seguimos por las autopistas con Heriberto Gutiérrez, presidente de la Fundación Jalisco USA, originario de Autlán de Navarro, Jalisco. Es uno de los grandes amigos de Alex.

Los dos cantan “Caminos de Guanajuato”. Desde sus espejos se ven palmeras, miles de coches y las montañas de San Gabriel y San Bernardino. El parqueadero o el gran estacionamiento nos toma en el freeway. Los Ángeles es la capital de los autos. Se cree que el 60 por ciento de la superficie de la ciudad es para el automóvil. Desde los asientos se ven las luces rojas de los coches, mientras Alex y Heriberto cantan y hablan de sus pueblos.

Como ellos, 1 millón 600 mil jaliscienses viven en Los íngeles. Como presidente del Club de La labor Vieja en Ocotlán, Alex hace fiestas y eventos para juntar dólares para su pueblo. Sin papeles, uno pensaría que no ha salido de Estados Unidos. No es así. Para ayudar a su comunidad cruza la frontera y regresa a su manera. Intenta liberarse por un tiempo de la “jaula de oro”, como la describen los Tigres del Norte. Él, junto a otros migrantes, organiza una pastorela. Alex interpreta a José. No duda en conquistar Hollywood, donde los migrantes se disfrazan de Bob Esponja, de Barney y de Cenicienta para ganar dinero frente al teatro Kodak, donde se entregan cada año los premios Oscar.

En Hollywood también conocimos a “Rambo”, quien por su parecido a Silvester Stallone trabaja en el museo de cera de las estrellas. Es un argentino que vivió en México, pero los mexicanos le decían que mejor debía de irse a Estados Unidos para ser artista o hacerla como doble de Rocky. Así lo hizo. Ahora posa para fotografías de recuerdo y con ese dinero paga la renta de su apartamento. Afuera donde él trabaja está el Hollywood Boulevard, donde los turistas pisan las estrellas de artistas famosos. Termino la novela de Bukowski, entiendo por qué beber en el centro de Los Ángeles convierte a cualquiera en un alcohólico, en cambio en la zona de las estrellas es chic emborracharse.

Las calles por aquí tienen un falso misticismo. Aquí todo se mira distinto. Todo es más brilante. Esta es la parte la ciudad que se conoce por las visitas de las estrellas. Muchas de ellas hacen sus compras en estos callejones entre homeless, ofertas de a dólar y hot dogs servidos con chiles toreados estilo mexicano. Alex reconoce que aunque extraña México también ama Los Ángeles, una ciudad llena de culturas, ofertas, edificios, comida, palmeras, falsas estrellas de cine y, por supuesto, llena de paisanos.

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