El último gran show del “General Edison”

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Nombre de archivo :DSCN8935.JPG Tamaño de archivo :641.5 KB (656846 Bytes) Fecha de entrega :0000/00/00 00:00:00 Tamaño de imagen :1600 x 1200 Resolución :300 x 300 ppp Número de bits :canal de 8 bits Atributo Protección :Desactivado Atributo Ocultar :Desactivado ID de la cámara :N/A Cámara :E775 Modo Calidad :FINO Modo Medición :Multipatrón Modo Exposición :Automático Programado Speed Light :No Distancia Focal :5.8 mm Velocidad del disparador :1/68.4segundo Abertura :F2.8 Compensación de exposición :0 EV Balance del blanco fijo :Automático Objetivo :Incorporado Modo de sincronización del flash :Cortina Delantera Diferencia de exposición :N/A Programa Flexible :N/A Sensibilidad :Auto Nitidez :Automático Tipo de imagen :Color Modo de color :N/A Ajuste de tonos :N/A Control de saturación :N/A Compensación de tono :Normal Latitud (GPS) :N/A Longitud (GPS) :N/A Altitud (GPS) :N/A

Desde la primera semana de septiembre ha estado viniendo el pionero de la radiodifusión aquí en Guadalajara, personaje importante en el rescate de la música popular, un cuate al que considero no se le ha hecho justicia, auténtico coleccionista de joyas discográficas. Hablo del ingeniero Manuel Ornelas…” Texto publicado en el boletín Radiografías número 4, correspondiente a la semana del 16 al 22 de noviembre de 1992, cuando Carlos Ramírez Powell era director de Radio Universidad de Guadalajara y todavía no se pensaba en el gran crecimiento que tendría la radiodifusión universitaria en los primeros años del siglo XXI.
Era la época en que existían programas como Acervo, con Pancho Madrigal; Los universitarios, hoy, con Mario Franco; o las gustadas barras de mediodía (con opciones como Déjalo sangrar, El lado salvaje o La ronquera de la radio) y la nocturna (en la que hubo programas como En eso andamos, Ausencia de color, o el legendario El despeñadero). El boletín tuvo una efímera existencia. Yo conservo, quién sabe por qué razones, varios ejemplares del número mencionado.
Hoy lo recuerdo porque evoca puntualmente cuándo empezó a colaborar en Radio Universidad de Guadalajara el ingeniero Manuel Ornelas García, personaje indispensable para la historia de la radiodifusión en Jalisco, más concretamente la de su capital. Y la oportunidad se extiende a la tarde de agosto de ese año, cuando visité su casa por primera ocasión.
Después de una elegante llamada de atención por no haber ido un día antes —cuando formalmente habíamos quedado de vernos—, el ingeniero me hizo pasar al interior de la finca marcada con el número 521 de la calle Felipe íngeles, en el oriente de la ciudad, y de sopetón se borró cualquier ruido o señal que me hiciera creer que estaba en 1992.
Lo que sucedió fue literalmente un viaje al pasado, pues el ambiente no sólo lo llenaban las notas musicales salidas de un fonógrafo en impecables condiciones, sino todo el diseño interior del inmueble: se trataba de un lugar intervenido con humor, lleno de sorpresas que atrapaban a cualquier visitante (¡cómo olvidar el “cuarto de las visitas”, que fue una puerta pegada a la pared!).
Las horas pasaron sin sentir, envueltos los dos por anécdotas, testimonios y recuerdos, al compás de los discos de 78 RPM del ingeniero, que sonaban como si hubieran sido hechos un día antes, pese a que se trataba de acetatos de 1956, 1944, o 1937, si no es que más viejos.
Ahí, en medio de fonógrafos, victrolas, amberolas y hasta de un auténtico reproductor de cilindros de cera, marca Edison, nació la idea de invitarlo a colaborar en El fonógrafo, programa surgido un año antes –en 1991– y que rápidamente alcanzó una considerable audiencia debido a las joyitas que se distinguía en transmitir.
“El templo del pasado” fue el calificativo que le puse a la casa del ingeniero, y a él decidí nombrarlo “El General Edison”, pues me llamó bastante la atención su amplio conocimiento de la música y la enorme riqueza fonográfica con la que contaba. No se trataba únicamente de discos o acetatos. También había cintas de carrete, casetes, y hasta rodillos de sinfonolas que llenaban el sótano, la sala y los dos cuartos principales de la casa del “General”.
Su participación en El fonógrafo aumentó el número de radioescuchas, y hasta llamó la atención de varios artistas que quisieron conocerlo y trabajar con él o sobre él (por ejemplo, está el caso de la fotógrafa Mónica Ornelas, que hizo una serie de desnudos en la sala del Templo del pasado, o del videoasta Gustavo Domínguez, que le dedicó un capítulo de la serie “En Guadalajara fue…”, entre otros).
“El General Edison” tuvo una especie de renacimiento a partir de su colaboración en Radio Universidad. Regresaron sus viejas amistades, su casa se llenaba de personas que deseaban conocerlo, aumentaron sus clientes, a los que les grababa canciones y música. ¡Hasta se hicieron programas de radio, con intérpretes “en vivo”, desde la sala de su casa, con todo y radioescuchas presentes!
Le emocionaba compartir su invaluable tesoro, y estoy seguro que nunca tuvo una completa idea del acervo con el que contaba.
Lamentablemente, con el paso de los años y los giros que tuvo mi vida personal, me fui alejando de él. Algunas veces lo veía en los pasillos de Radio Universidad, pues iba a cobrar una especie de sueldo simbólico que le autorizó Carlos Ramírez y que respetaron, por fortuna, los directores siguientes.
Con su cabello cano, su figura semirregordeta, eternamente desaliñado, con su mirada cansada, pero siempre con el brillo de la nobleza y la generosidad, el ingeniero cosechó amistades, tanto famosas como desconocidas, y fue dueño de una vida llena de aventuras —todas en torno a la música popular—, que cuando las contaba uno siempre se reía, sobre todo al recordar las que más le gustaban: las pícaras y llenas de sabor a pecado.
Nunca se casó ni tuvo hijos. Como buena persona de rancho (nació en Ayotlán, antes Ayo el Chico), era abierto y franco. Siempre gozó de buena salud, pese a lo precario de su situación económica; sin embargo, fue hasta los últimos tres o cuatro años de su vida cuando la tristeza y el olvido empezaron a mermar su fortaleza. Las visitas dejaron de ir, la música y sus aparatos desaparecían ferozmente, y unos familiares que siempre estuvieron alejados de él, de pronto aparecieron.
Todavía lo alcancé a ver a inicios de este año y supe que pronto moriría. Y así aconteció: en la cama de un hospital del IMSS, el pasado 13 de mayo, a los 95 años de edad, dejó de existir el ingeniero Manuel Ornelas, “El General Edison”.
Todos los que lo conocimos en Radio Universidad de Guadalajara, desde operadores hasta reporteros, productores o locutores, lo recordamos con gusto, con orgullo y con enorme respeto. Simplemente se trató de alguien que, pese a contar con muchos años de edad, más que cualquiera de nosotros, siempre nos enseñó una cosa: para saber vivir hay que saber ser generoso. Y ¡vaya que lo fue!
Finalmente, como él mismo decía, “el show debe continuar, ¡que corra el telón!”.

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