El perro andaluz no deja de ladrar

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De Buñuel ya se ha dicho todo, o al menos lo más importante; a 25 años de su muerte, se han publicado cientos de artículos, decenas de libros y tesis universitarias, se han realizado más de 30 documentales y cada año no falta quien organice alguna exposición en su honor. Pero conforme pasa el tiempo se descubren aspectos nuevos de su vida, de sus películas, de su personalidad, y resulta que el Buñuel que ya creíamos conocer en su totalidad, sigue dando de qué hablar, porque Buñuel es Buñuel, uno de los directores de cine más sobresalientes del siglo XX, el cultivador del surrealismo en imágenes, porque pensar en él es pensar en imágenes, las más fuertes, las más absurdas, las inolvidables, la cuchilla que corta un ojo o las hormigas que salen de un agujero de la palma de una mano en El perro andaluz (1929) ese perro que no ha dejado de ladrar y de provocar a cuanto espectador atrapa.

¿Quién sabe qué?
Sabemos de su amistad a temprana edad con Federico García Lorca y Salvador Dalí; de que antes de estudiar cine en París, estudió Filosofía y Letras en Madrid; de su encanto por el surrealismo; de su obsesión por la muerte; de su sordera provocada por un disparo cerca del oído y a la que se le atañe su poco interés en la música para sus películas; de su afición por los insectos y animales como gallos, gallinas, caballos, perros y ovejas, cargados muchas veces de un significado simbólico. Sabemos de su fetichismo sobre ciertas partes del cuerpo femenino como las piernas, los pies, la espalda, los senos. Pero sobre todo los pies y los zapatos, a los que calificaba como “un ejemplo fascinante de la perversidad humana”.
Pero quizás pocos saben de su afición por las armas, y que cuando vivía en México, a muy temprana hora solía ir con su hijo Juan Luis Buñuel a un club de tiro en la carretera a Toluca, de ahí se iban a desayunar unos huevos rancheros o a la mexicana —que le encantaban—, acompañados de un café negro, negrísimo.
Quizás también no todos sepan que no hablaba de cine con su familia, se conversaba de literatura, de la Guerra Civil, pero nunca de cine. De hecho debido a su sordera, pocas veces asistía a una sala a ver una película. Las suyas tampoco las volvía a ver, sólo las coleccionaba.
En los rodajes era un director paciente, de buen carácter, incluso bromista, en ocasiones no daba el corte a tiempo porque no escuchaba si los actores ya habían terminado sus parlamentos y entonces tenía que rescatarlo Gabriel Figueroa o el fotógrafo en turno.
No le gustaba la fama, ni los periodistas, ni tampoco los premios. El Oscar para El discreto encanto de la burguesía, Las Palmas de Oro para Nazarín y Viridiana, y el León de Oro para Bella de día, nunca fue a recogerlos.
Las interpretaciones y críticas sobre sus películas siempre le mataron de risa, decía que los críticos no tenían ni idea de lo que era el cine y que siempre imaginaban cosas que no eran.
No fue un director improvisado, lo planeaba todo, trabajaba mucho con el guión y unos meses antes de cada rodaje tomaba fotografías de las locaciones, de la gente, del espacio, del contexto donde fuera a llevarse a cabo la historia; de ahí su extensa colección de fotografías, algunas conocidas internacionalmente como la llamada “México fotografiado por Luis Buñuel”, pues con motivo del rodaje de Los olvidados, durante cinco meses se dedicó a retratar los barrios perdidos y más pobres del Distrito Federal.

Marginación surrealista
De sus películas hay mucho que decir: tesis completas de sólo un filme, semestres enteros en las escuelas de cine dedicados a su obra. Y es que la filmografía de Buñuel da para eso y más. La religión, la muerte, el sexo y la crítica social siempre están presentes en su cine.
Luego de esos 18 minutos de surrealismo de El perro andaluz, donde Salvador Dalí interpreta a un hermano marista, y de La edad de oro (1930), considerada también un ejemplo de surrealismo puro, Buñuel da un salto al terreno de lo social con su documental Las Hurdes, tierra sin pan (1932), en el que hace una crítica a la situación desoladora de una región de la España profunda. Posteriormente, y en esta misma línea, vendrán ficciones como Los olvidados (1950), obra maestra filmada en México sobre el mundo de los marginados y su repercusión en la sociedad, por la que obtuvo el premio a la mejor dirección y el de la crítica internacional en el Festival de Cannes de 1951.
La locura de la burguesía
Además de los marginados, a Buñuel también le interesaba hablar de los burgueses, El ángel exterminador (España-México, 1962), El discreto encanto de la burguesía (Francia, 1972), y El fantasma de la libertad (Francia, 1974), son ejemplo de esta crítica social. Es quizá en El ángel exterminador donde tal crítica a la alta sociedad se vuelve más evidente, al punto de decir que los burgueses están o se volverán locos en cualquier momento. En este filme los invitados que asisten a una cena en la mansión de un millonario no pueden regresar a sus casas y permanecen ahí durante días, ya que por alguna extraña razón ninguno es capaz de atravesar la puerta. Se dice que esta película es una “parábola sobre la descomposición de una clase social”, pues al paso de los días, el comportamiento de los invitados se vuelve cada vez más primitivo y la situación se convierte en una lucha por la supervivencia.
Algo parecido ocurre con El discreto encanto de la burguesía, donde seis amigos (burgueses) intentan sentarse a cenar y no lo consiguen en toda la película por diferentes situaciones absurdas, tanto reales como imaginarias; esta cinta se filmó en Francia y obtuvo el Oscar a la mejor película extranjera. El fantasma de la libertad, tercera película de esta trilogía burguesa, presenta una serie de situaciones absurdas que tienen en común la libertad del ser humano como ser social. Situaciones que van desde un asesino que consigue la libertad luego de matar a 18 personas, un avestruz que mira directamente a la cámara o, una de las más divertidas, donde un desconocido le da a unas niñas en el parque una colección de fotografías, con la advertencia de no mostrarlas a los adultos, sin embargo, cuando los padres de éstas las ven, se escandalizan como si se tratara de pornografía, cuando sólo son monumentos de París.
“Gracias a Dios soy ateo”
Y aunque Buñuel se promulgaba como un ateo, su cine está lleno de simbolismos religiosos: campanas, templos, monjas, beatas, curas. “Gracias a Dios soy ateo” decía en incontables ocasiones. Sobre el tema religioso destacan películas como Nazarín (México, 1958) sobre la vida de un cura que está de parte de los pobres y las de prostitutas; Viridiana (España, 1961) ganadora de la Palma de Oro en Cannes y al mismo tiempo vetada en España, cuenta la vida de una novicia que nunca llega a tomar los hábitos; Simón del desierto (México, 1965), película surrealista sobre la vida de San Simeón Estilita; y La vía láctea (1969) filme sobre la iglesia contada por dos peregrinos.

Innovador hasta el final
Acerca el sexo destacan Bella de día y Ese oscuro objeto del deseo, su última película. En Bella de día (Francia, 1966), Catherine Deneuve interpreta el papel de una burguesa que es incapaz de tener sexo con su marido y que a la vez trabaja en un burdel para satisfacer sus deseos y fantasías.
Ese oscuro objeto del deseo (1977), fue su última película. Aunque ya estaba cansado y viejo no deja de sorprender e innovar a la hora de contar historias. Se trata de una adaptación libre de la novela La femme et le pantin de Pierre Louys. La trama es acerca de la pasión que siente un hombre maduro por una mujer más joven que él, la cual lo rechaza continuamente. El aspecto más original de esta película es que Buñuel decide trabajar con dos actrices totalmente distintas para interpretar el mismo personaje; algo nunca visto hasta entonces. Se dice que originalmente estaba interesado en María Schneider, protagonista de El último tango en París (1972) de Bertolucci, pero al no llegar a un arreglo, se le ocurrió que podía experimentar con dos actrices a la vez, idea que descartó de inmediato porque le pareció una locura, sin embargo al productor Serge Silberman le pareció genial. Fue entonces que para el protagónico eligió a la española íngela Molina, quien representaba la carnalidad pasional, con sus formas redondas y piel morena y que contrastaba con la figura estilizada y de piel blanquísima de la francesa Carole Bouquet. Las actrices van y vienen en toda la película, Molina entra por una puerta y por esta misma a los pocos segundos sale Bouquet, las personalidades se entremezclan. En la actualidad algunos directores han hecho algo parecido con muy buenos resultados, Todd Solondz con Palíndromes (2004); y Todd Haynes con I´m not there (2007), donde varios actores interpretan al mismo personaje… pero no se nos olvide, Buñuel lo hizo primero, allá por 1977.

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