El periodismo y sus narraciones

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An Iraqi man comforts his 4-year-old son at a regroupment center for POWs of the 101st Airborne Division near An Najaf, Iraq Monday, March 31, 2003. The man was seized in An Najaf with his son and the U.S. military did not want to separate father and son. (AP Photo/Jean-Marc Bouju)

Tomás Eloy Martínez, en una reciente entrevista, se preguntó ¿Por qué los periodistas no podían narrar como en las novelas? El argentino, recién galardonado con el premio Ortega y Gasset, se acercaba al quid que ha obsesionado al gremio desde hace varias décadas.
¿Son compatibles la buena escritura con la investigación periodística? ¿Se puede entrevistar –como lo hizo alguna vez Sam Shepard para Esquire– a Bob Dylan, situando al reportero en tercera persona? ¿Se puede hacer una crónica de los afganos y su obsesión por las flores para ayudar a explicar la complejidad de un pueblo guerrero y místico? Lo anterior lo hizo Jon Lee Anderson y al parecer no hubo contradicción. Y aquí una variable más: ¿Los medios en Latinoamérica tienen espacios para la crónica y el periodismo más arriesgado? ¿O seguiremos sufriendo en nuestros países, a perpetuidad, el “periodismo notarial”, como lo denunció alguna vez el cronista y editor Julio Villanueva Chang?
Este V Encuentro internacional de periodistas es un espacio idóneo para acercarnos a los modos de hacer un periodismo más inteligente. Un espacio para críticar al propio género en nuestra región, tan cercano al poder y tan poco independiente respecto a los anunciantes. Un momento crucial para preguntarnos si internet será el escenario dominante al que los nuevos reporteros tendrán que adaptarse con destreza y ambición. Y sobre todo, el encuentro es la excusa perfecta para hablar de la importancia de la narración, ya que tal vez llegó el momento de entender que el Nuevo periodismo abrió una veta para todos los reporteros, y no sólo para aquéllos con aptitudes literarias. Porque sólo en la defensa de las buenas historias y de la correcta escritura puede haber un futuro para una profesión cada vez más vilipendiada.
Tomás Eloy Martínez dijo que “al cuidar al lenguaje, la ética viene en consonancia”. No hay pues un divorcio entre el buen hacer periodístico y la creatividad narrativa. Lo que hay es una sacralización por la “noticia diaria”. Lo que existe es una carrera enloquecida, en la que los medios (y sus periodistas) se han inscrito, sin preguntarse por qué. Walter Benjamin escribió: “Cada mañana se nos informa sobre las novedades de toda la Tierra. Y sin embargo somos notablemente pobres en historias extraordinarias (…) Ya casi nada de lo que acaece conviene a la narración, sino que todo es propio de una información”.
Viven los periodistas inmersos en la superstición de que cada día debe ocurrir algo nuevo. Viven buscando “historias extraordinarias” que dejan de serlo pocas horas después de haber sido impresas. La denuncia, la indignación, la acusación, la cita inminente, la frase lapidaria, son todos vicios del género en Latinoamérica.
Se nos olvida que el periodista es “el protector de la elocuencia”, como lo describió hace poco Juan Luis Cebrián. Se nos olvida que el cronista “es el que enciende la luz”, como escribió Villanueva Chang. Entre el poder y la historia, entre la ignominia y la fábula, el reportero debe defender su oficio, criticándolo primero. Es el momento.

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