El pachuco como outsider

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Alguna vez el propio Tin Tán reveló en una entrevista con Antonio Salgado Herrera, el origen de su apodo, puesto que el cómico no nació con el sobrenombre que le hiciera famoso, sino como Topillo Topas, en el teatro Iris, de la ciudad de México, en 1943. (Algunos historiadores de la farándula indican que, ese mismo día y en el mismo lugar, también debutaron Cantinflas y Agustín Lara, entre otros, que después fueron figuras populares). Desde entonces, quien en realidad se regía con el nombre de Germán Genaro Cipriano Gómez Valdés Castillo, subió a la escena de los cómicos más importantes no sólo de México, sino también de Estados Unidos (donde tenía un enorme público) y en casi toda Latinoamérica.
“El sobrenombre me lo puso Jorge Molme, que era empresario de Paco Miller, con quien empecé a trabajar en la frontera —precisó en mayo de 1968 a Salgado Herrera—. Jorge conoció en Ecuador, su tierra, a un cómico paisano suyo que era tan malo como él solo, y considerándome tan malo como aquél, así me llamó”.
Versátil, locuaz, pícaro y dotado de una extraordinaria y singular voz de cantante, además de ser un fabuloso bailarín, Germán Valdés Tin Tán, trabajó en al menos 110 películas que casi todo mundo ha visto (si no todas, sí muchas) en la televisión. Nadie de mi generación, o de las nuevas camadas de cinéfilos, podemos imaginar el revuelo que Tin Tán provocó en aquellas viejas salas de cine; y menos tenemos noción de la hilaridad que en compañía de su carnal Marcelo, pudo haber incitado en la gente durante sus presentaciones en teatros y carpas del país; solamente el público de hoy logra —en muchos casos— saber del pegue y entusiasmo que invoca ver alguna película, o escuchar las canciones que en su momento sonaron en las radios mexicanas, y actualmente se pueden disfrutar en ediciones especiales de discos.

La sombra del pachuco
El cine nacional ofrece la noción de que Tin Tán no fue el único pachuco de la pantalla grande, puesto que al panzón Soto, a Resortes e incluso a Clavillazo, se les puede considerar también dentro de la onda pachuca; sin embargo, alguna vez el propio Germán Valdés declaró: “…a mí me tocó traer el verdadero estilo de hablar, el ropaje verdadero, la cadena para las llaves, la pluma en el sombrero, los pantalones bombachos, el saco grande…”
Verdadero o falso el punto, es Octavio Paz, en su libro de ensayos El laberinto de la soledad (Cuadernos Americanos, 1950), quien refiere el significado, la esencia y trascendencia de la manifestación de los pachucos, que a él le tocó ver en la ciudad de Los íngeles, en la primera mitad del siglo XX. “El ‘pachuco’ no quiere volver a su origen mexicano; tampoco —al menos en apariencia— desea fundirse en la vida norteamericana. Todo en él es impulso que se niega a sí mismo, nudo de contradicciones, enigma. Y el primer enigma es su nombre mismo: ‘pachuco’, vocablo de incierta filiación que no dice nada y dice todo ¡Extraña palabra, que no tiene significado preciso o que, más exactamente, está cargada, como todas las creaciones populares, de una pluralidad de significados! Queramos o no, estos seres son mexicanos, uno de los extremos a que puede llegar el mexicano.”
De alguna manera, el actor, cómico, bailarín y cantante, demuestra que su origen proviene de una vaga noción de ser mexicano, pero que contrario a los “pachucos” de Los íngeles que pudo ver Octavio Paz, Tin Tán (su personaje y su persona) se revelan como un significado, pues a decir de Carlos Monsiváis, en una entrevista transmitida por una de las televisoras del ámbito nacional, Tin Tán “…logra a partir de su aparición en la escena en las carpas y las salas de cine, que nuestro país sea uno antes y después de su presencia”, pues adujo en esa ocasión Monsiváis, que el cómico de ojos verdes y bigote a la Clark Gable, “había logrado convertirse en un lenguaje propio que cambió el habla popular, y la transformó”, ofreciendo anglicismos que antes no existían.
Por cierto, Germán Valdés, según se sabe, convivió con la raza pachuca en su estancia de 1927 en Ciudad Juárez, donde se había trasladado su familia por motivos de trabajo, y donde estudió la secundaria. Quizás es de allí donde el personaje cobra cuerpo, lenguaje y se funde a la perfección con la otra cultura, la capitalina y la nacional, y ofreció a los transmigrados del campo a la ciudad —que en los años cuarenta se transformaron en una nueva sociedad, la de los campesinos que se volvieron citadinos, obreros de las fábricas de la época, y gente del barrio de la capital— una forma diferente de ser, logrando que el personaje les influyera de manera contundente.

El rey del barrio
Contrario a Cantinflas, Tin Tán se revela como un personaje enteramente urbano; el origen del personaje de Mario Moreno, como todos saben, proviene del pueblo, es decir, del mundo rural, para devenir en un ser que se integra, de alguna manera y con muchas dificultades, a la ciudad. Esto es, Cantinflas no tiene un origen citadino; lo que resulta contrario a Tin Tán, que es una complejidad enteramente citadina (a pesar de que en algunas ocasiones las historias personificadas por Germán Valdés nos trajeran a personajes rurales o incluso indígenas). Probablemente de estos distintos orígenes de los personajes provenga la contraposición cuando nos interrogamos: ¿Cuál es el mejor cómico de México en el siglo XX?
Intentemos escudriñar asuntos clave en cada uno de los personajes, sin desdeñar en cada uno su aportación al arte de la comicidad, y más bien visualizando sus peculiaridades y quizá sus defectos. Ambos personajes, es cierto, provienen de un origen popular, pero se diferencian y tienen cada uno sus distinciones y distingos.
Cantinflas (“el peladito”) representa a los “desprotegidos” cuyo origen se da en el pueblo, en el mundo rural mexicano; y Tin Tán (“el pachuchote”) es producto de la imaginería del mundo urbano.
Mario Moreno Cantinflas, con singulares dotes histriónicas que nadie niega, fue alguien que tanto en la vida real como cinematográficamente, pronto se acartonó, es decir, la persona adaptó y constriño a sus intereses al personaje que Cantinflas y Mario Moreno decidieron volverse: monumentos y héroes nacionales.
En cambio Tin Tán, casi siempre en la pantalla y en la vida real fue ese locuaz y bien pacheco personaje que se unió a su persona y se conformó en un mismo ser. Quienes lo vieron en la vida real saben y confirman el hecho.
Mientras Cantinflas, a través del tiempo se volvió en una persona-personaje al servicio del Estado (entonces priista), y permitió homenajes y hasta estuvo de acuerdo que una calle llevara su nombre, Tin Tán continuó siendo tan entero y besucón y enamoradizo y desmadroso que no logró integrarse a la moral del aparato estatal, de la industria fílmica y a Televisa, como sí ocurrió, en cambio, con Cantinflas.
Nadie iba a creer que un vagazo como Tin Tán fuera nuestro mejor cómico, pero sí Cantinflas, que desde temprano en su carrera comenzó a moralizar, tanto en sus películas como en la vida real. Un testimonio de lo que digo lo ofrece Guillermo Cabrera Infante en su libro Cine o sardina (Punto de lectura, 2001), quien a la sazón menciona: “Cantinflas era, personalmente, un hombre insoportable. Cuando lo entrevisté en pleno auge de su carrera, me declaró con una insistencia estúpida que quería hablar solamente de sus obras pías. Le expliqué lo mejor que pude que había venido a verlo por sus películas. Pero repetía que había que reconocer su importancia como benefactor no de las artes y las letras sino de grupos sociales de todas partes. (…) Cantinflas se había creído, en un sentido samaritano, su pregunta a la viejita que encontró desganada entonces y no muerta de hambre. Cantinflas daba limosnas…”
Tin Tán, tan pachuchote y pícaro, tan pachecote y malhablado, tan popularzote y tan de barrio, no podía ser, no iba a ser nunca una figura oficial, un cómico oficial; sin embargo, pese a todo, la figura y su sombra permanecen intactas.
Dicen que Tin Tán nació en 1915 y murió en 1973. Yo no lo creo, porque nunca se ha ido: allí está, ¿lo ven?

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