El insolente Groucho

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Camina el niño tomado de la mano de su padre. Es una mañana de domingo y el sol cae a plomo. El tumulto no permite que avancen. Es estrecha la calle y más angosta se vuelve a causa de los puestos, en donde en cada espacio hay maravillas que seducen la mirada. De pronto un vendedor detiene sus lentos pasos. Es imposible proseguir: hay allí un artefacto curioso. “¿Me lo compras?”, pregunta el niño. La mirada del padre se ensombrece; el día se vuelve pardo como una postal antigua.
En seguida la mano del padre hace un trayecto en cámara lenta y va hacia el bolsillo. Busca. Extrae todo lo que tiene y cuenta. Apenas lo justo para lograr la adquisición. Deposita el padre las monedas en su mano, y el niño hace lo mismo con el vendedor. Vuelve a asomarse el sol, pero la mirada del padre permanece oscurecida. “Debemos regresar a casa”, escucha el pequeño, quien lo mira con extrañeza, mientras coloca el artefacto en su rostro. “Te ves chistoso”, le dice el padre intentando dibujar una sonrisa. Emprenden la marcha. Al comienzo de la colina se escuchan las campanadas del templo mayor…
Siete años después, ante el televisor, el niño recordaría aquella mañana con tristeza. En el canal de las noticias nacionales, Jacobo Zabludosky ofrecía los pormenores de la muerte del humorista estadounidense, de origen judío, Groucho Marx.
El muchacho de catorce años recordaría la noche del 19 de agosto de 1977, ¿qué? Al final del terraplén, donde se encontraba su casa, habría de descubrir a una multitud de niños con el rostro cubierto con lentes redondos, cejas pobladas, una grande nariz de plástico y un enorme bigote de negro peluche. La novedad que pretendía ante sus amigos del barrio se desvaneció: al menos veinte rostros con el mismo disfraz. Lo que hizo, entonces, aquella mañana de domingo de 1970, fue esconder la “máscara”: la enterró en el polvo del baldío. “¿Quién es ese?”, le había preguntado su padre en el elevado camino. Y no atinó en saber…
Groucho Marx había nacido en Nueva York en 1890 —escuchó el muchacho en la metálica voz de Zabludosky—. “Fue uno de los varios hijos de unos inmigrantes judíos alemanes, quienes se hicieran famosos a través del cine…”.
Después de esa noche comenzaría la intensa búsqueda. Nunca más hallaría el antifaz, pero sí sus películas. El descubrimiento de los hermanos Marx, pero sobre todo de Groucho, lo llevaría a interesarse en el humor. “El humor no resigna, desafía. Implica no solamente el triunfo del Yo, sino el principio del placer, que halla en él el medio de afirmarse, a pesar de las desfavorables realidades exteriores”, expuso Sigmund Freud en un artículo contenido en su libro El chiste y su relación con lo inconsciente. “El humorismo —afirmó el escritor y periodista español Wenceslao Fernández Flórez en 1936— es un estilo literario en el que se hermanan la gracia con la ironía y lo alegre con lo triste”.
La definitiva influencia de los hermanos Marx lograría, en todo caso, modificar las formas del humor en todo el mundo, sobre todo en los países anglosajones, donde aún prevalece. La figura de Groucho es la iconografía del absurdo. Es la realidad y su ironía. Es la politización del humor. Y la crítica moral a los actos humanos sin moraleja (Disculpen si les llamo caballeros, pero es que no les conozco muy bien. /Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros. /Nunca olvido una cara pero con la suya voy a hacer una excepción. /El secreto de la vida es la honestidad y el juego limpio, si puedes simular eso, lo has conseguido.), dispuesta en sus filmes: Los cuatro cocos, Plumas de caballo, Sopa de ganso, Una noche en la ópera y Un día en las carreras.
En el humor “…se hermanan la gracia con la ironía y lo alegre con lo triste”, volvería a repetir el muchacho muchos años después, al recordar la noche en la cual se enteró de la muerte de Groucho por la televisión. Y una lágrima rodaría de nuevo por sus mejillas… no por la muerte del humorista neoyorkino, sino por el recuerdo de su padre, que esa noche dormía junto a él: cuando niño le había entregado las únicas monedas de su bolsillo, y del día.
¿O es que hay un antifaz enterrado en el polvo y por eso sus lágrimas, no por nada más?

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