El poder hierve en las piedras

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El escenario puede ser una vieja fotografía enmarcada, o más bien una pecera que ahoga despacio todo lo que contiene dentro. Al igual que los muebles, los personajes permanecen pegados a la pared. En una sala de estar, dos hombres y dos mujeres que todo el tiempo juegan a seguir a un solo amo, se desgastan inútilmente en convencerse de que la felicidad depende de la presencia del otro. Gotas de agua sobre piedras calientes, es la obra escrita por el alemán Rainer Werner Maria Fassbinder, que en el marco de la pasada FIL se presentó en el Teatro Experimental. Se trata de la producción mexicana que se estrenara este año en el Teatro el Galeón de la Ciudad de México y que formó parte del programa de la Feria con la intención de hacer crecer la presencia del país invitado. Bajo la dirección de Martín Acosta, los actores Tomás Rojas, Laura Almela, Ricardo Polanco y Gimena Gómez fueron los encargados de despedir el rancio aroma del aburrimiento que posee la vida en pareja.
Acosta junto con el vestuarista Mario Marín del Río y el destacado escenógrafo Jorge Ballina, apostaron por conservar la estética del cineasta francés Franí§ois Ozon, quien llevara este guión a las pantallas en el año 2000. La historia, ubicada claramente en la década de los setenta, se cuenta entre colores mate que, como las voces de los personajes, evitan en todo momento el brillo. La homosexualidad y bisexualidad que formaron parte de la vida de Fassbinder, son elementos básicos en esta temprana historia que escribiera con sólo 19 años de edad. Si bien la trama destaca el poder destructivo de las relaciones amorosas en general, la presencia de la bisexualidad y la carga social que en aquellos años en Alemania y aún ahora en México posee la homosexualidad, ocupan un lugar de privilegio en el montaje. La liberación sexual de los años sesenta y setenta generó grandes tensiones entre las generaciones jóvenes y la estructura tradicionalista y conservadora, problemática que se sumaba al resabio histórico de culpa con el que Alemania se reconstruía. En la intimidad de esa sala/pecera estos cuatro personajes enfrentan la vida cotidiana cuando la cama y sus recursos se han agotado. Para Leopold, interpretado por Tomás Rojas, la salida a esa vida gris de vendedor de seguros, al hartazgo de las complacencias y pretensiones de su joven amante, consiste en la diversión en crear crueles combinatorias de poder sobre Franz, así como también con Vera, su mujer y Ana, la noviecita de Franz. Atrapados en un tapiz setentero, apenas distintos al muro, los cuatro se mueven de acuerdo a la voluntad de su amo. Los personajes, perdidos en la aparente calma de la desolación y la indignidad voluntaria, advierten con facilidad al público sobre el golpe de la piedra en el fondo, y al oírlo, sólo se confirma lo que se anunció claramente, restando tensión al desarrollo. Si bien la premisa es relevante y a todos cercana, ésta se agota en las primeras escenas, en las que se descubren los roles del verdugo y sus masoquistas enamorados sin que nada cambie ese camino. Gracias a los juegos plásticos de Ballina, sus puertas en desnivel, sus pisos en rampa, una bañera que niega la gravedad, horizontales trazos en bicicleta y una consola-ataúd de la que sale Vera con su acordeón, es que es posible mantener la mirada dentro de ese marco dorado del que de alguna manera, todos formamos parte. Para Rojas, el personaje de Leopold se mueve entre el realismo y la caricatura, igual que la destemplada Vera, interpretado por Laura Almela. Este tratamiento provoca las risas entre el público al reducir la tensión de las condiciones de sometimiento y ventaja que entre ambos se establecen. El efectismo del lenguaje que caracteriza el cine y la dramaturgia de Fassbinder y que se disuelve en la traducción y en las apropiaciones y licencias de sus intérpretes, se ve compensado con la serie de sofisticaciones que definen la ambientación de Ballina. Es difícil ver la puesta en escena y tomar distancia del filme de Franí§ois Ozon, sobre todo cuando visualmente hay tanta empatía. Sin embargo, para la escena local y nacional, resulta positivo sentir el aire del teatro alemán, entrar en contacto con el cruel pesimismo de Fassbinder a través de uno de los hijos más marginales de la literatura: la dramaturgia.

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