El rostro de Neda

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Neda Amirzadeh, an Iranian woman living in Turkey, shows her inked finger after she cast her ballot at a polling station in the Iran House in Ankara, Turkey, Friday, June 12, 2009. Iranians voted Friday on whether to keep hard-line President Mahmoud Ahmadinejad in power for four more years or replace him with a reformist more open to loosening the country's Islamic restrictions and improving ties with the United States. (AP Photo/Burhan Ozbilici)

Una mujer muere en la calle: le dispararon en el pecho. Varias personas intentan ayudarla. Se desangra y fallece después de unos minutos. Su nombre es Neda y su nacionalidad iraní. Su rostro tiene la capacidad de resumir las características de los jóvenes que se volcaron a las calles a protestar por los resultados de la elección presidencial de su país.
Neda tenía 25 años cumplidos el día de su muerte. El mexicano Temoris Grecko, periodista y corresponsal de National Geographic, la describe a ella y también al espíritu de la generación a la que pertenece. “Estaba aprendiendo turco porque quería convertirse en guía de turismo y llevar grupos a la milenaria Estambul. El mundo la fascinaba y se pagó viajes al exterior: Turquía, obviamente, Dubai, Tailandia. Pertenecer al siglo XXI no impedía que Neda valorara la tradición musulmana de su gente. Estudiaba filosofía islámica en la Universidad Azadi, una institución privada. Tampoco se sentía ajena a los problemas que atravesaba su país”.
En un país como Irán, donde el 60 por ciento de la población es menor de 30 años, no es difícil imaginar por qué una mujer joven con interés en la apertura de su país al resto del mundo, se interesara por el resultado de una elección bastante cuestionada en un país dominado por un sistema clerical.
En las primeras horas que siguieron a su muerte, se dudó de su existencia. Voces oficiales descalificaban el video colocado en la red. La verdad, así como la indignación, no conocen de barreras ni de la efectividad del bloqueo informativo. Y hoy por esta mujer cuyo nombre significa “voz” o “llamado” en farsi, hablan sus más allegados, pero también miles de jóvenes iraníes. A través de redes sociales y de herramientas de internet (como twitter) se han organizado para pedir una revisión del proceso electoral presidencial del pasado 12 de junio. Ella representa sólo una fracción de la participación de los jóvenes en las protestas post-electorales, las que se han extendido hacia Estados Unidos.
El origen de la protesta
Los jóvenes no abogan por la llegada al poder de un reformista. No es esta “revolución verde” (el color escogido por el candidato opositor, Mir Husein Musavi) un movimiento excesivamente progresista. En un perfil publicado por el diario ABC, de España (19-06-09) se recuerda que todos los candidatos a la presidencia iraní deben ser por ley hombres, de origen chií y pasar las pruebas de confianza impuesta por la cúpula clerical.
Musavi ya tuvo la responsabilidad de guiar el país de la revolución islámica. Fue primer ministro entre 1981 y 1989, antes de que ese cargo desapareciera a favor de la figura presidencial. Su periodo al frente del gobierno es recordado como uno de los de mayor represión interna. A pesar de estas credenciales tuvo éxito al presentarse como el heredero del ex presidente progresista Mohamed Jatami, con lo cual obtuvo un gran apoyo de los jóvenes iraníes, cansados de la retórica belicosa del actual presidente, Mahmud Ahmadineyad.
El escenario estaba listo para que las elecciones presidenciales fueran un termómetro sobre la política iraní, algo que el diario El Economista (09-06-09) señalaba por la participación de los jóvenes iraníes: “En 1997, el clérigo aperturista Mohamad Jatami se había ganado el derecho a gobernar con el respaldo de más de 70 por ciento de los votantes, en su mayoría jóvenes y mujeres seducidos por su discurso progresista. Doce años después, y apoyado por el propio Jatami, el exprimer ministro Mousavi parece haber resucitado ese espíritu entre un sector de la población que supone más de 50 por ciento del electorado”.
Sin embargo, las expectativas de una apertura democrática parecían lejanas. El tiempo dio la razón a los que señalaban que el arraigo del presidente Ahmadineyad entre la población más pobre y la rural le daría la victoria. A pesar de su 62.6 por ciento contra un escaso 33.8 por ciento de su rival, Musaví levantó la sospecha de una población escéptica.
El periodista y ensayista francés Jean Marie Colombani, describió el centro del conflicto de esta manera: “Desde sus comienzos, la República Islámica reposa sobre una doble legitimidad: la de los mulás y la de las urnas (su establecimiento se decidió por referéndum), y es esta doble legitimidad la que está ahora en cuestión”.
El profesor de estudios del Oriente Medio, de la Universidad de Nueva York, Arang Keshavarsian, señala que los ciudadanos iraníes tenían claro que la elección no sería ganada por el opositor, pero nunca imaginaron una victoria tan holgada para el actual presidente: “Hasta tres o cuatro días antes de la elección, muchos testigos, incluyendo a los simpatizantes de Mousavi, sentían que esta sería una competencia cerrada, pero que finalmente sería ganada por Ahmadineyad, dada su habilidad para movilizar a su voto duro”.
El régimen de los ayatolas está dividido. Detrás del candidato Mousavi se encuentra el influyente clérigo Alí Akbar Hashemí Rafsanyaní, quien encabeza la Asamblea de Expertos y el Consejo de Discernimiento, ambas instancias fundamentales para el funcionamiento de las instituciones de la república islámica.
Expertos en política internacional señalan que el actual conflicto es endémico de un sistema dividido en dos corrientes opuestas. Así lo afirma el experto en Irán, del Consejo de Relaciones Exteriores, Ray Takeyh, en su libro Guardianes de la revolución (Oxford University Press, 2009): “Tres poderosas fuerzas –islamismo, pragmatismo y sus pretensiones de potencia mundial– han competido por periodos en Irán y sus, con frecuencia, paradójicas políticas exteriores son en realidad reflejo de los compromisos entre los moderados y aquellos clérigos de línea dura. Frecuentemente con oscilaciones marcadas entre el pragmatismo y el dogmatismo ideológico”.

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