El oro de los buscadores

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A Monterroso, de quien todo lector debería colocar más de uno de sus libros en la canasta básica, lo encasillamos durante cuarenta años como un escritor de “prosa impecable”, llena de “inteligencia” y dueño de un “inusual y depurado humor”; no obstante ser verdad lo anterior, él mismo se encargó de salir, buscar nuevos caminos y demostrar que habían otros paraderos desde dónde también cantar.
El lugar común es recordarlo como el autor del cuento más breve del castellano, algo de menor importancia si no se han leído sus Obras completas (y otros cuentos) (1959), Movimiento perpetuo (1972), La palabra mágica (1983) y La letra e: fragmentos de un diario (1987).
Autor de un aparente “breve trabajo literario”, incursionó también en la novela (Lo demás es silencio) y reavivó la fábula en nuestro idioma (La oveja negra); y casi al final de sus días nos entregó quizás su mejor obra: Los buscadores de oro (1993).
Perdido y luego encontrado gracias a una persona que se deshizo de parte del acervo de su biblioteca —que imagino desbordada—, volví a encontrarme a mí mismo leyendo, echado al borde de la cama, encantado. Hacía mucho no me acontecía.
Los buscadores de oro es como uno de esos arroyos encontrados de pronto después de una larga caminata por los campos (o las faldas de altas cumbres); es un exquisito material germinado desde la memoria, la imaginación y la inteligencia. Escritura distinta a la encontrada en el resto de sus textos publicados antes y después, lo ofrecido en este cuaderno de memorias. El manantial de donde mana esta agua cristalina, se aleja de las concluyentes definiciones que sobre el autor nacido en Tegucigalpa en 1921, y crecido entreciudades de Honduras y Guatemala, han vertido sus lectores y la crítica, ya que el lirismo de la prosa depositada en Los buscadores de oro es otra y la misma, es nueva y es antigua, es universal y particular. Rara belleza la de este libro. Curiosa la forma de contarnos parte de una vida. Sustraídos en su lenguaje —donde el canto es visible—, ya no importa (aunque esté, claro) la inteligencia, pues es el corazón de donde surge la voz: se escucha el palpitar de ese niño narrado y descrito. Se abre a las múltiples posibilidades: es a la vez un texto de memorias, un cuaderno de poemas en prosa, una novela sin tiempo, nacida de la experiencia del tiempo detenido por siempre en un punto: la vida.
Las memorias de Monterroso se abren en una fecha fija: el miércoles 23 de abril de 1986. Viajero incansable como fue el escritor, se hallaba en la Universidad de Siena, ante un auditorio que lo escuchaba a las cuatro y media de la tarde. Luego se describe a sí mismo recorriendo con la mirada el paisaje de la Toscana, en un trayecto hacia otra parte de Italia. ¿A dónde iba Monterroso? ¿Hacia su infancia? ¿Hacia la vida? Seguramente a ninguna parte y a todas. Hacia el lenguaje, para desde ese punto ir hacia el fondo de su persona y contarse y contarnos ciertas partes de su historia…
Augusto Monterroso había nacido en otra parte, pero fue en México donde se hizo hombre de letras en los años cincuenta. Pero, ¿de dónde fue exactamente?, ¿cuál fue su verdadera patria? No hay patrias fijas: parece decirnos en alguna parte. No hay fechas ciertas, ni fijezas. Hay Historia y lenguaje. ¿Fue el idioma castellano su verdadera patria? Todo es incierto: aprendió a contar con los poetas y prosistas del Siglo de Oro español; aprendió a pensar con los escritores latinos y griegos; su humor es muy cercano a los ensayistas ingleses, y su escritura mantiene la herencia alfonsina…
Hay un misterio en el nombre de Los buscadores de oro. ¿Qué es lo que buscaban? ¿Qué encontraron los gambusinos? Si en alguna parte se dice, lo olvidé. Si está entrelíneas, no lo vi; si se halla en la breve extensión de tiempo entre 1921 y 1936 —cuando para el niño Augusto acabó su tiempo de infancia—, no me enteré. Yo estoy en que ese oro de los buscadores está en otra parte: en la belleza de la prosa, en su lirismo, en su intimidad compartida. El oro es el canto. Porque en verdad, en este poema, en esta novela, en estos ensayos, en esta serie de cuentos o de fábulas, se escucha cantar el rumor de una agua límpida que fascina…

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