El Japón de Puccini

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La atracción comienza en el descubrimiento de la belleza; la seducción, en el encuentro con el otro. A finales del siglo XIX y principios del XX muchos artistas occidentales vuelcan su gusto hacia lo exótico, es decir, lo extranjero. Este interés si bien no era nuevo, renace en esos años en toda Europa. Las miradas hacen de Oriente una diana a la que apuntan y algunos, como Puccini, consiguen dar en el blanco con obras como Madama Butterfly. Más allá de la postura política europea, claramente colonialista, que también influye en la visión de los artistas, está lo remoto y enigmático de un paisaje dibujado por viajeros en los relatos de sus periplos, imaginado en la literatura y recreado en los motivos de algunos pintores europeos.
En el siglo XVIII el exotismo en la ópera había tocado a Medio Oriente a través de las llamadas “óperas turcas”. Aparecen obras como Zaide y El rapto del serrallo, de Mozart o El turco en Italia, del alemán Franz Seydelmann, que luego retomara Rossini para hacer su propia versión. Para Puccini, la llamada del lejano Oriente llega de Japón y se da a partir de diversas obras literarias y, también, por la condición histórica en la que se encontraba ese país. A partir de 1868 en Japón se vive la restauración Meiji, periodo de increíble renovación y modernización que rápidamente lo convirtiera en una potencia. Así llega Japón a las exposiciones mundiales, tocando la sensibilidad occidental con la delicadeza de jardines miniatura, paisajes de cerezos, grullas en vuelo atravesando biombos, joyeros laqueados, abanicos abiertos como crisantemos, mujeres delicadamente envueltas en sedas y colorido maquillaje y además, una música extraña, creada con instrumentos que Europa no imaginaba.

De Madame Crisantemo a Madame Mariposa
Francia se ve influida por el país del Sol Naciente como ningún otro lugar. La visión japonista francesa forja la excepcionalidad de la cultura nipona a partir del grave impacto que recibe de la sensual belleza de su arte. El japonismo francés se convierte en una corriente estética, que con una aparente visión positiva de esa cultura, da origen a obras como Madame Crisantemo (1887), de Pierre Lotti. A manera de diario, la novela describe la estancia de Lotti, oficial de la marina francesa, en Nagasaki. El autor narra el verano de 1885 en Japón. Mientras espera que su embarcación sea reparada, Lotti decide tomar una de las nuevas costumbres niponas, que consistía en contraer matrimonio semilegal con una geisha. En la práctica, lo que verdaderamente ocurría era que los extranjeros alquilaban esposas por el mismo tiempo que duraba su estancia, sin mayor responsabilidad legal.
En 1898 John Luther Long publica “Madame Butterfly”, un relato inspirado en la obra de Lotti. Es esta versión la que retoma el dramaturgo estadounidense (de origen portugués) David Belasco, para contarla en un acto. Dos años después, Puccini asiste a una representación de la misma en Londres. Conmovido hasta las lágrimas por la puesta en escena —a pesar de no entender el idioma inglés—, esa misma noche convence a Belasco de usar su obra para una composición operística. El compositor no deja solos a Luigi Illica y Giuseppe Giacosa para recrear el ambiente nipón a través del libreto. El mismo Puccini realiza un trabajo concentrado de investigación sobre la cultura japonesa, estudia la historia, la arquitectura y religión de ese pueblo. Con ayuda de la esposa del embajador japonés en Roma, Puccini consigue partituras de música original que hace traer desde Tokio, invierte largas horas en conversaciones con esta dama, quien le cuenta y le hace melancólicos retratos de su pueblo. La técnica de instrumentación y composición de este creador aumenta su madurez y efectividad, al sumar instrumentos propios a la cultura, como el Tam tam y las campanas japonesas, que no sólo dan color local, sino que acompañan emocionalmente el drama de las acciones.
Madama Butterfly se estrena el 17 de febrero de 1904 en Milán. Contrario a las expectativas, la obra resulta un fracaso en su primera versión. Mucho se ha dicho que la mala recepción tanto del público como de la crítica fue organizada por sus detractores. Lo cierto es que luego de una revisión cuidadosa de libreto y partitura, eligen salir de la presión e intrigas de la capital para reestrenar en Brescia el 28 de mayo de ese mismo año. En esta ocasión Puccini revierte la historia, tal y como se lo advirtiera Pietro Mascagni, el compositor de Caballería Rusticana, quien luego del fallido estreno le dijera “su ópera ha caído pero volverá a levantarse”.
Madama Butterfly pasó de dos a tres actos, consiguiendo un equilibrio no sólo temporal sino también de contenido. En la última versión se renuncia a elementos que caracterizaban al discurso occidental sobre Oriente, al que se calificaba como bárbaro, ignorante y atrasado. Intencionalmente o no, Puccini cuestiona su imagen de Japón al eliminar escenas que coincidían con este discurso. En una de ellas Pinkerton, el oficial americano que desposa a Cio-Cio-San, la geisha adolescente, hacía comparaciones culturales en las que como era de esperarse, Japón era visto de manera despectiva. Lo más probable es que la intención de los libretistas y del propio Puccini fuera dinamizar el ritmo de la acción, sin embargo, estos cortes abonan al drama, lo hacen crecer.
Puccini consigue con su ópera una nueva sensibilidad que trascienden la visión tradicional de Occidente. El Japón de Puccini se concentra en la otredad a través de lo femenino. El otro está dibujado por la marca de una mujer, que bajo el velo del maquillaje y la seda, cuestiona la cosmovisión masculina a través del carácter, el honor y la dignidad, aumentando así la fascinación y el deseo.

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