Embarazo y bebés inteligentes

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Tener un niño es enfrentarse a una industria enorme, que sugiere a los padres qué debe darles para jugar, ver y oír, con el fin de tener hijos listos y felices. Los progenitores se preguntan: ¿Cómo se puede uno asegurar que un niño sea inteligente? ¿Cómo hacer de un niño una persona feliz? ¿Cómo enseñar a un niño a ser bueno? Las respuestas a estas preguntas están llenas de mitos, como ponerle música de Mozart, tener un montón de juguetes “educativos” y llenar un estante con DVD para estimular el cerebro del niño en crecimiento, procedimientos que harán bebés más inteligentes.
¿Hasta qué punto la ciencia ha logrado establecer cómo podemos lograr esto? Hay cuatro cuestiones que se ha comprobado ayudan y favorecen el desarrollo del cerebro en el útero, siendo especialmente importantes en la segunda mitad del embarazo, y son: el peso del bebé, la nutrición, el estrés y el ejercicio de la madre.

El peso adecuado
Las embarazadas comen por dos y por ello las necesidades energéticas cambian, pero se debe comer moderado, porque es tan malo que los niños al nacer tengan poco o mucho peso. En general, la inteligencia de los niños varía en función del tamaño del cerebro y el volumen cerebral está relacionado con el peso al nacer, lo que significa que, hasta cierto punto, los bebés más grandes tienen cerebros más grandes.
Los bebés desnutridos tienen menos neuronas y menos conexiones entre éstas. Por eso cuando esos niños crecen, tienen más problemas de comportamiento, son más lentos para hablar, provocan problemas escolares, bajas puntuaciones en las pruebas de inteligencia y hasta son malos deportistas.
¿Cuánto debe crecer un niño? Parece que lo máximo deben ser 3.5 kilos. Si un bebé pesa 3 kilos y otro 3.5, hay solo un punto de diferencia en el cociente intelectual (CI) entre ellos a favor del segundo. Pero por encima de los cuatro kilos de peso, el CI comienza a bajar, probablemente porque al ser demasiado grandes, sufren de hipoxia y otras lesiones durante el parto (Eliot, 1999).

Dieta
Hasta el momento sólo se ha comprobado que hay dos suplementos alimenticios que afectan positivamente el desarrollo cerebral de los niños en útero: uno es el ácido fólico, que debe ser tomado alrededor de la fecundación; y el otro los ácidos grasos omega-3. Estos ácidos grasos constituyen componentes importantes de las membranas de las neuronas, pero a los humanos nos cuesta mucho producirlos, por lo que debemos encontrar comida que los tenga en exceso, como la preparada con base en pescados. Si no consumimos suficientes de esos ácidos, entonces tendremos más probabilidades de padecer dislexia, déficit de atención, depresión y otros problemas mentales.
Un estudio de Harvard examinó a 135 bebés y los hábitos alimenticios de sus mamás durante el embarazo y los investigadores determinaron que quienes habían consumido más pescado a partir del segundo trimestre, tuvieron bebés más inteligentes, de acuerdo a pruebas cognitivas que miden la memoria, el reconocimiento y la atención a los seis meses de nacidos (Gómez-Pinilla, 2008).

Estrés y ejercicio
En 1998 se desató una de las peores tormentas de hielo de la que tiene recuerdo en Canadá. Como resultado de ello, muchísimas personas estuvieron bajo un hielo paralizante durante semanas, y aunque entonces no se sabía, se generó un nivel tan intenso de estrés, que terminó por impactar a los niños que en ese momento estaban en gestación. Un estudio publicado en 2008, así lo demostró: los niños de la tormenta de hielo tenían problemas en el lenguaje y el CI verbal (LaPlante y colaboradores, 2008). Se ha demostrado que el estrés prenatal puede cambiar el temperamento de los hijos, volviéndolos irritables y difíciles de consolar (Huizink y colaboradores, 2003).
No todos los estrés son malos. Se deben cumplir dos condiciones para que afecte a los niños: ser demasiado frecuente y severo. El estrés de la mamá hace que aumente la cantidad de glucocorticoides (las hormonas del estrés), los cuales cruzan la placenta y atacan en primer lugar el sistema límbico, un área cerebral implicada en las emociones y la memoria, causando que esta región se desarrolle más lentamente.
El segundo blanco es el sistema de bloqueo encargado de controlar los niveles de glucocorticoides, el sistema de moléculas que controlan nuestra respuesta al estrés, resultando en un hipotálamo “confundido”, que bombeará más glucocorticoides de los necesarios, creando un círculo vicioso (Gunnar y Quevedo, 2006).
Una de las maneras más fáciles de reducir el estrés es haciendo ejercicio. Ello tiene beneficios tan prácticos como hacer que a las madres les duela menos el parto y que tengan que pujar menos que las mujeres obesas (Manders y colaboradores, 2008). Pero también presenta efectos positivos en los bebés: suelen ser más inteligentes, probablemente porque se estimula la producción de una molécula que bloquea los efectos negativos de los glucocorticoides, cuyo nombre es BDNF (factor neurotrófico derivado del cerebro).
Pero ojo, ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre. Si el ejercicio es demasiado extenuante, entonces se bloquea el flujo sanguíneo al bebé y su cerebro se puede sobrecalentar (un aumento de solo dos grados alcanzaría a afectarlo); en el tercer trimestre esto es más importante, porque la mamá tiene menos oxígeno, así que el mejor ejercicio sería que nadara para que disipara el exceso de calor del útero. Con 30 minutos diarios de ejercicio al 70 por ciento de su máximo (utilizando la regla de 220 menos su edad) es bastante bueno.

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