El universo en un recinto

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Biblioteca Pública

Rodeado de retratos al óleo que cuelgan de la pared, Juan Manuel Durán Juárez, actual director de la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco Juan José Arreola, señala a algunos de los hombres ahí inmortalizados, quienes desde su marco miran la sala de juntas del recinto como si vigilaran parte del mobiliario que allí se conserva y que ha perdurado con la biblioteca a lo largo de su historia. “La biblioteca tuvo varios directores importantes, entre ellos a José Ma. Vigil, Alberto Santoscoy o Francisco O’Reilly, así como un director que en el siglo XX viene a ser muy significativo, como es Cornejo Franco, pues dura aproximadamente cuarenta años al frente de ella”.

La Biblioteca Pública del Estado se creó en 1861 por un decreto del gobernador Pedro Ogazón, y con él un activo promotor de la biblioteca fue Ignacio L. Vallarta, quien era secretario de gobierno. Juntos impulsaron el recinto, que abrió sus puertas en 1873. En ese momento se contaba con un aproximado de veinte mil volúmenes que venían de conventos y seminarios, y también de ejemplares que pertenecían a lo que fue la Real y Literaria Universidad de Guadalajara. Esa primera biblioteca estaba ubicada en lo que hoy es el Museo Regional de Guadalajara.

“Ahí duró cien años, la última puerta de entrada la tuvo en una de las que dan a la calle de Hidalgo (frente a la Plaza de la Liberación) y se mantuvo ahí hasta el año de 1974 —afirma Durán Juárez—. Ese año se cambió a un edificio que se construyó en el periodo de Agustín Yáñez, hecho por el arquitecto Julio de la Peña, al cual se le conoce como la Casa de la Cultura Jalisciense. Formó parte de la biblioteca desde el año de 1975”.

El 8 de octubre de 2012, la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco Juan José Arreola se mudó a sus nuevas instalaciones en la zona de Belenes, frente al CUCEA. Al primer año de actividades, se reportó una asistencia de 207 mil usuarios, mientras que en el segundo año se alcanzaron casi los cuatrocientos mil asistentes. Se tienen contabilizados hasta mil setenta usuarios que visitan la biblioteca diariamente.

Un paseo por el recinto
En las mesas que adornan el contorno de la sala de juntas, bajo los óleos vigilantes, están unas viejas máquinas de escribir Olivetti, otras Remington. Juan Manuel Durán Juárez me dice que eran las que se usaban para redactar los datos de los usuarios cuando los tiempos de los ficheros. Luego levanta la mano y señala el fondo de la oficina de juntas y me dice que la que está allá perteneció a Juan José Arreola. “Nos la acaban de donar; dicen que es donde él escribía”. A un lado las mesas de lectura descansan y debajo de ellas las sillas que se trepan fácilmente: “Van aquí colgadas sobre las mesas de lectura y las diseñaron así para poder hacer la limpieza…”.

Juan Manuel Durán abre la puerta que comunica al salón de juntas con su oficina, y pasa al lado de la mesita que está invadida de tortugas de cerámica, yeso, barro, porcelana… se acerca a las persianas que recorre y muestra —desde el piso seis— todos los niveles del interior de la Biblioteca Pública que parecen enormes escalinatas, por sus subniveles. “Si te fijas, el interior está diseñado para que la luz del sol no toque los estantes con los libros, y ahí están los usuarios trabajando, pero para ver mejor los fondos sería cosa de darle la vuelta”.

De los veinte mil libros con los que se inició este proyecto, hoy se tienen más de trecientos mil. Allí dentro se guardan acervos que tienen más tiempo de vida que la que cuenta la propia ciudad de Guadalajara; hay historia que se palpa, que muestra la evolución del pensamiento, del mestizaje; hay testimonios de la Nueva Galicia, de Xalisco, de la Nueva España, del Imperio mexicano, del México convertido en República; allí se conserva la memoria de la feria del libro más grande de Iberoamérica: la FIL. La riqueza de la Biblioteca Pública contiene testimonios de la historia antigua y contemporánea del estado de Jalisco, así como del Norte, Noroeste del país y sur de los Estados Unidos.

Los libros que la conforman provienen de acervos y bibliotecas pequeñas de investigadores e intelectuales que han contribuido al desarrollo del estado. Una de ellas es la Biblioteca Benjamín Franklin, fondo que fue donado por el consulado de los Estados Unidos a Jalisco. En el quinto piso, esta colección comparte espacio con la Biblioteca Paul Rivet, así como con el acervo de Josep M. Murià i Romaní, que está comprendido por una colección de obras en catalán.

Además se cuenta con una hemeroteca que resguarda todos los diarios que han circulado en Guadalajara desde 1987 a la fecha. También conserva —de la misma temporalidad— periódicos nacionales como El Universal y Excélsior. Asimismo en el cuarto nivel se sitúa la Mediateca Emilio García Riera, donde se mantiene el archivo sonoro de Radio Universidad de Guadalajara, en el cual se puede acceder a contenidos históricos de la emisora como el “Saltapericos” o radionovelas.

El piso cuenta con televisores y videocaseteras, así como con computadoras que sirven para que el usuario pueda hacer uso del contenido y ver películas en el mismo recinto. Para escuchar el archivo sonoro, se cuenta con iPads que permiten acceder a la programación histórica de Radio Universidad. La finalidad de todo esto es darle la vuelta al modelo de biblioteca de antaño y que el nuevo concepto sea el de un espacio dinámico.

El mundo en una biblioteca
Desde donde se alcanza a visualizar la construcción (unas cuadras antes de llegar al complejo) llama la atención la serie de líneas irregulares que se cruzan unas con otras y que dan forma a ventanales chuecos que asoman al interior de la biblioteca. La obra es del arquitecto Federico González Martínez —hijo del también arquitecto Federico González Gortázar— y está titulada “Fachada de Lenguas Indígenas”. La inspiración radica en uno de los acervos más significativos con los que cuenta la Biblioteca Pública, como es la Colección de lenguas indígenas, que fue declarada Memoria del mundo por la UNESCO en 2007 y que contiene información religiosa que comprende fases del periodo colonial y del siglo XIX, compuesta por ciento sesenta y seis volúmenes y ciento veintiocho títulos.

La Juan José Arreola en realidad son dos bibliotecas: una es la del área contemporánea y otra el ala histórica. En el exterior del edificio contemporáneo aparecen diecisiete líneas que representan a las diecisiete lenguas indígenas que se hablan aún en México. Mientras que el edificio histórico cuenta con cinco líneas que representan lenguas que ya desaparecieron. La construcción arquitectónica pertenece al estilo deconstructivista, movimiento que distorsiona los principios de la arquitectura convencional.

Del lado del Periférico, está la entrada al Centro Cultural Universitario, proyecto de la UdeG que comprende un espacio compuesto por la Biblioteca, el Auditorio Telmex, la Plaza Bicentenario, así como los otros dos que siguen en construcción; el Conjunto de Artes Escénicas y el Museo de Ciencias Ambientales.

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En 2001, año de la muerte del escritor Juan José Arreola, el Consejo General Universitario de la UdeG (quien se encarga de la Biblioteca Pública desde 1925, fecha en que se funda la máxima Casa de Estudio de Jalisco), decide ponerle el nombre del escritor de Zapotlán el Grande, quien fuera director del recinto desde 1991.

Actualmente la Biblioteca Pública, más allá de ser un espacio dedicado al libro y a la lectura, es un centro cultural que abre sus puertas hacia el futuro.

Juan Manuel Durán comenta que bajo esa línea, uno de los propósitos es digitalizar todo el acervo: “No sabemos si algún día vaya a desaparecer el libro como tal, pero lo de que sí estoy seguro es que en formato digital o formato papel, ambos tienen sus ventajas, y la biblioteca tiene que estar evolucionando junto con las demandas del usuario”.

Ese es el motivo de la existencia de “El laboratorio electrónico”, ubicado en la planta baja y que sirve para impartir diversos talleres, así como de consulta para cualquier usuario de la wdg.biblio.udg.mx, sitio que da acceso a sitios libres en internet que permiten enriquecer las investigación o la documentación de los trabajos.

En otra herramienta como es la intranet, la biblioteca cuenta con más de cuarenta millones de documentos electrónicos que permiten el acceso al material que se encuentra en el ala histórica y que no está abierto al público general, como los tesoros bibliográficos, las joyas y los incunables (libros entre 1450 y 1500). También se conserva en digital gran parte del acervo total de la biblioteca del estado.
Durán Juárez concluye: “Hay una parte de la población que no tiene acceso a los espacios de cómputo; aquí es gratuito. Tenemos para su disposición más de setecientas computadoras, todas con acceso a internet. Tenemos ciclos de cine y un sinfín de actividades que se realizan todos los días de la semana”.

Luego de la charla, me despido del director. Salgo de su oficina y camino por el pasillo que tiene como vista los subniveles del recinto. Atrás de mí hay otros vigilantes de las letras; se yerguen los bustos de los escritores ganadores del Premio FIL de Lenguas Romances: Nicanor Parra, Juan José Arreola, Eliseo Diego, Julio Ramón Ribeyro, Nélida Piñón, Augusto Monterroso, Juan Marsé, Olga Orozco, Sergio Pitol, Juan Gelman… miran al interior del lugar que resguarda sus obras y (otras) que se mantienen allí, entre todo el acervo que comprende una gran parte de la memoria de Jalisco, de México y del mundo.

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