El “sueño americano” de los indígenas

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Sobrevivir en el desafuero por cientos de años fastidia. Las comunidades tradicionales indígenas han sobrevivido a la pobreza, a la marginación y a la segregación por siglos. Han sido los invisibles de la sociedad.
Cansados del racismo más crudo, los indígenas sueñan con pasar las líneas fronterizas y ver ondear la bandera norteamericana. Estados Unidos es el ideal indígena de triunfo social y económico.
Un ejemplo de ello sucede en Huehuetenango, una zona fronteriza con Chiapas, en el noroccidente de Guatemala. Es un espacio periférico a la lógica nacional, pobre, campesino de grupos mayas en una geografía montañosa o arrugada, donde las relaciones se han caracterizado por el racismo más crudo.
Las comunidades indígenas de Guatemala no son muy diferentes a tantas comunidades indígenas y rurales mexicanas, dijo Manuela Camus, profesora investigadora del Centro de Estudios de Género, de la Universidad de Guadalajara, quien vivió más de 20 años en territorio fronterizo para realizar la investigación “Las comunidades mayas ante la migración internacional”.
“Cuando pensamos en comunidad indígena, imaginamos una localidad rural en un territorio donde sus habitantes están marcados por la diferencia cultural, por la racial y la pobreza”.
Todo esto se está transformando a través de la migración internacional, ya que el trabajo y las remesas de tantos ausentes han permitido la autocapitalización de estas comunidades.
La caminata de indígenas que viven en la frontera de Guatemala hacia Estados Unidos o México, es histórica: en principio por la revolución de 1944. La movilización fue forzada, obligando a los indígenas mayas a establecerse en los países del norte.
En ese panorama intervienen las empresas transnacionales (oficiales o no), como las compañías mineras o de negocios de la palma africana o quienes buscan los recursos naturales, que expulsan a los indígenas a otros territorios.
En Huehuetenango, la salida al “norte” se ha convertido es un estilo de vida y una prueba de masculinidad. El patrón de migración son hombres jóvenes casados y de baja escolaridad, incorporando poco a poco a más solteros y a mujeres.
Los ausentes envían remesas y al mismo tiempo introducen a las comunidades al “desarrollo” y al mercado capitalista, el consumo, los servicios.
El “capitalismo” está penetrando en las aldeas indígenas y se visualiza por el cambio en el estilo de vida. En menos de 15 años, los pueblos indígenas se han poblado de hoteles, bancos, farmacias y cibercafés. En las casas tradicionales se ven muebles modernos. Los hombres y mujeres incorporan en sus vestimentas típicas los colores de la bandera de Estados Unidos y en los cementerios es posible ver ataúdes pintados con rojo, blanco y azul con estrellas.
Los fuertes cambios y distorsiones parecen estar borrando el patrimonio cultural y la memoria histórica de los lugares que ofrecían un sentido de pertenencia. Además se han introducido otras modas: en la música la marimba tradicional deja paso a las norteñas, los corridos, el tex-mex y el rap; en el vestir se generaliza la cachucha, jeans y tenis. Estos pueblos que fueron motivo de turismo por su pintoresquismo, ahora lo ahuyentan por su “feísmo”.
No todo es éxito económico en Huehuetenango. Muchos indígenas que no logran llegar a Estados Unidos, se quedan en Tamaulipas y Cancún, para emplearse en la industria de la construcción. Otros mueren, desaparecen o regresan con enfermedades.
El éxito de la migración es para quienes se dedican al coyotaje. Son los nuevos ricos que pasan a ser políticos en sus municipios y hasta meterse en negocios sucios, comercio de cocaína, marihuana y amapola, así como tráfico de armas, carros, madera, ganado o a la explotación del negocio de la migración hacia Estados Unidos: secuestros de emigrantes, trata de mujeres, extorsiones.
Las armas se consiguen de manera sencilla, porque Estados Unidos, en su afán de controlar el cruce, capacita y da armamento a militares, para evitar el paso de centroamericanos, pero dichos militares al poco tiempo se incorporan a las redes criminales.
En tanto, los pueblos indígenas se endeudan más, porque el servicio del coyotaje cada vez es más caro, por los secuestros y agresiones en el paso de los migrantes por México y el acoso de grupo criminales. Ante este endeudamiento, la miseria histórica y la muerte, no hay gobierno comprometido ni interesado en evitarlo.

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