El país del Chalo Gaitán

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En la sierra de Sinaloa la noche guarda secretos. Entre whisky y cocaína, el Chalo Gaitán se confiesa con el Cuervo, compositor de corridos al que él llamará Viejón. Después de esa charla ya nada será lo mismo. “Cuando cuente todo lo que oyó aquí, debe recalcar que yo, Felizardo el Chalo Gaitán, jamás tuve la intención de agradarle a nadie. A nadie”.
Para los que gustan de historias de ficción, ésta tal vez contenga demasiado de lo que se ve en los medios, pero para aquellos que prefieren historias verídicas, el género que algunos consideran narcoficción, puede contar relatos conocidos que se pierden entre nombres falsos. Como bien lo dice el autor, Alejandro Almazán: “El Chalo Gaitán no es el Chapo Guzmán, pero cómo se le parece”.
El autor de libros como Entre perros y Gumaro de Dios, crea un personaje al que seguramente muchas veces ha querido entrevistar o con el que, por lo menos, le hubiera gustado mantener una charla. En ese trance de fantasía y cúmulo de información de allegados colegas e historias que volaron hasta sus oídos, se forjó la novela El más buscado.
En las declaraciones ficticias, el Chalo relata un sentir compartido, lo que muchos quisieran escuchar declarar al Chapo Guzmán: las verdades sobre el gobierno y sus arreglos con los cárteles de la droga, los arreglos entre los cárteles, los sexenios corrompidos y, como no podía faltar en una historia de narcotraficantes, los ajustes de cuentas. Habla de figuras políticas y se mofa de ellas bajo pseudónimos que dan la inmunidad de decir lo que quiere, sin que nadie pueda acusarlo de difamación.
El personaje del Chalo Gaitán, oriundo de Badiraguato, Sinaloa, cuenta su vida desde la infancia, sus mujeres en Puente Grande y su familia, hasta las conexiones de su cártel, los gobiernos de turno, los personajes más corruptos que la vida real pueda ofrecer a una historia de ficción y una obsesión con el arma de sus ojos: una Browning nueve milímetros.
“A veces, cuando estaba en mi celda, me figuraba con la braunin fajada, esperando lo que viniera. Luego la desenfundaba y me ponía a imitar el sonido de sus descargas. Bien raro… bien raro. Llegué a contarle eso al psicólogo del penal. ¿Y sabe qué me dijo el hijo de la chingada? Mereces ser mordido por la tierra. Por eso nunca más fui a platicar con el doctorcito. Estaba muy pirata”.
Al escribir El más buscado, la creatividad fluyó en la mente del autor que muestra un panorama preciso de los actores que intervienen en los últimos años de la historia del narcotráfico, nombrando a los protagonistas, como el presidente 56, el presidente de las botas, los Erres, los parientes de Michoacán, Pancho Corel y La Muñeca, entre otros.
El periodista, especializado en narcotráfico, galardonado tres veces con el Premio Nacional de Periodismo, se parece mucho al Chalo: él tiene bajo control los caminos para contar lo que quiere a su modo, quebrantando reglas de ortografía, incluyendo signos de puntuación. De esas personas que una vez que conocen las reglas, las quebrantan.
Abstenerse los amantes de los dos puntos y las comillas, de las muletillas y los gajes propios del habla de un hombre que sólo hizo hasta el tercer grado y que se crió en la sierra. Se necesitaría un diccionario de modismos sinaloenses, que evidentemente Almazán conoce y ha cuidado en cada palabra que salía de la boca del Chalo, aunque el mismo Chalo, despreocupado, pronuncie majaderías y tenga reacciones completamente fuera de sí.
El discurso reflejado a lo largo de todo el libro, habla de los principios y valores de un Chalo al que no le gustan los secuestros, que reza en situaciones límite y que dice que la familia está primero. El relato pareciera ser la conmiseración de un asesino que aparenta no tener códigos y se escuda en su muletilla: “Ni modo que qué”.
En esta novela Chalo le confiesa a el Cuervo: “Hoy ya no sé bien a bien quién hizo al Chalo: si las mentiras del gobierno y de la prensa, si las habladas de la gente o si yo mismo. Pero ¿Sabe qué? Me vale madre. Los hombres como yo no sólo cobramos fama por apoyar con hechos nuestras amenazas; también existimos por las medias verdades y por el sufrimiento, ¿a poco no?”.
Esta es la historia no sólo de un ser inhumano: también es la historia de un gobierno que mató con las manos limpias, sin ensuciarse con una gota de sangre. Que negoció con tranquilidad a un país que hizo arreglos en oficinas en donde se decidió sobre vidas ajenas. Cuando se lo lee al Chalo en este contexto es cuando queremos cerrar el libro diciendo: “Sí, es ficción”.

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